El populacho Latinoamericano y En torno al reparto de la riqueza social

En: Opinión

21 Abr 2010

Pero lo que es aun más lacerante, Fidel Castro no ha sido solamente el guía indiscutible de la mayoría de sus connacionales a lo largo de los últimos decenios, sino que ha sido él además, el único líder con verdadera dimensión continental que América ha tenido en más de un siglo. Ningún dirigente de la izquierda ha sido en este continente respetado por todas las izquierdas, ninguno de la derecha por todas las derechas. Fidel Castro sí. A él lo han venerado y aplaudido desde los negros sin partido de Harlem hasta los guerrilleros de las FARC de Colombia. A él lo considera tanta gente aun hoy, cuando ya desenmascarado en todas sus maldades, prisionero de todas sus derrotas y al pie del sepulcro como un anciano más sin aquella famosa estampa guerrillera que antaño le amparaba en su leyenda, como una especie de redentor de América, que a veces me pregunto si acaso he de ser yo el equivocado y no son la justicia, la razón, la verdad, la libertad y el bien los llamados a reinar en la tierra.



EL POPULACHO LATINOAMERICANO

Reynaldo Soto Hernández.

April/20/2010
reinaldo-soto-hernandezNo hay tirano más despiadado y cruel que el populacho. No hay juez más implacable, inquisidor más rígido ni más brutal verdugo. ¿Quién si no él condenó a muerte a Jesucristo, prefiriendo salvar en su lugar la vida de un ladrón y asesino, como asegura la tradición cristiana? ¿Quién si no él ha cometido, o apoyado, a lo largo de la historia humana centenares de crímenes grotescos desde la condena contra el sabio Sócrates en la antigua Grecia hasta la lapidación de homosexuales en el Irán actual, pasando por las quemas de brujas medievales, el intento de exterminación de los judíos en la Europa de Hitler, la revolución cultural de Mao Se Tung, la delación masiva de conciudadanos en la Rusia de Stalin y el asesinato de millones en la Kampuchea de Pol Pot, entre otros tantos?
El populacho por demás es ignorante, cínico, indolente, sórdido, traidor, desvergonzado, frívolo, homicida y casi nunca sabe lo que quiere ni aun cuando se lanza enardecido a tomar La Bastilla para, sin proponérselo, partir en dos la historia de un país y de una era. Le basta al populacho casi siempre para desatar su odio agazapado; el puño en alto de cualquier energúmeno, un dedo acusador señalando el camino al objetivo contra el que descargar la bajedad moral de sus pasiones y una pizca de hambre, componente esencial en toda acción de a quienes mueven más que cualquier otras, las premuras propias del estómago.

Aquí en Latinoamérica, el caso más relevante (y extendido en el tiempo) de desbordamiento de la horda ha sido Cuba, donde en los días y años posteriores a la revolución triunfante que asumió el poder bajo la dirección de Fidel Castro, las turbas se reunían enardecidas para solicitar a voz en cuello ¡paredón, paredón, paredón!, contra el primero que se le antojase o que resultara señalado por el caprichoso dedo acusador de El Jefe ya sea que se tratase de un reciente compañero de lucha hasta muy pocas horas antes considerado un héroe, de un partidario del antiguo régimen y verdadero represor y asesino o de un asaltador de pacotilla atrapado por culpa de su mala suerte en el engranaje voluble de la masa.
Y es en ese país, tan descorazonadoramente aun hoy ajeno y nuestro, en donde se ha enseñado al populacho a vivir cultivando cada día, ¡a la vez que dándolo por honorable y justo, que eufemismos son los que de sobra ha inventado el tirano para intentar cambiar el significado de las cosas! lo más bajo y vil de la ya de por sí poco fiable condición humana. Desmanes cotidianos como los denominados “actos de repudio”, las “brigadas de respuesta rápida”, los tristemente célebres CDR creados con el fin de que cada vecino vigile a su vecino hasta en los más íntimos detalles de su vida, han de retumbar como aldabonazos de vergüenza en el corazón de cada hombre digno nacido de aquel pueblo, más que por los hechos en sí, por la cínica anuencia y la abrumadora complicidad de los cubanos.

Pero lo que es aun más lacerante, Fidel Castro no ha sido solamente el guía indiscutible de la mayoría de sus connacionales a lo largo de los últimos decenios, sino que ha sido él además, el único líder con verdadera dimensión continental que América ha tenido en más de un siglo. Ningún dirigente de la izquierda ha sido en este continente respetado por todas las izquierdas, ninguno de la derecha por todas las derechas. Fidel Castro sí. A él lo han venerado y aplaudido desde los negros sin partido de Harlem hasta los guerrilleros de las FARC de Colombia. A él lo considera tanta gente aun hoy, cuando ya desenmascarado en todas sus maldades, prisionero de todas sus derrotas y al pie del sepulcro como un anciano más sin aquella famosa estampa guerrillera que antaño le amparaba en su leyenda, como una especie de redentor de América, que a veces me pregunto si acaso he de ser yo el equivocado y no son la justicia, la razón, la verdad, la libertad y el bien los llamados a reinar en la tierra.

