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29 Ago 2010El documental «S21, la máquina de muerte del Jemer Rojo» (2004) es una hazaña moral y cinematográfica. Su autor, Rithy Panh, tenía once años en 1975, cuando los jemeres rojos tomaron el poder en Camboya y evacuaron los centros poblados. Fue internado en un campo de concentración destinado a la rehabilitación «de los vicios de la burguesía». El resto de su familia no sobrevivió.
Luciano Álvarez
El documental «S21, la máquina de muerte del Jemer Rojo» (2004) es una hazaña moral y cinematográfica. Su autor, Rithy Panh, tenía once años en 1975, cuando los jemeres rojos tomaron el poder en Camboya y evacuaron los centros poblados. Fue internado en un campo de concentración destinado a la rehabilitación «de los vicios de la burguesía». El resto de su familia no sobrevivió.
Caído el régimen de Pol Pot fue recogido por una familia francesa y estudió cine en París. En 2002, logró reunir a dos de los tres ex prisioneros que aún vivían con un grupo de ex jemeres rojos que operaban en el antiguo colegio convertido en la prisión S2. Allí fueron asesinadas, al menos, 12.000 personas y sólo siete sobrevivieron. Esos mismos guardias y oficiales comparecerían luego en el juicio que condenó a Kaing Guek Eav (a) Duch, el director de la prisión, el pasado 26 de julio.
El documental me proporciona el material para el relato que sigue.
Vann Nath, pintor y Chum Mey, mecánico vuelven al lugar de sus suplicios dispuestos a hablar con sus antiguos verdugos. Habían llegado al S21, un día de 1978, luego de un interminable viaje en un camión, de pie, con los pies engrillados.
«No hice nada malo -piensa Nath- me dejarán regresar a casa». ¿Por qué estaba allí? Porque vivía en una región bajo control enemigo. Duch, el culto asesino que dirigía la prisión disfrutaba probando pintores, por eso anotó en su ficha: «retenido», la palabra que le salvó la vida.
Vann Nath pintaba y Duch le observaba sentado en un sillón o parado detrás y le hablaba de Van Gogh o Picasso. Nath sabía «que muchos pintores habían venido a trabajar para ellos. Pero todos fueron asesinados. Algunos permanecieron uno o dos meses, otros de cuatro a diez días. No les gustaron sus dibujos, y fueron ejecutados. (…). Sobreviví porque mis pinturas les gustaban.»
La sola idea le produce una absurda culpa: «A veces pienso en ellos, eso me atormenta. ¿Por qué ellos? Algunos pintaban mejor que yo.»
Chum Mey, el mecánico llora; llora todo el tiempo, ha perdido a toda su familia y también se siente culpable. Fue detenido por sabotaje a su cooperativa, por desperdiciar tela al cortarla, porque, además «en la costura, su grupo rompía demasiadas agujas.» Eso dice el archivo donde se detalla el «Historial de las actividades de traición de Chum Mey».
Eso no es verdad, se indigna: «Me golpearon tan fuerte que no pude soportarlo más. Dije cualquier cosa». También aparece la lista de sesenta y cuatro personas a las que denunció como parte de su red de sabotaje.
«¿Has vuelto a ver a alguno de los que denunciaste?», le pregunta Vann Nath. «No, nunca los volví a ver. Cada día pienso en ellos, pido a los dioses, que si yo los denuncié… la culpa está en mi corazón.»
Los regímenes criminales no perdonan siquiera el alma de las víctimas que sobreviven.
En un cuaderno pueden leerse las instrucciones para los interrogatorios: «Hay que hacerles describir escenas de sus vidas de traición. La lectura revelará la historia secreta edificante y perfectamente clara, las causas del espionaje que los corroe por dentro, etapa por etapa, de acuerdo con nuestro plan. Es recomendable que la escriban ellos mismos, con sus propias palabras. Para ello, la tortura es inevitable. Si se necesita mucho o poco, debe evaluarlo quien la practica. Es necesario que el prisionero no muera hasta que firme su declaración.»
«Cada hombre tiene su memoria, cada uno tiene su historia Se trataba de desmontar toda su memoria y convertirla en un testimonio de traición. Los amigos y las familias se convirtieron en redes», explica Prâk Khân, uno de los miembros del equipo de interrogatorios. «Cuando se obtenían las pruebas se ejecutaba al individuo y se arrestaba a los miembros de estas redes.»
A Prâk Khânno también le tortura su memoria. No puede olvidar a Nay Nân, una hermosa estudiante de medicina de 19 años. La deseaba intensamente, pero sabía cual era su deber. «Se quebró rápido, entonces, le expliqué el método para redactar una confesión. Hay que describir una red, un partido, una actividad de sabotaje, un jefe de red.» Nay Nân escribe: «Tchen, me asignó una misión: cagar en el quirófano, para arruinar su aspecto.»
Veinticinco años más tarde Vann Nath interpela a los verdugos: Houy Him se justifica: «El mal son los jefes que dieron las órdenes. En mi corazón, yo le temía al mal. (…). Siempre fui bueno, no robo, no le hago mal a nadie, tengo dolor de cabeza; cuando me vienen a buscar para beber y comer, yo me emborracho, vuelvo y duermo.»
-Entonces ¿Se consideran a sí mismos como víctimas?
-Sí. -dice otro- Éramos todos muy jóvenes, teníamos entre 14 y 22 años. El comando S21 era el corazón de la nación, Éramos la mano derecha del partido, no podíamos dudar, había que tener determinación frente al enemigo, sea tu hermano, madre o padre.
-¿Y los niños? ¿Ellos contra quién estaban? ¿Ellos eran los enemigos?
-La jefatura del comando S21 nos dijo: Cuando el partido arresta, arresta a un enemigo del partido. Si arresta a un hombre, también se arresta a la esposa y sus niños. Si el partido los arresta, son los enemigos del partido. Si se nos ordena eliminarlos, nosotros los eliminamos.
Y así lo hicieron cada noche, bajo la mirada atenta de Duch. Mataron uno a uno, con un garrote o un pico a decenas de miles de seres humanos, pero siguen pensando como los personajes estalinistas de «La insoportable levedad del ser»: «¡No sabíamos! ¡Hemos sido engañados! ¡Creíamos de buena fe! ¡En lo más profundo de nuestras almas, somos inocentes!»
Hacia fines del siglo XIX, lord Acton escribió su célebre aforismo: «El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente.» Dentro de las numerosas formas de corrupción que provoca el poder ninguna se equipara a la aniquilación sistemática del cuerpo y el espíritu humanos. A lo largo de los espacios y los dilatados tiempos se repite el mismo miserable libreto; la misma mano canallesca parece haber redactado con mínimas variaciones los protocolos de la banalidad del mal.
Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".