En: Destacados
30 Abr 2010Me niego a aceptarlo. Orlando Zapata, un cubano al que jamás conocí, cuyas ideas o principios o valores humanos desconozco, cuya conducta no puedo siquiera valorar objetivamente por la desinformación y manipulación a la que en estos temas nos condena la prensa oficial de mi país, tuvo el coraje, que en cubano se traduce como “tuvo los cojones”, de ser consecuente con sus ideas. Supo hacer lo que tantos lemas gastados, tantas frases de Tribuna no podrán englobar tras la retórica: dar la vida por su causa.
La muerte que nunca debió ser
publicado el jueves, abril 29, 2010
Por Ernesto Morales, periodista cubano radicado en Bayamo
Las últimas imágenes se extinguieron desde un plano aéreo, visión de una Isla que desfilaba a un costado del malecón habanero, y yo advertía que para entonces mi estado de ánimo había variado drásticamente. El Noticiero Nacional de Televisión del lunes primero de marzo, lo consiguió de golpe. Diez minutos antes yo vivía mi propia vida y pensaba en mis propios muertos. Pero luego de ver el desamparo en los ojos de Reina Luisa Tamayo, una anciana de piel oscura y palabras simples que en este segundo, estoy seguro, aún llora lo que nunca una madre debería llorar -la muerte de su hijo- no pude ser el mismo de instantes atrás.
Si algo debería agradecer a las impúdicas cámaras ocultas que, violando cualquier precepto ético y moral, filmaron a esta mujer durante una consulta médica, mostrando sus ingenuas esperanzas en aquellos hombres de bata blanca a quienes pedía le salvaran a su hijo, es precisamente eso: haberme enseñado su rostro. Conocer sus rasgos para confirmar lo que de antemano suponía: esta pobre mujer no puede, no podrá comprender jamás, la muerte de su hijo Orlando Zapata Tamayo, el prisionero de conciencia que en mi Cuba dolorosa dejó de respirar el pasado 23 de febrero, luego de 86 días en huelga de hambre. A lo sumo, Reina Luisa sabe del dolor y desde ahora, probablemente del odio. Pero no mucho de ideología ni de política.
Y no podrá comprender por qué ha debido cubrir con tierra el maltrecho cuerpo de su hijo porque ni siquiera yo, ni ninguno de los seres civilizados que nos enorgullecemos de nuestra especie, podremos entender la muerte de un cubano de 42 años de edad que agonizó estertóreamente, lacerando su cuerpo a fuerza de inanición, por reclamar con una valentía épica, y por qué no, un tanto ortodoxa, lo que desde su simpleza consideraba sus derechos inalienables. En resumen, lo que diríamos una prisión digna.
Esta muerte da vértigo. Desconcierta. Esta muerte que no debió ser nos duele a quienes creemos en lo mejor del ser humano, que no son sus posturas ideológicas sino sus sentimientos.
Y me lleva a cuestionarme, inevitablemente, por esta Isla que muchos habitan con orgullo, otros con pesar, y otros con la certeza de que toda ella es de su propiedad privada. Pienso en la barbarie civilizada, y en cómo en nombre de causas pretendidamente justas, un Gobierno puede provocar lo peor en aquellos sobre quienes gobierna: deshumanizarlos.
Alguien me dijo hace muy poco: tenemos un país enfermo. Y yo digo: sí, enfermo de desidia, de rencores, de sentimientos degradantes. No puede estar sano un país donde la Televisión Nacional exhibe en su Noticiero Estelar semejante material ignominioso, y donde luego de verlo millones y millones de ojos, de procesarlo millones de cerebros, no se generan manifestaciones de protesta, y ni siquiera movimientos importantes que cuestionen el hecho. Que pidan verdaderas explicaciones por lo no dicho, por lo ocultado con toda intención.
Pienso: la autora de ese material, la periodista que prestó su intelecto para semejante infamia, vive en este país nuestro, de seguro tiene familia, quizá hijos. Esta periodista está tristemente enferma de mentiras.
¿Fue un error repetido, todas las veces que se transmitió en varios espacios informativos, que no apareciera el crédito a su autora? ¿O es que ésta misma decidió, por prudencia de última hora, ocultar su identidad tras la mampara de una voz en off? Muchos la identificaron, asumieron su conocido nombre de periodista televisiva, pero ella, sospechosamente, prefirió suprimirlo. Me pregunto cómo podrá dormir en paz alguien que debería tener a la verdad por credo, a la objetividad por santo y seña, luego de manipular de semejante manera un caso que a todos nos debería provocar, cuando menos, una oleada de vergüenza.
