Los intelectuales: entre la lealtad y el silencio cómplice

En: Opinión

30 Sep 2010

Hoy estamos ante el dilema de una Cuba que se divide entre un gobierno capitalista y un pueblo que sufre los rigores de un proyecto socialista fracasado. Se intensifica el convite entre la élite de la casta gobernante, se acumulan el descontento y la incertidumbre entre los cubanos humildes y un mutismo de muerte parece enseñorearse entre los intelectuales, guardados e intocables en su Parnaso. Ellos, que tienen tribunas y micrófonos, que tienen los conocimientos y la autoridad que éste les otorga, eligen el silencio cómplice ante la corrupción gubernamental y la ausencia total de derechos ciudadanos.



Foto: Miriam Celaya

Los intelectuales: entre la lealtad y el silencio cómplice


30 de septiembre de 2010

Miriam Celaya, Sin EVAsion

External Link: http://www.desdecuba.com/sin_evasion/?p=1017

Por estos días me ha llegado, de manos de un amigo, un interesante artículo de opinión de Haroldo Dilla Alfonso, titulado “De la lealtad a la complicidad”. No puedo decir a los lectores, porque lo ignoro, en qué sitio se publicó; aunque sí se expone la fecha (martes 14 de septiembre de 2010), pero se trata de un texto medular que vuelve a poner sobre el tapete un tema peliagudo: el papel de los intelectuales cubanos de la Isla durante los últimos 50 años y de cara a los cambios que se están produciendo en el país.

Debo declarar, en honor a la honestidad, que suelo perseguir los textos de Dilla porque siempre me resultan esclarecedores y están signados por la mesura, el análisis sereno, la síntesis y un conocimiento profundo de la realidad cubana. El artículo de referencia tiene el beneficio adicional –que se agradece– de estar tan lleno de energía como desprovisto de pasiones, una verdadera rareza cuando de debate entre cubanos se trata.

La trama que lo ocupa no es, en sí misma, novedosa: los protagonistas son los intelectuales cubanos, tanto los que permanecen en la Isla como los del exilio; el argumento se basa inicialmente en el debate –ocurrido diez años atrás– a propósito de lo que Jesús Díaz llamara “el silencio cómplice” de los intelectuales al interior de Cuba ante los rasgos negativos del régimen  y  que Aurelio Alonso definiera, a su vez, como “lealtad con el más genuino programa revolucionario”. El escenario en que se desarrolla el tema que ahora comenta Dilla, es la realidad cubana actual, que no solo es nuevo, sino mucho más complejo de lo que fuera hace 10 años, de ahí la importancia de su artículo.

El texto de Dilla también me ha traído a la memoria otro debate entre intelectuales, el que se produjera durante los meses de enero y febrero de 2007, a raíz de un programa de TV en que se presentaron  varios personajes responsables de lo que en la década de los 70 se conoció como “el quinquenio gris” (para otros “el decenio gris”), hecho que desató una verdadera y espontánea discusión virtual que llegó a incluir fuertes cuestionamientos sobre la política cultural de la revolución cubana. Como la polémica se produjo a través de mensajes electrónicos entre numerosos intelectuales cubanos de dentro y fuera de la Isla, el fenómeno trascendió como “la guerrita de los e-mails” y se disipó lentamente después que el Ministro de Cultura sostuviera una reunión a puertas cerradas en la Casa de Las Américas con un grupo de intelectuales y otras personalidades de la cultura, previa invitación y con rigurosos controles que impidieron la entrada de una multitud de interesados y participantes del propio debate, que quedaron aglomerados fuera del lugar.

En aquellos momentos, que viví personalmente como parte del consejo de redacción de la revista digital Consenso (después Revista Contodos, ambas de la página web Desdecuba.com), había una especie de expectativa, eso que Haroldo Dilla llama “lucecita” de entusiasmo, porque entonces creíamos que –finalmente– los intelectuales cubanos se sumarían al empuje por los cambios en Cuba y, como líderes de opinión, generarían la guía de pensamiento necesaria para pertrechar de ideas a los inconformes sin rumbo o a las “masas” hartas y desorientadas. Teníamos la esperanza de que las voces de muchos intelectuales reconocidos que incluso en su momento habían prestigiado con su talento el proceso revolucionario, se alzarían también en contra de la atroz falta de libertades de los cubanos, incluyéndolos a ellos mismos. No fue así, salvo excepciones.

Son casos puntuales, como el de la poetisa Ena Lucía Portela, el escritor Leonardo Padura, los artistas Pablo Milanés y Pedro Luis Ferrer y el realizador Eduardo del Llano, entre otros, los que se atreven a manifestar cuestionamientos sobre la realidad cubana. Otros, más jóvenes, son representantes de una generación en franca ruptura con un sistema ajeno a sus intereses; ellos pudieran representar una esperanza si se salvara el cisma que representan las posiciones escapistas y enajenantes que frecuentemente los caracterizan y que ralentiza la autoconciencia de responsabilidad cívica que les corresponde.

