No sólo a los homosexuales persiguió Castro

En: Derechos Humanos

4 Sep 2010

Hoy, Castro admite que reprimió a los homosexuales en las décadas de los 60 y 70, pero no sólo ellos fueron sus víctimas. El líder comunista tuvo siempre la teoría de que la diversidad sexual era una consecuencia del capitalismo así que los homosexuales en Cuba eran catalogados como contrarrevolucionarios y el gobierno entendía que tenía que reformarlos. De esta forma fueron enviados a hacer trabajo forzoso a los campos de la UMAP al igual que todo aquel que pensara diferente.



Foto: Zulay Ortiz, escritora AOL Noticias.

Crónica: No sólo a los homosexuales persiguió Castro

Foto: Pastores evangelicos-UMAP

Published: 1/9/10

Zulay Ortiz, Escritora

AOL Noticias

Foto del UMAP: Septiembre 21 de 1966: Orlando Colás (Bautista), Joel Ajo (Metodista); Serafin (Pentecostal); Orlando (Metodista); Rigoberto Cervantes (Bautista); Orlando González (Bautista).

GUANTANAMO – De chiquita oía siempre las historias de la revolución, en medio de interminables apagones, mi papá y mi abuelo contaban los vejámenes vividos, entre una que otra pregunta inocente se fue despertando mi curiosidad y a medida que iba creciendo los entendía cada vez más, hasta que finalmente estas anécdotas se volvieron mías, tan mías que hoy me atrevo a relatarlas.

Era el año 1965, la Cuba socialista de Fidel Castro estaba en todo su apogeo y el comunismo se afilaba las garras. Mi papá tenía 19 años, acababa de salir del instituto y estaba listo para empezar la universidad como cualquier joven de su edad, claro mi padre era católico.

René Ortiz Gómez, leía la citación que lo convocaba a estar el 22 de noviembre de 1965 en un punto estratégico de la ciudad, de ahí partiría con un grupo de aproximadamente cien jóvenes guantanameros a lo que la Revolución Cubana llamó Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP). El nunca se enlistó, simplemente lo llamaron y contra su voluntad tuvo que ir.

Religiosos, admiradores de Elvis Presley, padres de familia, homosexuales, obreros de la Base Naval, estudiantes, todos hombres, entre 17 y 27 años, salieron desde Guantánamo, la provincia más oriental de Cuba, a Camagüey, específicamente a un lugar llamado Esmeralda. Fueron transportados en camiones del ejército y escoltados. El destino eran los llamados campos de concentración cubanos, unos albergues donde se dormía en el suelo, «la comida era muy mala y el trato aún peor», palabras exactas de mi papá, en una de tantas veces que me contó esta oscura historia.

Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) fue la forma más sencilla y cobarde que encontró el régimen de Castro para intimidar a la juventud que los precedía y encarrilar a estos jóvenes en las vías del comunismo. La juventud que Castro buscaba era una juventud rebelde, nada de religiones, ni ídolos del norte.

Así transcurría un día normal, «nos levantaban a las 4:00 AM, nos daban un poquito de café después de hacer una fila larguísima, nos transportaban en carretas o a pie hasta los campos de caña y gritaban que el almuerzo estaba del otro lado de la guardarraya», recuerda mi padre. Trabajaban 17 y 18 horas cortando caña, recogiendo papa o sacando piñas, en ocasiones no cumplían las metas y regresaban a las barracas extenuados. Tomaban agua de unos tanques a orilla de los campos de caña y el banquete era arroz blanco con sardina.

«El 24 de diciembre del mismo año un grupo de cinco jóvenes católicos, entre ellos yo, fuimos castigados por hacer manifestaciones religiosas», cuenta mi papá. Los llevaron a un lugar llamado Mexiquito, dentro de la misma provincia de Camagüey donde el rigor era aún peor y fueron mezclados con presos comunes, reos de La Cabaña. Mi padre recuerda con pelos y señales quienes estaban con él en ese momento: Lesly Paul, José Danger, Piris, Raúl González. ‘Fueron tres meses de hambre, de maltrato, de hostigamiento y de un trabajo arduo, con un frío insoportable’, recapitula. Vieron y vivieron el maltrato en todas sus facetas, pero en especial se ensañaban con los Testigos de Jehová, siempre fue la religión mas acosada por el régimen.