Orlando Zapata Tamayo fue apresado durante la conocida Primavera Negra. No figuraba entre los más mediáticos nombres de los 75 periodistas independientes condenados porque en lugar de pensador, jornalista o intelectual, se trataba de un humilde albañil que ejecutó con franco radicalismo su labor de oposición, y cuya condena inicial de tres años de privación de libertad tuvo por causa sus manifestaciones públicas contra aquella oleada de encarcelamientos del 2003.
Sin embargo, una vez tras barrotes, esa condena se elevó a la astronómica cifra de 25 años, por desacato a las autoridades, terminología que en la práctica significó negarse a usar el uniforme carcelario y ser tratado como un presidiario común. Desde entonces, el obrero de otrora, nacido en Banes, municipio de Holguín, figuró como uno de los recalcitrantes “contrarrevolucionarios”, que se negaba a ser tratado como criminal común, y oponía su actitud infranqueable a quienes pretendían doblegarlo por la fuerza.
Ese fue la génesis de la tragedia. Mejor dicho, su primer acto. El segundo y decisivo se inauguró en el mes de diciembre de 2009, cuando Orlando Zapata se declaró formalmente en huelga de hambre.
¿Qué exigía este prisionero con su ayuno voluntario? El reportaje de la Televisión Cubana dijo, frío y despectivo: “un televisor, una cocina, y un teléfono en su celda”. Según palabras de su madre: “tener las mismas condiciones de vida que tuvo Fidel Castro cuando fue prisionero político de Fulgencio Batista. Las mismas condiciones de vida que tienen los cinco cubanos presos en los Estados Unidos”.
Quizás Orlando Zapata no pensó que su resolución le enviaría de bruces a la muerte. Pero de lo que estoy seguro, es que las autoridades de Kilo 8 (la prisión de Camagüey donde se encontraba recluido) jamás imaginaron que permanecería marmóreamente firme en su postura. Aunque ello le extirpara la vida.
Un reportaje que no explica causas no puede llamarse periodismo. El material exhibido en nuestra televisión se dedicaba a “desmontar” el argumento de que Zapata Tamayo no fue atendido por médicos, cuando su estado lo requirió. Nada más. Nunca explicó a sus millones de televidentes cómo fue posible que la arrogancia del régimen carcelario permitiera la progresiva depauperación de un hombre joven que no pedía imposibles.
La pregunta no es “¿Qué hicieron los médicos camagüeyanos para tratar de devolverle la vida a un cuerpo desecado por el hambre?” Eso lo suponemos: un médico que sienta en el corazón el sagrado deber de salvar vidas, no podía haber hecho otra cosa que luchar a brazo partido contra una muerte que ya les había ganado a todos la pelea. La pregunta es: “¿Cómo es posible que se haya desoído tan impávidamente los reclamos de un prisionero cuyo delito fue pensar diferente, para que en el momento de ingresarle en un hospital su deterioro volviera estéril cualquier empeño por salvarle?” ¿Es que Orlando Zapata Tamayo escogió un lento y horrendo suicidio? ¿Es que no amaba su vida? ¿Fue un irresponsable, como intenta hacernos ver la Televisión Cubana, que no midió el alcance de sus actos, que no sentía el martirio de su cuerpo hambriento?
Me niego a aceptarlo. Orlando Zapata, un cubano al que jamás conocí, cuyas ideas o principios o valores humanos desconozco, cuya conducta no puedo siquiera valorar objetivamente por la desinformación y manipulación a la que en estos temas nos condena la prensa oficial de mi país, tuvo el coraje, que en cubano se traduce como “tuvo los cojones”, de ser consecuente con sus ideas. Supo hacer lo que tantos lemas gastados, tantas frases de Tribuna no podrán englobar tras la retórica: dar la vida por su causa.
El reportaje televisivo debe ser almacenado en nuestras mentes. Cuando dentro de quién sabe cuánto construyamos un país mejor, ejemplos como este nos enseñarán hasta dónde se pudo llegar. ¿Hasta dónde?, hasta exhibir públicamente filmaciones ocultas de esa mujer desesperada, que agradecía cualquier palabra de aliento que le devolviera la fe en la vida de su hijo, y cuyas palabras (o las que pretendían serlo) serían ventiladas sin el más mínimo respeto a su integridad, sus derechos, o su dolor. Presentar, una vez más, conversaciones telefónicas privadas, grabadas en un celoso proceso de espionaje demasiado parecido al que tanto criticó la prensa oficial cubana en George W. Bush, con la diferencia de que al menos los servicios de inteligencia del nefasto ex presidente, ocultaban dichas grabaciones. No las publicaban en un horario estelar de la televisión estadounidense.
¿Se puede caer más bajo? Se puede: detrás de la foto de Orlando Zapata que mostraba la pantalla, una imagen de ceño fruncido y expresión malévola celosamente escogida para presentarla al público cubano, la autora del material contrapuso una de esas marchas multitudinarias que tan bien conocemos los cubanos. Ese millón de habaneros que reptaban a un costado del malecón, en el lenguaje visual de este reportaje, le contestaban enérgicamente a Orlando Zapata. Le contestaban, según palabras textuales de aquella etérea voz en off, con puños en alto, a sus chantajes y provocaciones.
