En: Opinión
5 Ene 2011En una mezcla de verdades y falsas apreciaciones de una visión de la realidad cubana el señor Farrar sobredimensiona el rol que pueden jugar ciertos actores de la sociedad cubana en la democratización de la Isla. El juicio se produce con detrimento de los más connotados exponentes de la oposición establecida.
La onda expansiva de Wikileaks llega a Cuba.
Por: Miguel Saludes
Periodista independiente
Enero 4 de 2011
El caso Wikileaks queda como unos de los hechos noticiosos más connotados del año que cierra y que indudablemente continuará despertando interés en el entrante 2011. Los textos de cables filtrados y publicados por el genio de un intruso cibernético causaron un profundo impacto en el entorno político de Estados Unidos, el más afectado por el desnudamiento de lo que se suponían documentos confidenciales para la nomenclatura militar y diplomática norteamericana. Pero los efectos también se hicieron sentir, como onda expansiva, en los traspatios de aquellos países vinculados de alguna con la gran potencia a través de los vericuetos de las relaciones internacionales.
Cuba no pasó desapercibida en este episodio. La indiscreción de Wikileaks puso de manifiesto las estrechas relaciones con el gobierno chavista, estado paupérrimo de la economía nacional, eventos relativos a la enfermedad secreta del gobernante en Jefe, la situación desastrosa del sistema de salud pública (carta de presentación del castrismo) y la problemática política interna en la Isla bajo el mando raulista aparecen resaltados por este rollo.
Entre los documentos filtrados que despertó interés en los medios está un informe del Jefe de la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana referente a la disidencia interna cubana y a las prioridades en las que debe enfocarse el gobierno de su país sobre este tema. La opinión del representante diplomático norteamericano Jonathan Farrar, fechada el 15 de abril del 2009, así como algunas reacciones surgidas al calor de su dictamen “confidencial”, merecen un detenimiento.
En una mezcla de verdades y falsas apreciaciones de una visión de la realidad cubana el señor Farrar sobredimensiona el rol que pueden jugar ciertos actores de la sociedad cubana en la democratización de la Isla. El juicio se produce con detrimento de los más connotados exponentes de la oposición establecida.
Vale notar el criterio sobre la edad de los líderes de la disidencia. Pareciera que pasar de los cincuenta quita peso a un sector que comenzó su lucha contra la dictadura cuando estaban en plena juventud.
Otro señalamiento crítico a destacar se basa en el escaso contacto de la oposición con los más jóvenes, así como lo que se considera falta de atractivo de los primeros entre los cubanos que cuentan con menos de treinta años. El dilema ha sido explicado en anteriores informes enviados por misma Oficina de Intereses, donde se expone la realidad de una juventud que busca salir del país a través de todos los medios, incluido el refugio por razones políticas. En dichas exposiciones se indica acertadamente que la mayoría de aquellos blogueros, músicos, artistas plásticos, con cierto impacto local, y que adoptan posiciones “rebeldes” hacia el sistema, evitan ser etiquetados como disidentes.
A los que hablan de desconexiones habría que preguntarles en que lugar generacional colocarían a Orlando Zapata Tamayo. Si en la de los jóvenes rebeldes, muchos más confiables y mejores que sus antecesores en la lucha cívica o dentro de esa misma disidencia a la que ahora apuntan con dedo aniquilador. Sin miedo al equívoco creo que perteneció a ambas, al igual que Fariñas, Regis, los hermanos Ferrer García y otros tantos.
Que la representación norteamericana en La Habana asuma que la sucesión política en Cuba procederá de las propias filas del régimen nos en su descubrimiento. Ocurrió en experiencias más abiertas, con participación abrumadora del movimiento opositor vinculado a las masas obreras y estudiantiles, donde no pudo ser descartada la inclusión final de los que navegaron en la nave comunista antes de enrumbar la ruta democrática. Pero ese criterio no debe servir para restar importancia a los que con empeño fuerzan con su actitud el cambio o la salida democrática en Cuba. Mucho menos para anularlos.
Otro detalle en el informe de Farrar es la valoración sobre las emisiones desde el exilio, específicamente las de Radio Martí, calificadas como un símbolo de miedo y freno a los cambios, por los temores que siembra entre la oposición acerca de la influencia negativa del exilio en un hipotético cambio democrático. No es secreto que en todas partes, el destierro incluido, existes gentes con intenciones torcidas. Pero los que luchan por la democracia dentro de Cuba saben distinguir sin caer en generalizaciones. Muy al contrario si algo debe atemorizar es la idealización que desde la Isla no pocos hacen del exterior y la ayuda futura que desde allí pueda venir en un proceso de apertura democrática.
Queda por mencionar una omisión en el informe desnudado por el indiscreto Wikileaks. Se trata de la figura de un exilio que parece esquinado cuando se habla de las posibilidades de cambio en su país. En Estados Unidos y en otras partes del mundo, residen numerosos compatriotas ex patriados por razones políticas. Entre estos hay muchos jóvenes, crecidos al calor de la lucha contra la opresión totalitaria en su patria, gestores del proyecto Varela, periodistas independientes, líderes y miembros de diferentes corrientes políticas, filósofos, en fin, personas concretas que no pueden ser desvinculadas de un eventual proceso democratizador por el que han dado todo su esfuerzo y para el que parecen no contar.
El Proyecto Varela, el paso más cercano de una oposición conectada a la gente común, puso en color rojo las alarmas totalitarias que vieron con precisión el peligro y lo atacaron usando todas sus fuerzas, apoyados incluso por la ayuda involuntaria que supieron compulsar entre sus más encarnizados oponentes en la Isla y en el exilio. En esas condiciones es difícil gestar una propuesta de unidad mayoritaria, coaligada en un partido o programa definido y concreto. Para estorbar y acabar con el intento sobran ideas y mentes. A veces hasta las amistosas recomendaciones de un diplomático bien intencionado bastan para tal cometido.
Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".