Lo de Egipto, ¿en Cuba?

Estos son tiempos en que se libra una gran batalla: la de las ideas. La gran victoria, o la gran derrota, se obtendrá en la conciencia de los pueblos. Y esa batalla se libra hoy en los medios de comunicación. Obama llega a la presidencia porque fue el primer político norteamericano en usar la internet como medio fundamental de campaña. Y la caída de Mubarak se produce por el poder de celulares y computadoras que llevaron a la juventud egipcia a movilizarse sin violencia, algo que demuestra lo que reiteradamente hemos sostenido unos pocos: la posibilidad de la victoria pacífica sobre las dictaduras. ¿Por qué el gobierno cubano se preocupa tanto por las parabólicas clandestinas y no permite el acceso de la población a las redes internacionales de internet? ¿Por qué pide veinte años de cárcel a un norteamericano sólo por repartir computadoras a miembros de la comunidad judía? ¿Por qué ponen al frente de las comunicaciones al zar de la represión cubana con rango de super ministro? Porque las redes de comunicación tienen gran poder. Ese poder lo comprobamos en 1989 cuando, por las ondas clandestinas de Radio Camilo Cienfuegos de Cuba Independiente y Democrática, creamos el primer programa con las voces de los disidentes, que contribuyó a la extensión de ese movimiento por todo el país: Cuba en Vivo y en Directo, «para que cada cubano sepa qué está pasando en este momento al doblar de la esquina de su cuadra». Pero aquello no era suficiente. Para entonces estábamos lejos de contar con internet, como lejos está aún gran parte de la población cubana. Si los desterrados quieren un Egipto en Cuba, deberían primero ayudar a sus familiares y amigos de la otra orilla a superar esa carencia.

Tampoco basta decir cómo sacar a los que gobiernan, cómo salir del punto en que nos encontramos, sino hacia dónde ir. Un pensamiento de Víctor Hugo publicado el martes por esta sección viene como anillo al dedo: «En los ojos del joven, arde la llama; en los del viejo brilla la luz». El ardor de los jóvenes egipcios puso término a una dictadura de treinta años, pero nada garantiza que lo que viene sea mejor que lo que había o que nuevos problemas no se interpongan a la realización de sus sueños. Hace falta la luz que ilumina el camino.

No se engañen. Para los cubanos el después pertenece también al ahora, no se trata de una cuestión aplazable, porque muchos militares y militantes del Estado-Partido que rige en Cuba, decepcionados de la alta dirigencia, no se moverán para desplazarlos, no sólo por un sentido de falsa lealtad, ni por temor a la represión, sino porque no están seguros de que lo venidero va a ser mejor. En la población, pese al mito de la «Yuma», saben que un país subdesarrollado como Cuba no alcanzará ese fantaseado paraíso trasplantando el capitalismo miamense al archipiélago cubano –prefieren trasplantarse ellos mismos por cualquier vía–, y que por ese camino el más probable escenario será el de los países latinoamericanos o caribeños, con la miseria de gran parte de la población, la convulsiva inestabilidad política, la corrupción a todos los niveles, las gangas tipo salvatruchas y, sobre todo, las poderosas organizaciones narcotraficantes que ya se afilan los dientes con la fruta madura que caería en sus manos a sólo 90 millas del gran mercado norteamericano.

¿Qué ofrecerles, entonces, como destino por el cual valga la pena luchar? Eso no han sabido hacerlo ni la disidencia interna, ni los opositores del destierro. Pero un segmento de intelectuales y militantes descontentos, sí han sabido qué ofrecer: no el capitalismo sino un socialismo participativo donde los trabajadores reciban directamente parte de las utilidades y tengan un papel decisorio en los centros y empresas donde laboren, el reparto de las tierras, favorecer cooperativas independientes, una legislación que asegure todos los derechos laborales y ciudadanos y una política de conciliación entre todos los cubanos. Pero no han sabido cómo transmitir esas ideas a la gran masa, o no lo han creído tan importante como convencer de la conveniencia de ese modelo a una dirigencia que ahora demuestra total ausencia de voluntad de cambios a favor del pueblo. Con un programa que otorga más poder a la burocracia y de recortes y despidos masivos, se generarán, en un plazo de pocos meses, un descontento generalizado y la convicción de que nada realista puede esperarse del viejo liderato.

Las condiciones objetivas, pues, están dadas, pero no las subjetivas, las que germinan en la conciencia de la gente con la convicción de que existe una meta apetecible y un camino para alcanzarla, y eso depende del mensaje que reciban, porque como dijo el Maestro, «no nacen viables, ni de seno de pueblo en la historia, ni de seno de mujer en el hogar, los hijos que no han tenido una gestación natural y laboriosa».