Ni una sola opinión contraria. Ni una argumentación en sentido inverso. Ni un testimonio de las condiciones de vida que tuvo este prisionero de conciencia, y que le llevaron a su fatal protesta. Es decir: Orlando Zapata no fue un “plantado” que se negó a aceptarse como criminal común y exigió sus derechos. No. Orlando Zapata fue una víctima de quienes le inyectaron la idea de esta rebeldía, de las lacras contrarrevolucionarias que le empujaron a la muerte. Así de simple.
Para estos captores de la verdad, el principio del desacuerdo con sus ideas es un concepto tan vago, tan inexistente, que solo de esta manera pueden comprender que un cubano de 42 años paralice su estómago para reclamar ser tratado con respeto. Solo así: como una irresponsabilidad. Como una ingenuidad aprovechada por el verdadero enemigo.
Otra vez, como dijera Eduardo Galeano: Cuba duele.
Nos duele a quienes no aceptamos que cosas como estas sean posibles, que muertes como éstas se materialicen, que sufrimientos como éstos tengan lugar ante nuestras narices. Nos duele a quienes creemos que en lugar de enterrar seres con opiniones distintas, ya es hora de desenterrar sus ideas y construir con todas, las acertadas y las disparatadas, las agudas y las evidentes, una nación más plural y tolerante.
Y debería dolerle a todo aquel que piense en Martí, preso a los dieciséis años, víctima de abusos y crueldades, por ser un opositor político. Debería dolerle a todo aquel que piense en Mandela, encarcelado 28 enormes años por contraponer sus ideas a un sistema excluyente. Sí, por ser un opositor. Debería sentirlo en la carne todo cubano digno, porque uno más de los nuestros, de los que nacieron bajo el mismo sol, de los que construyeron casas con sus manos, de los que sufrieron carencias y rieron a carcajadas, de los que bebieron ron alguna vez, quizás, y soñó con un país distinto del que le imponían, murió de una muerte que jamás debió ser.
Si nuestra bandera no costara divisas en esta Cuba tropical, y en consecuencia, si cada uno de nosotros la tuviera izada en algún sitio de nuestras casas, elevarla a media asta (aunque no se trate de un mandatario o un hombre de fama) sería una justa manera de guardar un silencio decoroso ante la muerte de este hombre desconocido. Sería una manera de preservar nuestra última riqueza: la dignidad humana.
Y contra eso, ningún desventurado reportaje puede hacer nada.
——————————————– o ——————————————–
Votantes por miedo.
Opinión/ Votaciones… ¿Que voto?
Cubamatinal/ El “sistema electoral cubano” supuestamente elige un aparato de no-gobierno (como los no-cumpleaños de Alicia en el País de las Maravillas) el “Poder Popular”, que en el barrio tiene la función de servir de cabeza de turco de las quejas, con “delegados” que nada pueden resolver, porque el verdadero poder lo tienen los jefes de empresa y organismos que nadie eligió y son nombrados por el verdadero Estado.
Por Jaime Leygonier
La Habana, 25 de abril /CihPress/ Los delegados son el colchón entre el Estado y el pueblo. El pueblo pide soluciones pequeñas como una llave de paso, una tapa de tanque de agua, reparaciones – ya se aburrieron desde 1976 de pedir imposibles, como que el pan no lo hagan tan malo.
Y los delegados en triste papel de recaderos deben solicitarlo a los jefes de empresa, quienes los otorgan o no. Nada o muy poco resuelven. El Estado gana en que culpen al delegado y no a él y los delegados ganan concluir su “mandato” desprestigiados y con sus casas reparadas y bonitas.
“Arriba”, la Asamblea Nacional del Poder Popular, menos que la corte de un zar es una claque que el glorioso consejo de ancianos reúne dos veces al año a aplaudir y aprobar todo, unánimes sin el menor debate, como en vida de Fidel Castro. – Bueno, vive: según el cartesiano, o castrociano: “Reflexiona en la prensa (y algunos cuentan que lo vieron) luego existe”.
Si las “elecciones” en el barrio son más o menos comprensibles, no hay quien las entienda cuando son para la Asamblea Nacional, cada 5 años, pues, si la gente votara por uno u otro, ninguno obtendría los votos reglamentarios para validar su elección.
Así ocurrió una vez, nudo estrictamente matemático que cortó Castro I° con disponer “el voto unido”: “Votar por todos porque todos son buenos”- es decir, elecciones para no elegir, sino votar “por todos” sin elección.
