En: Opinión
18 Dic 2010Fueron pinos nuevos como hubiera dicho José Martí, pero el sacrificio continuado, la entrega a una causa que defendieron hasta el último aliento los transformó en robles, en símbolos de una resistencia que ha superado toda expectativa e infinidad de vicisitudes.
La tala de los robles
Por: Pedro Corzo
Diciembre 17 de 2010
Fueron pinos nuevos como hubiera dicho José Martí, pero el sacrificio continuado, la entrega a una causa que defendieron hasta el último aliento los transformó en robles, en símbolos de una resistencia que ha superado toda expectativa e infinidad de vicisitudes.
Los robles están cayendo. Hace años que la oscuridad se viene cerniendo sobre un bosque de hombres y mujeres que en los mejores momentos de sus vidas escogieron el camino más difícil, que como es sabido es el del deber.
La guadaña está haciendo una cruda cosecha de muerte e inexorablemente, según transcurran los días, ya no son años, serán más los que integrarán el pasado, aunque los que sobrevivan quieran seguirlos viendo en presente.
Más de medio siglo de confrontación, tenacidad y perseverancia han impuesto un precio. Nunca imaginaron los que estrenaron la adolescencia en la lucha contra el totalitarismo y sobrevivieron sus brutalidades, que el proceso iba a ser tan despiadado y cruento. La realidad contrarió sus sueños y esperanzas. No importaron sacrificios ni esfuerzos. El resultado les superó la vida.
La vida la recorrieron conscientes del camino que les correspondían. La adversidad fue vencida por las convicciones. Cierto que tomaron el descanso de la familia, los hijos y los nietos, pero nunca dejaron la ruta. Permanecieron comprometidos. No fueron seducidos por una existencia en las que sus obligaciones con la tierra en la que habían nacido, no estuvieran presentes.
Las frustraciones y los desencantos no impidieron que continuaran hasta el último suspiro mirando el sol de frente y exigiendo para los demás lo que anhelaban para ellos. Escogieron su destino y la manera de vivir, una condición que demanda una entereza moral extrema.
Fue Cronos, no la dictadura y sus feroces esbirros, quien venció a hombres como Gustavo «El Coronel» Rodríguez Pulido, Reinaldo «El Chino» Aquit Manrique, José «Pepe» Fernández Vera o Rigoberto «El Látigo» Acosta y los muchísimos que le precedieron y los innumerables que seguirán sus pasos.
Gustavo Rodríguez Pulido era un cubano sin tachas. Su sentido de la amistad y la fidelidad a la familia, se igualaba con sus deberes con la Patria. En el Presidio, en Venezuela después, y en Estados Unidos más tarde, siempre trabajó a favor de la libertad de Cuba y los cubanos. El determinó cuándo morir, enfrentó el final de frente, sin claudicar, como hizo siempre en vida.
Reinaldo Aquit estaba hecho de la madera de los héroes y mártires. Luchó contra la dictadura y vio morir en el paredón a varios de sus compañeros. Uno de los caídos fue su hermano Diosdado, asesinado en el presidio de Isla de Pinos.
En el exilio no le ganó el descanso y menos el retiro. Estudió, trabajó. Paralelo a la vida de hogar continuó la lucha por la democracia en Cuba. Constituyó agrupaciones contrarias al castrismo y fueron solidarios con todos los que asumieron la confrontación como medio para derrocar la dictadura.
Rigoberto Acosta fue un campesino sin estudios, que supo defender sus derechos con más coraje que el mejor de los letrados. Enfrentó simulacros de fusilamiento, cumplió largos años de cárcel y practicó con sus compañeros de cautiverio una fraternidad ilimitada.
La crueldad del enemigo no endureció su alma. Atendía a los amigos enfermos, era capaz de alimentarlos, de velar sus sueños, y cuidarlos como el más comprometido de los enfermeros.
Su lucha contra el castrocomunismo no se circunscribía a Cuba, por lo que no dudó en viajar a Nicaragua para con las armas en las manos combatir el sandinocomunismo. Viajó a escondidas, sin ayuda de ningún gobierno, y siempre pagó el precio por defender sus ideales.
a primera quebradura del corazón de Rigoberto Acosta tuvo lugar en Nicaragua. Allí le falló por primera vez un corazón que le quedó chico a la grandeza de su alma.
«Pepe» Fernández Vera fue pionero en la lucha contra el castrismo. Un conversador infatigable, porfiado hasta agotar a sus rivales. Seguro de sí mismo. Firme en sus convicciones. Dotado de una memoria prodigiosa y de una simpatía contagiosa. Sus «guajiros» no tenían defectos y los alzados del Escambray eran los hombres más valientes que habían nacido en Cuba.
Después de estar preso muchos años, fue desplazado a los Pueblos Cautivos. Jamás se dio por vencido y la muerte para derribarlo tuvo que tomarlo por sorpresa.
Muchos robles han caído. Eusebio Peñalver, Mario Chanes de Armas, Rafael Cabezas, el infatigable Rolando Borges. Muchos han partido. La muerte les ganó la partida pero no el decoro. ¿Quién será el próximo en partir sin haber sido nunca vencido?
Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".