Monigotes al fuego

En: Opinión

3 Sep 2010

Muchas veces la selección de la víctima no tiene explicación racional. Por algún motivo indeterminado alguien es objeto de los ataques de un comentarista y a partir de ese momento se crea un cliché. No importa lo que diga o haga. A cada gesto, aun al más abnegado se le busca siempre una segunda intención. Un buen ejemplo es el del cardenal Jaime Ortega. Criticó la política gubernamental y pidió cambios profundos, logró la suspensión del hostigamiento de las turbas castristas contra las Damas de Blanco, contribuyó a la excarcelación de los 52 prisioneros restantes de la Primavera Negra y obtuvo que la madre de Zapata Tamayo pudiera visitar la tumba de su hijo. Y sin embargo es acusado por un sector de la oposición de connivencia con la dictadura porque supuestamente consintió en excluir del diálogo a la disidencia…



Viernes 3 de Septiembre de 2010

By ARIEL HIDALGO

Por los años cincuenta en mi pueblo natal los niños acostumbrábamos confeccionar en Semana Santa muñecos de trapo del tamaño de una persona y el Domingo de Resurrección, sacarlos a la calle y prenderles fuego. Simbólicamente quemábamos a los judíos que, según nos decían, habían matado a Jesús. Por supuesto que no teníamos conciencia del horrible significado de aquellos actos aparentemente inocentes. Muchos años después y tras varios estudios religiosos, comprendí que si los judíos de entonces hubieran querido la muerte de Jesús, lo hubieran matado ellos mismos, pues bajo el dominio romano conservaban la potestad de condenar a muerte por lapidación a quienes presuntamente cometían sacrilegios. Pero «nuestros» judíos sí eran culpables y debían morir en una hoguera.

Eso es justamente lo que, de cierta manera, siguen haciendo numerosas personas que ya hace mucho dejaron de ser niños en relación con aquellos que sostienen otros criterios o posiciones: forjan en su mente monigotes a su medida, adversarios a su gusto con flancos vulnerables muy apropiados para luego someterlos fácilmente a las llamas de sus lenguas viperinas. En la comunidad cubana de Miami, sobre todo, no hay día en que no los quemen verbalmente en las calles, en periódicos y periodiquitos y sobre todo en comentarios radiales incendiarios tomados como guías de opinión por amplias mayorías incapaces de pensar por sí mismas. La técnica es muy simple: el blanco de los ataques es despojado de todas sus virtudes y se añaden, a los defectos reales, otros ficticios. En consecuencia, el resultado es una imagen que poco tiene que ver con la persona real. Así, por ejemplo, los opositores que apoyan el fin del embargo a Cuba se convierten en agentes encubiertos de la dictadura, y a partir de esa consideración son tratados con las mayores muestras de repudio.

Muchas veces la selección de la víctima no tiene explicación racional. Por algún motivo indeterminado alguien es objeto de los ataques de un comentarista y a partir de ese momento se crea un cliché. No importa lo que diga o haga. A cada gesto, aun al más abnegado se le busca siempre una segunda intención. Un buen ejemplo es el del cardenal Jaime Ortega. Criticó la política gubernamental y pidió cambios profundos, logró la suspensión del hostigamiento de las turbas castristas contra las Damas de Blanco, contribuyó a la excarcelación de los 52 prisioneros restantes de la Primavera Negra y obtuvo que la madre de Zapata Tamayo pudiera visitar la tumba de su hijo. Y sin embargo es acusado por un sector de la oposición de connivencia con la dictadura porque supuestamente consintió en excluir del diálogo a la disidencia y luego aceptó la imposición del destierro para los prisioneros. Aun aceptando esta interpretación, que considero errónea, ¿qué había que hacer entonces? ¿Negarse a dialogar, dejar que los presos se consumieran en las mazmorras con la probable muerte de Guillermo Fariñas en su huelga de hambre y abandonar a las Damas de Blanco al ensañamiento impune de las turbas? La diferencia de posiciones es obvia. Mientras el cardenal actúa de acuerdo con los principios cristianos, sus críticos parecen actuar como opositores fríos para quienes el fin justifica los medios y por tanto la muerte de Fariñas y el mantenimiento de los prisioneros en la cárcel permitirían continuar con efectividad la campaña anticastrista.

¿Es acaso la ingratitud uno de los rasgos de la idiosincrasia nacional?, preguntamos y nos viene a la memoria la paradójica respuesta de un político de la Cuba de antes cuando vinieron a decirle que los habitantes de cierto pueblo estaban hablando horrores de su persona: «¡Qué raro, si yo nunca he hecho nada bueno por ese pueblo!». Pero éste no es el caso. Los liberados que han llegado a España han tenido palabras de agradecimiento hacia el cardenal y también las han tenido las Damas de Blanco y otros conocidos opositores internos. Y no obstante se sigue diciendo que la carta dirigida al Papa por más de un centenar de disidentes donde califican la actitud del cardenal de «vergonzosa», refleja la postura de esa oposición. Sin embargo, cuando 74 de ellos firmaron otra carta pidiendo a los congresistas norteamericanos el fin de las restricciones a los viajes y a la venta de productos agrícolas a Cuba, entonces no era la disidencia sino «un determinado sector». Cuándo se trata de una declaración de la disidencia y cuándo de un sector de ella, parece depender de lo que se diga en el texto.

Es tiempo ya de que los cubanos maduremos como pueblo y dejemos atrás, para siempre, ese infantilismo de crear monigotes sólo con la intención de prenderles candela, porque en definitiva lo que quemamos nada tiene que ver con nuestros adversarios, sino que son sólo proyecciones subterráneas de nuestra propia conciencia, las inconscientes exteriorizaciones de nuestras propias faltas.

Infoburo@AOL.com

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Acerca de este Blog

Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".

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