¿Cuál ha sido el secreto?; ¿carisma y empatía?, ¿olfato oportunista que lo supo poner en el momento justo y el lugar preciso cada vez?, ¿propaganda política? Un poco de las tres, tal vez más de la última, pero por sobre todo, su conocimiento metódico y profundo de la psicología social del populacho. El ha aprendido y perfeccionado como nadie el arte de manipular y cultivar las más bajas pasiones de los individuos, esas que se expresan más que nunca cuando no están solos, cuando se sienten parte de la horda y la posibilidad de ocultar el rostro propio detrás de la abigarrada máscara común, contribuye a opacar o diluir la conciencia personal de la culpa.

Pero qué mala suerte la de Latinoamérica que cuando se pensaba que asistíamos a los últimos actos de aquel drama, se viene a descubrir que sus lecciones no fueron a parar en saco roto: se lanza el populacho en Ecuador a atacar el congreso nacional porque se le ha antojado que sus legisladores no se abocan con el apresuramiento necesario a cumplir los caprichos del aprendiz de dictador en turno, sale a la calle en México ya a corear a un payaso que perdió en las urnas la lucha por el sillón presidencial pero que insiste en ser el presidente, ya a ocupar e incendiar las aulas de una universidad en aras de no se sabe claramente qué; elige como presidente a un retardado en Bolivia, a un ladrón en Perú y a un cínico en Nicaragua y pone a un loco al mando en Venezuela.
Un loco, un nepotista, un energúmeno, un militarote, un autócrata y un bufón al mando en Venezuela, luchando denodadamente además por ocupar el trono oscuro que en el resto de la América nuestra deja vacío el dictador cubano, con sus mismas armas: esa verborrea populachera, esa adulación irreverente y obsesiva del odio, de la vocación hacia el linchamiento político y moral, cuando no físico, de todo el que no piense como ellos y del terror revolucionaroide de la masa, como si de grandes dones se tratase. Y todo ello con la anuencia vil del populacho, con su aplauso cerrado y jubiloso que sin saberlo aleja cada día más aquel en el que dejaremos de ser horda para por primera vez volvernos pueblo.

¿Qué le espera entonces a Latinoamérica, donde su populacho hoy en el poder en tantos sitios gracias a los beneficios muchas veces dudosos de la democracia que le ha permitido elegir irresponsablemente Jefes tan a imagen y semejanza de ellos mismos cuando se desenfrenan, continúa dando un paso hacia delante y tres atrás? Pues a la vuelta de muy pocos años más opresión, más crimen, más miseria y más dependencia del vecino del norte a quien ahora con más saña que nunca le aleccionan sus caciques a odiar.

Creo que si hay un modo de que escapemos de eso, y esto es más que todo un llamamiento a esa joven aristocracia intelectual latinoamericana que en países como Venezuela no ha sido tan cobarde o tan pasiva como lo ha sido en Cuba, es librándose de caer en el juego de la adulación del populacho justificando todas sus miserias y sus iniquidades en virtud de que son la mayoría o por respeto a aquel concepto torpe de que los pueblos nunca se equivocan. Sí lo hacen y en grande, si alguien quiere un ejemplo ahí está Cuba, cincuenta años de una dictadura y todo un pueblo aun sumiso y servil ante el tirano como a la espera de que lo libre dios. Ojalá que la historia no se continúe repitiendo.

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EN TORNO AL REPARTO DE LA RIQUEZA SOCIAL

Reynaldo Soto Hernández.