Después de aquella memorable revuelta virtual de 2007, volvieron a predominar el silencio y la tibieza, regresaron los letrados oficialistas al retiro de sus torres de marfil, callaron temerosos casi todos los inconformes y muchas de las ovejas descarriadas del momento regresaron mansas al redil. Los ardores de algunos de los más ilustres fueron aplacados mediante pequeñas gracias concedidas desde el magnánimo poder: se publicaron algunas de sus obrillas o se reeditaron otras, se otorgaron selectivamente algunos viajes y otras pequeñas prebendas y volvieron a callar los que hubiesen podido llegar a ser prestigiosos tribunos o prometedoras brújulas.

Por demasiado tiempo han estado silenciosos (¿silenciados?) nuestros mejores investigadores sociales de decenas de instituciones, testigos de la crítica situación social en el país, y cuando han hablado, ha sido en voz baja y pidiendo permiso al poder, tímida y humildemente, como quien teme ofender. Ahora los más taimados aseguran que son más útiles mientras se mantengan en sus respectivos centros de investigación, “descubriendo” realidades que conocemos y sufrimos todos a diario. Alegan que están esperando “el momento más propicio” para sacar a la luz sus propuestas. Quizás sean buenas algunas de esas intenciones; pero ¿a quiénes resulta más útil ese silencio? Yo sé de qué y de quiénes estoy hablando, porque me formé en un centro de investigaciones sociales en el que algunos investigadores valiosos denunciaban en el patio lo que no se atrevían a divulgar en el podio de un evento.

Hoy estamos ante el dilema de una Cuba que se divide entre un gobierno capitalista y un pueblo que sufre los rigores de un proyecto socialista fracasado. Se intensifica el convite entre la élite de la casta gobernante, se acumulan el descontento y la incertidumbre entre los cubanos humildes y un mutismo de muerte parece enseñorearse entre los intelectuales, guardados e intocables en su Parnaso. Ellos, que tienen tribunas y micrófonos, que tienen los conocimientos y la autoridad que éste les otorga, eligen el silencio cómplice ante la corrupción gubernamental y la ausencia total de derechos ciudadanos.

Me abrazo plenamente a la denuncia de Haroldo Dilla cuando asegura que “ya no hay motivos para ser condescendientes con la élite política cubana, incluyendo a los locuaces octogenarios que se han dado en llamar “el liderazgo histórico”. Ya no hay espacio para creer que los silencios, las críticas crípticas y las solicitudes de excusas, son el precio de una lealtad con la revolución, el socialismo y la patria, según reza el viejo lema.”

Y, en efecto, en Cuba los revolucionarios de ayer son el lastre de hoy, representan la clase más reaccionaria de la sociedad. La revolución cubana murió decenios atrás. Es tiempo ya de romper el silencio cómplice del que hablara Jesús Díaz y que recientemente ha traído a debate el investigador Haroldo Dilla.

2 Comentarios para Los intelectuales: entre la lealtad y el silencio cómplice

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Bibliotecarios de Bayamón

octubre 2nd, 2010 at 4:47 pm

Valioso alegato. Bien concentradas las ideas y sobran las razones de apoyo. Los hechos claman por si peso y se abren paso. Pero algo parece honradamente escapársele a la autora. Es que ella está diciendo ahora lo que los otros callan. Esa es la verdadera protesta intelectual por la paralización de Cuba, y ya se ve realizada en la pluma de Miriam Celaya. Ahora viene lo complementario, darla a conocer, divulgar esa verdad quemante. El instante es oportuno ya que la noticia responde a una interrogante que muchos se formulan: qué pasa con los escritores y artistas. Si ellos callan es debido a su falta de realismo o sinceridad. No cumplen su rol, pues que jóvenes resueltos como Miriam tomen la inciativa.

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Bibliotecarios de Bayamón

octubre 2nd, 2010 at 5:27 pm

No importa y quizás sea mejor que esos intelectuales reconocidos continúen callando o hablando en voz baja, bajito. Lo importante es que surjan voces nuevas como Haroldo Dilla o Miriam Celaya. Cuando salió fuera de la censura «Un Día en la Vida de Ivan Denisovitch,» A. Soljenitjin no era conocido, pero estremeció a la URSS por la veracidad de su novelita. Luego vinieron sus obras de consagración y ya es inmortal. Cuba está sedienta de innovadores que superen los sotto vocce y los conformistas que alegan un callo pisado por un miliciano para probar su protesta sin complicidad con el imperislismo. La verdad expuesta por Coco Fariñas, Las Damas de Blanco, Miriam Leyva, Raúl Rivero o Yoani Sánchez conflige con los santones latinoamericanos que impusieron el mito de la revolución cubana, mientras callaban todos sus desmanes. Sus pechos están plagados de medallones, condecoraciones, han ganado diplomas hasta para suplir sus necesidades más extremas, y la carga de hojalatería no cabria en sus pechos robustos o escuálidos, ni en los de sus señoras y venerables mamás que los trajeron al mundo. Es hora de saludar su jubilacion y hacemos una plegaria por los que guardaron el carro.
Pero los tiempos pertenecen a Miriam Celaya, Haroldo Dilla y a tantos desconocidos entre los que me permito incluir a Martin Guevara sin reserva alguna. Es la nueva generación que tiene a su cargo el desenmascaramiento de una inmensa farsa que ha podado la capacidad de opinar a tantos intectuales cubanos y del extranjero.

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Acerca de este Blog

Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".

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