En: Opinión
26 Abr 2011A juzgar por algunos sitios oficialistas, parece que en Cuba ha surgido una nueva orientación ideológico-estratégica que incluye la utilización de términos hasta ahora demonizados por los medios de difusión del gobierno. Así, pues, «disidencia» se ha convertido en una palabra atractiva para ciertos sectores progubernamentales de barniz «reformista». Al parecer, los neo-pensadores de la vieja estructura han descubierto un filón inexplorado en su intento de renovar el desgastado e inocuo repertorio del léxico revolucionario.
Disidencia ‘revolucionaria’: ¿nueva estrategia ideológica?
Miriam Celaya, abril 25 de 2011
Un arma de doble filo: el régimen tolera a nuevos ‘críticos’ mientras éstos no toquen la esencia del sistema.
A juzgar por algunos sitios oficialistas, parece que en Cuba ha surgido una nueva orientación ideológico-estratégica que incluye la utilización de términos hasta ahora demonizados por los medios de difusión del gobierno. Así, pues, «disidencia» se ha convertido en una palabra atractiva para ciertos sectores progubernamentales de barniz «reformista». Al parecer, los neo-pensadores de la vieja estructura han descubierto un filón inexplorado en su intento de renovar el desgastado e inocuo repertorio del léxico revolucionario.
Y ya que combatir la disidencia se ha venido tornando tan difícil —al punto de llegar a publicitarla a través de los propios medios de difusión del régimen—, los llamados sectores reformistas de la ideología oficial (ésos que sí tienen permitido e instalado el acceso a la Internet) han ideado una novedosa manera de neutralizarla: crear su propia y particular «disidencia» artificial dentro de las filas de revolucionarios, una disidencia al servicio de la ideología en el poder, por muy disparatado que parezca el concepto, capaz de hacer frente a la disidencia independiente, pero cuyos voceros permanezcan bajo el cuidadoso control gubernamental que los cobija.
Hay que reconocer que se trata de una estrategia más refinada, si se compara con la burda creación de un bloque de blogueros oficiales destinados a enfrentar, sin éxito, al fenómeno bloguero alternativo surgido espontáneamente a partir de 2007. También el encarcelamiento de 75 disidentes en marzo de 2003, la mayoría de ellos periodistas independientes, constituyó un error del gobierno que entrañó un alto costo político a la dictadura. Con aquella torpeza, el gobierno no sólo perdió el apoyo de numerosos grupos de la izquierda internacional que hasta ese momento habían vivido un ciego e idílico romance con el modelo fascistoide antillano, sino que al interior de Cuba se multiplicaron los espacios alternativos y se impulsaron movimientos de la sociedad civil, de los cuales las Damas de Blanco son el ejemplo más relevante.
Obviamente, el hostigamiento frontal no ha estado dando los frutos deseados, de manera que los más lúcidos servidores del régimen han aprendido de estas experiencias y ahora se aprestan a ensayar otros métodos para desvirtuar las aspiraciones democráticas de la disidencia interna, alentar en la población las esperanzas de posibles cambios y, así, tratar de facilitar otro tiempo de gracia al maltrecho sistema.
Por eso acaban de descubrir que disidencia, lejos de ser un término diabólico, puede resultar muy útil al servicio del poder dictatorial, y en algunos círculos reformadores del sistema ha comenzado a mencionarse —como si de una nueva categoría filosófica neo-marxista se tratase— la frase revolucionarios disidentes, para designar a aquellos que discrepan con algunos elementos del régimen y señalan posibles vías de soluciones, aunque sin transformar la esencia del sistema.
Como denominador común de los disidentes revolucionarios se pueden mencionar algunos aspectos generales, por ejemplo, su renuencia a señalar a la máxima dirección de la revolución cubana como responsable de la situación actual del país; la omisión deliberada del fracaso de planes y experimentos dimanados durante decenios de la fértil imaginación de Fidel Castro; el juramento implícito de fidelidad a la revolución, a los dos hermanos Castro —síntesis de la pureza de los ideales marxistas-martianos— y al socialismo; la eterna división de la sociedad en los dos bandos antagónicos clásicos de revolucionarios (cubanos, con derechos a los «beneficios» del sistema, incluyendo el de criticar las faltas de los funcionarios que atentan contra el éxito de la revolución), y contrarrevolucionarios (una especie de no cubanos, excluidos de todo derecho, incluyendo el de disentir), es decir, la perpetuación de las exclusiones. Son, en resumen, una nueva clase de alabarderos —tal vez los mismos de siempre— pero camuflados bajo la atractiva pinta de reformistas, habida cuenta de que el viejo lenguaje de barricadas no está funcionando.
No hay dudas de que los ideólogos de la renovación están haciendo su tarea; así se evidencia en varias páginas web y entre algunos «analistas» agrupados en plataformas que se hacen llamar independientes y que para demostrar su vocación disidente (revolucionaria) han llegado al «atrevimiento» extremo de criticar ácidamente con nombres y apellidos a algunos altos funcionarios, ya anteriormente defenestrados y castigados por los dueños de esta hacienda. Diatribas post mortem, muy convincentes. Las autoridades, por su parte, muestran una plácida tolerancia ante estos nuevos críticos: ellos no han sido lapidados nunca por los medios oficiales, nadie les cuestiona en qué forma actualizan sus páginas ni se les atribuye financiamiento alguno proveniente de gobiernos extranjeros, como sí suele ocurrir con la disidencia.
Habrá que seguir de cerca esta especie de metamorfosis formal sectaria dentro de los fieles de la revolución. Como ocurre con todos los fenómenos pre-transicionales, no se trata de una experiencia nueva. Algunos gobiernos del antiguo bloque socialista, en la fase de sus estertores finales, permitieron el surgimiento de otros «partidos» y hasta de programas radiales «independientes», cuidadosamente seleccionados y controlados, en una desesperada estrategia de supervivencia; sin embargo, a la larga constituyeron espacios que estimularon la apertura de brechas por las que se escurrió el monolitismo y, con ello, el propio sistema. El gobierno cubano, probablemente en la figura del General «reformista», está jugando una carta riesgosa. A la vez, hay que reconocer que si la disidencia independiente subestima la jugada, ésta podría conducir a un reacomodo que ralentizará más aún el necesario inicio de los cambios en Cuba.
Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".