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8 Dic 2010Vargas Llosa reconoció que su decepción de la revolución cubana fue decisiva para afincarlo en la cultura democrática, equiparó a la dictadura castrista con la de Augusto Pinochet en Chile y la de los talibanes en Afganistán, y elogió la temeridad de las Damas de Blanco para enfrentar la represión en la isla.
Diciembre 7 de 2010
– En su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura 2010, el escritor Mario Vargas Llosa no se olvidó de Cuba y los cubanos.
Mario Vargas Llosa en su discurso de aceptación del premio Nobel de Literatura.
Vargas Llosa reconoció que su decepción de la revolución cubana fue decisiva para afincarlo en la cultura democrática, equiparó a la dictadura castrista con la de Augusto Pinochet en Chile y la de los talibanes en Afganistán, y elogió la temeridad de las Damas de Blanco para enfrentar la represión en la isla.
“En mi juventud, como muchos escritores de mi generación, fui marxista y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales que arreciaban en mi país, América Latina y el resto del Tercer Mundo”, recordó Vargas Llosa en una ceremonia en la Academia Sueca, en Estocolmo.
Fue un discurso marcado por las reverencias literarias, las críticas al nacionalisno que ha balcanizado a América Latina, y las confesiones de amor al Perú, a su esposa Patricia y a sus seres queridos.
“Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy –que trato de ser– fue largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios como la conversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética”, agregó.
El escritor se refirió en varias ocasiones al régimen dictatorial cubano.
Al rememorar las críticas que recibió por su vertical oposición al gobierno de Alberto Fujimori en Perú, recordó: “Pedí a los gobiernos democráticos del mundo que penalizaran al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo he hecho siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes en Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid de Africa del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Y lo volvería a hacer mañana si –el destino no lo quiera y los peruanos no lo permitan– el Perú fuera víctima una vez más de un golpe de estado que aniquilara nuestra frágil democracia”.
El autor de Conversación en la Catedral señaló que su rechazo a Fujimori estuvo en línea “con mi convicción de que una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que tardan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de las generaciones demorando la reconstrucción democrática”.
Por eso -aseveró el novelista- “las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas”.
Vargas Llosa celebró que en la región haya menos dictaduras actualmente, con excepción de Cuba “su candidata a secundarla, Venezuela, y algunas seudodemocracias populistas y payasas, como las de Bolivia y Nicaragua”, pero lamentó la falta de apoyo a los movimientos cívicos que luchan contra los regímenes totalitarios.
“Es lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo, solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los resistentes venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, que se enfrentan con temeridad a las dictaduras que sufren, se muestren a menudo complacientes no con ellos sino con sus verdugos”, afirmó.
La entrega oficial del Premio Nobel 2010 se realizará el próximo 10 de diciembre.
Texto completo del discurso, aquí.
Nota relacionada:
Vargas Llosa: “El mundo parece resignado a esperar que Castro se muera”.
Tomado de: blog CAFÉFUERTE
Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".
1 Comentario para Vargas Llosa: “Las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones”
José Miguel Pueyo
diciembre 19th, 2010 at 5:13 pm
José Miguel Pueyo, psicoanalista
Todo invita a convenir que venía a cuento, al menos desde el punto de vista de lo inconsciente, del Otro que nos habita y que determina cuanto pensamos, hacemos y deseamos, tanto más si uno no se ha analizado, que Mario Vargas Llosa le espetara a Liv Ullmann, que su experiencia con ella en un jurado de cine de Berlín fue sencillamente aterradora.
Los boletines se hacen eco de que ocurrió así en el conocido programa de la televisión estatal sueca Skavlan, nombre del apellido de su popular presentador Fredrik Skavlan. Los transparentes ojos azules de la musa del malogrado director sueco Ingmar Bergman, produjeron la inquietante impresión de salirse de unas fosas ya cuarteadas por la edad, a lo que la momentánea rigidez de un cuerpo voluminoso y contrario a las sinuosas formas de la juventud, no contribuyó a distender los efectos del sin duda atrevido comentario. No podía ser de otro modo, en realidad, en primer lugar en aquella dama de 72 años, mayor en dos que el osado contertulio, cuando el hispano escribidor apuntó, con voz profunda y clara, que siendo la actriz presidenta de aquel jurado, impuso reglas tan rígidas para evaluar los filmes, que por un tiempo desapareció para él el encanto de las películas, tanto como para pasar a ocuparse únicamente de la luz, de los efectos especiales, del sonido y de la vestimenta.
Lo que a todas luces puede considerarse como un descomedimiento tuvo como desencadenante una pregunta de Skavlan al escritor que estaba a pocas horas de recibir el premio Nobel de Literatura, ¿por qué escribe usted acerca de las dictaduras? Permítame que le diga, sentenció Vargas Llosa, que la dictadura de Ullmann en aquel jurado berlinés fue llevadera, pero otras dictaduras me han perturbado siempre, a lo que agregó que por ese motivo escribía de ellas.
Algo, pues, había perturbado la tranquilidad espiritual del renombrado escritor, un trauma, por consiguiente, funda-mental. ¿Inconfesable?, en modo alguno. Nos encontramos ante un escritor, no de los pequeños, ante esa especie de hombres que, a diferencia del común de los mortales, se caracterizan, como acertadamente advirtió Freud, por decir las cosas por su nombre, a alzarse, también, contra los diques de la represión psíquica que atenazan el decir de la mayoría de las personas. De ahí, cómo no, la aparición en escena, de modo simbólico y sintomático al mismo tiempo, del padre, del genitor de más conocido de los escritores de Arequipa. Dijo Vargas Llosa, y con ello recondujo sin duda la amistad con Liv Ullmann, que conoció a su padre cuando creía que estaba muerto. Y sin mediar lapsus alguno de tiempo añadió, ante la expresión atónica de quienes esperan un singular desenlace de una ficción verdadera, que su padre le había producido una experiencia realmente aterradora, incomparablemente peor a la que la que vivió en Berlín por parte de su amigable actriz. ¿Qué podía ser aquello tan terrible? Algunos quizá se llevaron las manos a la cabeza al imaginar que se trataba de las atrocidades sexuales perpetradas por curas católicos en niños indefensos de corta edad. No, nada de eso. Para asombro o desazón de algunos y alivio de otros, Vargas Llosa sacó a relucir a la madre, a su amantísima madre, y el dolor que le causó su padre al desterrarlo del paraíso en el que vivió diez años con la que le había dado a la luz.
Como corresponde a la insistencia del Otro, insistencia que no es sino por la ausencia de análisis, el trauma de Mario Vargas Llosa no podía sino reiterarse en el discurso del escritor de aceptación del Nobel de Literatura, reiteración de aquel trauma infantil, de aquella terrorífica experiencia que le condujo, según él mismo subrayó, a la literatura, siendo este arte el que, también según él, le salvó de la opresión que significó la figura del padre.
Me permito concluir señalando que la reiteración denuncia a las claras, y contrariamente a la opinión del ahora más nunca célebre escritor peruano, que la literatura es en muchos casos más bien un paliativo que una solución acorde con lo Real traumático, incluso el sinthome de James Joyce puede pensarse de ese modo; mientras que la separación que ejerce el padre en el alienante paraíso del niño como objeto de la falta que hace deseante al Otro que encarna la madre, lejos de ser patológica, constituye, como es conocido, la condición de la salud psíquica. Todo ello, acontecido, ciertamente, en un tiempo que es el temprano del complejo de Edipo, época en el que la función llamada del padre reclama para bien del sujeto su saludable intervención separadora.