Sólo se comprende cuan incomprensible es todo cuando la prensa y los discursos intentan explicarlo y bajo toneladas de sofismas perfumados sale el mal olor de la verdad: En este “sistema más democrático del mundo” no existe ningún sistema de elecciones, ni “delegados”, ni “parlamento cubano”.
El pueblo lo explica breve y perfectamente: “Mandan ellos”. ¿Quiénes? “! Los que mandan!”. Juzga ocioso menos laconismo y, si le exigimos explique, agregará: Los “vive bien”, “los yimbe” (de mayimbe voz de origen africano devenida sinónimo de jefe indiscutible y guapo).
Hace pocos años decían “Fidel es el que manda, el caballo (el numero 1) el mayimbe. Fidel es el que más méa (referencia zoológica al macho que marca el territorio levantando la pata) pero desde que “YO EL SUPREMO” desapareció y vino envuelto en sus cargos un príncipe heredero que no gusta decir “YO sino diluirse en el “nosotros”, la gente los define como “Ellos”, contrapuestos a “nosotros” “los de abajo”. !Y hasta discursos y periódicos ponen aparte al Gobierno y al pueblo!
Pero no importa lo que piense y diga la gente, cuántas gestiones estén haciendo para emigrar a E.E.U.U. y cuan perjudicados se sientan por la “Corporación ellos”, aun van a “votar” cuando lo mandan, y explican que lo hacen por miedo, principalmente a que por no “votar” les perjudiquen a sus hijos jóvenes o niños.
Muchos agregan que su voto no importa, todo seguirá igual y no vale la pena el riesgo de negarse. Sé de una señora que afirma que por ser muy espiritual desdeña tanto la sucia política que… le da igual y vota por el primer nombre de la lista.
Las vísperas una vecina me dijo, sin que yo le preguntara nada: “Yo no iría a votar, pero tengo a mi hijo… ¿Y si me lo perjudican?”
El domingo 25 de abril “eligieron a los delegados municipales”- que nadie conoce ni verá jamás – y un hermano católico, a quien le sube la presión cuando habla de “ellos” y “de la situación”, me dijo:
– Hoy serví de confesor a todos los de mi cuadra que iban a votar (Los cubanos hablamos por parábolas y nos entendemos).
– Sí. Me asomé temprano y vi desfilar a mis vecinos que iban a votar: “Buenos días”.” Buenos días” y varios se pararon a darme explicaciones que yo no pedí: “Yo no iría a votar, pero !imagínate!, capaz de que me boten del trabajo” o “mi hijo estudia” o “mi hijo trabaja en tal organismo”.!Hasta unos que trabajan en el Arzobispado! Y !uno que es ciudadano español!, o al menos dice que lo es. La mandadera que habla mal constantemente del Gobierno, peor que yo, pasó tempranito como escondiéndose de mí, a esa si “la sazoné”: ! Fulaaaana! !Tuuuuú vas a votaaaar!”. Y ella avergonzada: ” ¿Sabes?
Yo lo hago por no perjudicar a mi nieto”. “Yo también tengo nietos y no voto”.
Este “confesor” no absuelve a sus vecinos. La Iglesia sí es comprensiva: Cuba es el único país del mundo en que los obispos y sacerdotes no aconsejan votar contra candidatos abortistas o, tan sólo, votar siguiendo a la conciencia.
Según las cifras de votantes !hasta los 70, 000 testigos de Jehová votan por el comunismo! Uno me explico que votan por obediencia al Estado pero echan la boleta en blanco.
Cada vez son más los cubanos que no asisten a “votar” y muchísimos más los que asisten y anulan la boleta garabateándola, algunos escribiendo insultos, o la entregan en blanco.
Esto último conveniente a las mesas electorales que las llenan como les parece. Un opositor me contó hace años que presenció un conteo de votos en que a una boleta en blanco la examinaron a contraluz y discutieron largamente si un punto casi microscópico era marca del papel o la marca del votante y de cuál de los dos nombres de candidato estaba más cercana.
La astucia de Castro en 1976 de dar “derecho al voto” a partir de los 16 años de edad, para garantizarse el voto de una masa de adolescentes adoctrinados, se vuelve contra el régimen pues los adolescentes son los que hoy anulan más boletas. Y alardean de ello.
Este 25 el Gobierno, inusualmente, declaró que hasta las 3 de la tarde solamente había ido a votar un setentaitanto por ciento.
Luego publico que a las 5 de la tarde había votado el 93.45% .O la gente esta ya muy cansada y aumento el abstencionismo o el Gobierno decidió engañar con cifras más creíbles que sus acostumbrados 99.99%.
Jamás informan el numero de boletas en blanco y anuladas como protesta.
El alma de esclavo fue bien remachada durante 50 años en muchos, creándoles miedo cerval a represalias.
Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".