¿Por qué no se publican en Cuba los cables de Wikileaks sobre La Habana?

En: Opinión

5 Ene 2011

¿Se puede ser enemigo acérrimo de la transparencia informativa y celebrar las filtraciones de Wikileaks? Algunos, empezando por Fidel Castro y el coro de aduladores que le siguen la corriente en los blogs oficialistas cubanos, no ven ninguna contradicción si se trata de golpear al «imperio». En un nuevo capítulo de sus Reflexiones, publicado el 15 de diciembre, el dictador semijubilado felicitaba al australiano Julian Assange por haber «puesto de rodillas moralmente al imperio», pero no daba un solo ejemplo para demostrarlo y se cuidaba mucho de reproducir los cables diplomáticos de Estados Unidos sobre Cuba.




¿Por qué no se publican en Cuba los cables de Wikileaks sobre La Habana?



Por: Bertrand de la Grange

¿Se puede ser enemigo acérrimo de la transparencia informativa y celebrar las filtraciones de Wikileaks? Algunos, empezando por Fidel Castro y el coro de aduladores que le siguen la corriente en los blogs oficialistas cubanos, no ven ninguna contradicción si se trata de golpear al «imperio». En un nuevo capítulo de sus Reflexiones, publicado el 15 de diciembre, el dictador semijubilado felicitaba al australiano Julian Assange por haber «puesto de rodillas moralmente al imperio», pero no daba un solo ejemplo para demostrarlo y se cuidaba mucho de reproducir los cables diplomáticos de Estados Unidos sobre Cuba.

En realidad, Fidel Castro no está muy satisfecho, y sus alabanzas al australiano podrían ser un simple ardid para quedar bien, mientras descarga toda su ira contra las «cinco grandes transnacionales de la información», es decir, los cinco periódicos escogidos por el propio Assange para publicar los 250.000 telegramas del Departamento de Estado. El ex presidente les acusa de usar esas filtraciones «para atacar a los países más revolucionarios» y llega al extremo de tildar a dos de esas empresas, El País y Der Spiegel, de «extremadamente mercenarias, reaccionarias y pro fascistas».

Castro sugiere que los cinco diarios habrían expurgado de común acuerdo los documentos más incómodos para Washington. Lo mismo habían dicho Evo Morales, Hugo Chávez y Daniel Ortega, que salen bastante mal parados en los cables difundidos hasta ahora. Todos esperaban una avalancha de revelaciones sobre supuestas fechorías de EE UU, y se quedaron con los colochos hechos. Ahora Castro se suma al carro de los despechados y se inventa otra de esas conspiraciones internacionales —esta vez, entre cinco medios con una sensibilidad de izquierda— que tanto predicamento tienen entre sus seguidores.

Donde sí acierta el viejo comandante es cuando señala que «las ideas pueden ser más poderosas que las armas nucleares» (el piropo está dirigido a Assange por su «audaz desafío» al imperio). Y precisamente por este motivo las ideas no pueden circular en Cuba, ni tampoco la prensa extranjera ni los cables diplomáticos que aportan detalles sobre la grave enfermedad de Castro, la catastrófica situación económica en la Isla o la omnipresencia de los servicios de inteligencia cubanos en Venezuela.

Nadie puede imaginar que Granma publique, por ejemplo, el cable «confidencial» sobre la destitución fulminante, en marzo de 2009, del vicepresidente Carlos Lage y del ministro de Relaciones Exteriores, Felipe Pérez Roque, que eran considerados —de manera errónea, creo— como los moderados del régimen y, por ende, los mejores interlocutores de la comunidad internacional. Tampoco la prensa oficialista cubana se atrevería a reproducir el telegrama del 19 de junio de 2007 sobre la muerte de la esposa de Raúl Castro, Vilma Espín. El entonces jefe de la misión diplomática estadounidense en La Habana, Michael Parmly, hace una descripción descarnada de los dos principales dirigentes de la isla. «Lo más probable es que esta pérdida no le importe mucho a Fidel Castro, pero sí tendrá un impacto relevante sobre Raúl Castro. […] Nos ha llegado la información de que Raúl Castro pasó por una depresión cuando coincidieron las enfermedades terminales de su hermano y de su mujer».

Los cables de Wikileaks revelan secretos del Estado cubano, y eso en la Isla es un delito que «se castiga hasta con pena de muerte, tanto para civiles como para militares», recordaba una agencia de prensa. Incluso existe el fusilamiento previo para impedir la revelación de secretos, como ocurrió cuando Fidel Castro mandó al paredón, en 1989, a dos de sus más cercanos colaboradores, el general Arnaldo Ochoa y el coronel Antonio de la Guardia. Ambos estaban autorizados para traficar con cocaína colombiana —el dinero servía para financiar al régimen—, pero el FBI había descubierto la trama. Fueron sacrificados para salvar a los hermanos Castro.

¿Conoceremos un día los entresijos de esas operaciones criminales dirigidas desde las más altas esferas del poder en La Habana? ¿Aparecerá un Cubaleaks que nos abra una ventana a los atropellos cometidos, dentro y fuera de la Isla, por un megalómano que se dedicó a sembrar guerrillas en todo el continente, mandó a decenas de miles de soldados a África o autorizó el uso de las valijas diplomáticas para transportar armas, droga y hasta cadáveres? Ya sabemos que muchas pruebas han sido destruidas y varios testigos eliminados, pero lo poco que queda promete ser bastante más truculento que el inocuo material difundido por Wikileaks.

Diciembre de 2010

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Acerca de este Blog

Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".

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