En: Opinión
12 Ago 2010Las verdaderas reformas en Cuba se mantienen en el horizonte. En vez de incentivar un plan integral y dinámico de cambios, se insiste en la superficialidad y el apego a otras gestiones que definen la voluntad de una clase política en evitar el desplazamiento hacia un socialismo despojado de retórica, moderno y funcional.
¿Es reformable el socialismo cubano?
Jorge Olivera Castillo, Sindical Press.
LA HABANA, Cuba, agosto.
Las verdaderas reformas en Cuba se mantienen en el horizonte. En vez de incentivar un plan integral y dinámico de cambios, se insiste en la superficialidad y el apego a otras gestiones que definen la voluntad de una clase política en evitar el desplazamiento hacia un socialismo despojado de retórica, moderno y funcional.
Lo anunciado por Raúl Castro durante en la Asamblea Nacional del Poder Popular, confirma la tendencia del régimen a preservar los principales pilares de una alicaída institucionalidad, en detrimento de un programa donde estén contempladas medidas que combinen la paulatina descentralización económica con el consecuente aumento de las más importantes libertades ciudadanas.
Quiénes pronosticaban un discurso trascendental en cuanto a la notificación de disposiciones relacionadas con un claro movimiento en dirección a los prometidos cambios estructurales, quedaron defraudados.
Al repasar el discurso del Presidente, se llega a la conclusión de que las posibilidades de rebasar el marco de la utilidad mediática para dar pasos en el terreno del pragmatismo, son nulas al menos a corto y mediano plazo. Crear falsas expectativas, podría ser uno de los fundamentos de un plan diseñado para ganar tiempo sin proceder a un desmontaje, tan siquiera parcial, del sistema.
Decir que la reciente aprobación de la Ley modificativa de la actual división político administrativa y el Código de Seguridad Vial, representan el despunte de un programa de reformas, sería muy ingenuo, al alimentar esperanzas bien distantes de la objetividad, al provenir de un contexto marcado por las complejidades y la voluntad de una élite de continuar sobre sus anquilosadas bases ideológicas.
Respecto al incremento de las licencias para ejercer los llamados trabajos por cuenta propia, con el fin de compensar los masivos despidos laborales, que afectarían a más de un millón de trabajadores en los próximos años, junto a la aplicación de un régimen tributario para quienes opten por ganarse la vida por medio de esta actividad, habría que observar los detalles alrededor de tal propuesta.
Sin medidas complementarias, y sin crear un clima favorable en el orden psicosocial y político, es imposible pensar en el éxito de este paso, que califico como un movimiento táctico para de alguna manera atenuar las dificultades que se avecinan, por medio de concesiones mínimas que no pongan en peligro la supervivencia de la nomenclatura.
En el año 1994, a raíz del recrudecimiento de la crisis económica, la aprobación del trabajo por cuenta propia no representó un avance en el camino del mejoramiento del nivel de vida de algunos sectores de la población, ni tampoco un salto en los parámetros de eficiencia y productividad del trabajo.
Con las desproporcionadas tasas tributarias y la inexistencia de un mercado que facilite la adquisición, a precios módicos, de los productos necesarios para lograr la rentabilidad en los respectivos negocios particulares, entre otros entorpecimientos, la mayoría de los esfuerzos terminaron en un gran fiasco.
Corrupción, alta cifra de inspectores sobornables y el aumento de las transacciones en el mercado negro, al tratar de obtener a menores precios las mercaderías imprescindibles para lograr una armonía entre inversión, precios al consumidor y ganancias, determinaron el abandono masivo de esta alternativa laboral por propia voluntad, o a través de una orden de clausura expedida por las autoridades estatales que supervisaban este tipo de labor.
Parece que se repetirá la fórmula de antaño. En esencia, la mentalidad de la élite totalitaria no ha cambiado. Ese lastre es suficiente para estimar que no habrá sorpresas en cuanto al advenimiento de un proceso reformista, sostenido y profundo, encabezado por el gobierno de Raúl Castro.
Los verdaderos cambios deberán esperar por otros protagonistas, casi seguro fuera o en los márgenes de una gerontocracia anclada en sus viejas costumbres conservadoras.
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Nadie a salvo
Jorge Olivera Castillo, Sindical Press.
LA HABANA, Cuba, julio
El ministro de Salud Pública, José Ramón Balaguer, de 78 años, salió el jueves 22 de julio del escenario político por la puerta de la defenestración. Tuvo mejor suerte que el ex secretario del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros, Carlos Lage, y el otrora canciller Felipe Pérez Roque. Ambos, en su momento, fueron vilipendiados y blanco de un unánime rechazo, incluso por parte de Fidel Castro, quien los aporreó en una de sus reflexiones con el fin de ampliar el margen del descrédito y certificar de manera especial su condición de cadáveres políticos.
La remoción del alto funcionario se produjo sin otros efectos posteriores a la escueta nota oficial donde se subraya que fue un pedido de Raúl Castro. En la nota se observa un discreto reconocimiento a su labor al frente del Ministerio de Salud. Además, se informa que Balaguer se reincorpora al trabajo del Partido en el Comité Central. Es decir, conserva algunas de sus prerrogativas, a no ser que tal generosidad sea un movimiento táctico para un posterior golpe, más severo, cuando las circunstancias lo permitan.
Es posible que su vieja militancia en el Partido Comunista, del cual fue uno de sus fundadores, haya sido uno de los motivos que lo libraron de un dramático despido. No se puede olvidar que es un fiel integrante del sector más ortodoxo del poder y de su proximidad al círculo de confianza de Fidel Castro.
La destitución le da mayor visibilidad a una crisis hacia el interior del poder. El nivel de contradicciones entre los miembros de la nomenclatura podría estar escalando hacia niveles críticos.
El sistema está en el tope de sus posibilidades y la amenaza de fractura ya no es una utopía. La caída de Balaguer y el ascenso de Roberto Morales, de 43 años, y actual viceministro primero de la referida entidad, es parte de un episodio con otras réplicas por venir.
Aunque es complicado desentrañar los verdaderos orígenes y todas las aristas de estos eventos, es factible pensar en motivaciones relacionadas con previos enfrentamientos entre los dogmáticos a ultranza negados a cualquier reforma, y quienes apuestan por enrumbar el sistema por la vía vietnamita, con calibradas aperturas económicas bajo la hegemonía del partido único.
Se acercan instantes de definiciones políticas, económicas y sociales. Nadie sabría predecir que pasará en Cuba en el transcurso de los próximos años.
Diversos factores objetivos y subjetivos, empujan a un contexto ajeno al inmovilismo. No son muchas las opciones de Raúl Castro cuando el tiempo se agota y el país demanda una evolución hacia formas de gobierno sin los lastres de la ideología de ordeno y mando.
José Ramón Balaguer carga con el mayor desastre en el sector, ocurrido en enero de 2010. La muerte de una treintena de pacientes, ingresados en el hospital psiquiátrico de La Habana a causa del hambre y las bajas temperaturas, puso en entredicho las publicitadas bondades del sistema de salud cubano.
Muchos esperaron su inminente remoción tras el macabro suceso. Algunas personas que se enteraron del fatal incidente por vías extraoficiales, pues apenas se publicó nada al respecto, estiman que el anuncio del despido tiene vínculos con aquella tragedia.
Es probable que sí, pero no sería el único pretexto. Dentro de la cúpula hay forcejeos, quizás violentos choques de opiniones que, sin dudas, proveerán más candidatos a la defenestración en un futuro cercano.
Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".