El 20 de Abril de 2010

Hay una propensión natural en el hombre a acumular poder, gloria y riquezas que suele enfatizarse en esta última por tanto es el camino más viable, para alcanzar cualquiera de las otras. Se han derivado de ella hechos de una manera u otra positivos, desde el descubrimiento de América por los europeos hace ya cinco siglos hasta la conquista del espacio hace unas pocas décadas, pasando por la acumulación de capitales que tanta importancia tuvo y tiene aún para, entre otras cosas, el aumento del bienestar común en las sociedades más desarrolladas.
¿Pero hasta qué punto es esto injusto o hasta qué nivel está lastrando en la sociedad contemporánea el ya necesario y casi obligatorio advenimiento de la era moderna, que es la indiscutible plenitud del humanismo, una tendencia que más que todo es una compulsión, con todas sus crueldades, desatinos, desigualdades, caprichos y otros elementos en que influye con frecuencia mucho más el azar que el mérito particular, las habilidades personales o la inteligencia de los individuos?
Mientras Carlos Slim, el más rico de los mexicanos y dentro de posiblemente muy escaso tiempo del planeta, posee cincuenta mil millones en una fortuna que váyase a saber por qué caminos se le multiplica cada día, hay allí mismo en México millones de personas que cada día se acuestan sin comer, centenares de miles de desempleados o subempleados y decenas de miles que se auto destierran cada año para escapar de la falta de oportunidades crónica que padecen en su propia patria.
Esto, más que un simple problema de reparto desigual de la riqueza como suele decirse, yo lo considero un atentado contra la esencia moral de toda sociedad, una insolencia contra el móvil fundamental que la condicionó en su formación y que debería sostenerla en su razón de ser: la necesidad de estar unidos para complementarse unos con otros, no para expoliarse los unos a los otros como ha sido prácticamente la regla desde que comenzaron a formalizarse las sociedades humanas.
Pienso que cada sociedad le debería de poner un límite a la cantidad de poder y de riqueza que un solo hombre o una sola familia puede poseer. Y no estoy hablando ni de socialismo ni de comunismo ni de otros fantasmas igualitaristas cuyo fracaso en el pasado siglo resultó estrepitoso debido a que tenían objetivos correctos pero métodos para llegar a ellos muy errados, sino de equidad y de justicia en su sentido más elemental porque ningún individuo puede por sí mismo producir cincuenta mil millones si no es aprovechándose de los mecanismos y la infraestructura que la sociedad ha creado en su conjunto y que les pertenecen por supuesto a todos.
Es que mirándolo desde el punto de vista del ordenamiento lógico y natural de las cosas, (no dígase ya desde otros más sofisticados en lo cultural y filosófico) resulta absolutamente indigno que un solo miembro de una entidad política, económica, social y cultural en la que están inmersas tantos millones de individualidades, disponga de tantísimo más poder y más solvencia que el resto de los miembros que participan de ella en su conjunto. Máxime cuando ya la experiencia histórica nos dice que el poder más incontrolable, absoluto, despiadado, deshumanizado y cruel, sobre todo en formaciones sociales inmaduras con instituciones públicas tan corruptas y débiles como la mexicana, por citar sólo una, es el que da el dinero.
Un poder que escapa al escrutinio público y a la voluntad mayoritaria porque mientras que en el más elevado número de las sociedades modernas ya es posible elegir democráticamente a quien gobierna y a quien hace las leyes y a quien juzga, aun no se le ha ocurrido a nadie convocar elecciones para decidir quién debe ser la persona más rica del país o los individuos o grupos de individuos que van a detentar, en nombre del resto y para el bien común, el poder económico que a la postre se traduce casi siempre en el poder real por cuanto puede manipular y controlar todos los otros a través de hilos conductores que no tienen por qué estar siempre visibles.
Un poder que mirándolo bien se corresponde con una dictadura porque quienes lo alcanzan pueden detentarlo hasta donde el dinero les alcance y con la facultad de decidir sobre aspectos profundos e importantes de la vida del resto tales como la posibilidad de ganar para sí y su familia una vida decente o cuando menos digna, sin que prácticamente se les pueda impugnar en su mandato.
Es muy cierto que invariablemente van a cohabitar en toda formación de índole gregaria, se trate de la especie que se trate, por un lado; los auto marginados, los carentes de espíritu, los sin iniciativa y los francamente antisociales y por el otro; los emprendedores, los que trabajan duro con todo el interés enfocado en su mejoramiento personal, que a la larga casi siempre se traduce en contribución al desarrollo social, al mejoramiento colectivo. Como tampoco carece de razón el que aquellos no puedan recibir retributivamente de la sociedad en la misma medida que estos últimos.
Pero es al mismo tiempo inadmisible que el más rico esté tan por encima del más pobre como para que pueda darse el lujo de ignorar que éste existe y que constituye una parte inalienable de la maquinaria en que concurren todos a la hora de producir los bienes materiales para el consumo propio, porque de ésa ignorancia, o de esa alienación para emplear un término más justo, es que nacen como de una serpiente de múltiples cabezas la mayor parte de los agudísimos conflictos sociales que hoy aquejan de una forma u otra y a niveles más o menos altos a prácticamente todos los países, como son el tráfico de drogas, el robo, el asesinato y el secuestro con motivo de lucro y los movimientos populares armados.
Así pues creo que de eso se trata, de llegar a lograr que en nuestras sociedades no haya alienados por defecto tanto como de que no los haya por exceso si queremos hacer del mundo que hoy sufrimos uno más justo y limpio donde la dignidad y la valía no estén condicionadas al número de ceros de una cuenta de banco y donde nadie pueda apabullar con su dinero al otro coartándole todos los accesos a las formas consideradas decentes de labrar fortuna obligándoles a elegir caminos que se consideran menos decorosos.
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Acerca de este Blog

Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".

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