Muchos de estos jóvenes en la desesperación se auto inflingían heridas en diferentes partes del cuerpo para evitar ir a los campos de trabajo forzado. «Con mi mano izquierda enguantada y el puño cerrado, uno de mis compañeros, utilizando un machete que golpeó con un pilón me cortó el tendón del dedo anular. Así puede estar unos tres meses sin ir al campo». Mi padre tiene aún la cicatriz en su mano, pero la del alma ha sido la más difícil de borrar.

A medida que fueron pasando los meses el mundo se fue enterando de tal atrocidad y las Naciones Unidas sacaron fotos a luz pública. A partir de ese momento el Gobierno de Castro trató de dar una explicación: rebajaron las perfectamente entretejidas cercas de alambre, eliminaron las garitas de los guardias y los reflectores nocturnos. Pero había algo más que hacer, el gobierno trató de confundir a la opinión pública diciendo que estos jóvenes, en su mayoría estudiantes, eran lacras de la sociedad, personas viciosas, homosexuales y los llamaban gusanos, claro, porque así eran tratados.

Hoy, Castro admite que reprimió a los homosexuales en las décadas de los 60 y 70, pero no sólo ellos fueron sus víctimas. El líder comunista tuvo siempre la teoría de que la diversidad sexual era una consecuencia del capitalismo así que los homosexuales en Cuba eran catalogados como contrarrevolucionarios y el gobierno entendía que tenía que reformarlos. De esta forma fueron enviados a hacer trabajo forzoso a los campos de la UMAP al igual que todo aquel que pensara diferente.

Siete meses después mi papá tuvo su primer pase, volvió a casa y todo estuvo muy bien hasta el día antes de volver. ‘Me pasó algo terrible, me desesperé, grité y lloré como nunca, no quería regresar; pero tuve que hacerlo porque no había otro remedio’, cuenta con un nudo en la garganta. ‘Sabíamos que si me quedaba algo peor iba a ocurrir’.

«El Viernes Santo del año 1967, nos mandaron a formar para ir al campo a trabajar como de costumbre, muchos se negaron a levantarse», recuerda y como una provocación mayor, ese día, de almuerzo sirvieron carne de res. Después de meses sin saber lo que era un pedazo de carne la mayoría de ellos no comió y fue una forma de decirles a sus verdugos que no podían doblegar los principios de los jóvenes cubanos.

Pasaron casi tres largos años de cautiverio, en el camino mi papá conoció a Pablo Milanés, que desde entonces no se despegaba de su guitarra, al actual cardenal cubano Jaime Ortega y al hermano de un conocido líder revolucionario llamado Ciro Redondo. El 30 de junio de 1968 terminó la agonía. Ahora el Gobierno de Castro trataba de confundir a estos jóvenes, les propusieron cursar estudios para ser oficiales del ejército. «No puedo hablar por todos, pero creo que ninguno aceptó’. ‘Nos liberaron y dijeron que nos habían licenciado del ejército», explica, ‘eso nunca ocurrió’. Cuando volvieron a sus lugares de origen nadie les daba trabajo, decir que habían estado en el UMAP, cerraba todas las puertas.

‘Fue una cárcel terrible’, cuarenta y cinco años después mi papá nos cuenta la historia con el mismo dolor y la misma impotencia que sintió por aquellos años que estuvo preso de esa absurda ideología.

Por esta causa, en el año 1996, el gobierno de Estados Unidos dio asilo político a toda mi familia. La evidencia de lo vivido por mi padre: fotos, papeles amarillentos, grabaciones de sus declaraciones, permanecen archivadas en alguna gaveta de la Embajada de Estados Unidos en Cuba. Hoy, no queda más que vivir en el exilio, con los recuerdos, las frustraciones y la esperanza.

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Acerca de este Blog

Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".

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