La infamia sin fin

El 23 de febrero del 2010 falleció en La Habana el preso político Orlando Zapata Tamayo, como resultado de una huelga de hambre de 86 días, 18 de ellos sin ingerir agua como castigo impuesto por sus carceleros. A esto se sumaron golpizas y maltratos, relatados por sus compañeros de presidio. Su única petición -recibir un trato más digno para los prisioneros políticos- fue respondida por el régimen castrista y sus voceros con burlas y bravuconadas, aun después de su muerte. Su madre, Reina Tamayo, ha soportado desde entonces golpizas de turbas paramilitares que le han provocado lesiones de consideración. Cada domingo, efectivos militares impiden que la señora Reina marche a la Iglesia y al cementerio donde descansan los restos de su hijo, siendo arrestada en innumerables ocasiones junto a sus cercanos. Su ciudad está rodeada por militares para evitar cualquier movilización que recuerde la muerte de Zapata Tamayo.

Hace un año advertíamos que la infamia había llegado a sus niveles más altos en Cuba. Hoy, el gobierno cubano no sólo actúa con violencia contra los opositores dentro o fuera de la isla; también se atreve el señor Fidel Castro a defender a Moammar Jaddafi, cuando centenares de cadáveres yacen en la calles de Benghazi y Trípoli refutando sus dichos.

Es lamentable escuchar también que uno de los presuntos asesinos del senador Jaime Guzmán goza de asilo en Cuba, como si el crimen de que se le acusa fuera algo más que el vulgar asesinato de un hombre desarmado. Sabemos que buena parte del pueblo de Chile no compartió las ideas del señor Guzmán. Pero esas ideas debieron ser combatidas con ideas con claro sentido democrático.

Es impresentable, entonces, que La Habana llame «terroristas» a los opositores pacíficos y tenga la desfachatez de refugiar al partícipe de un asesinato, de defender a un genocida y de hacer uso del terrorismo de Estado contra una familia que llora a uno de los suyos.

No hay dudas, la infamia ha llegado a sus niveles más altos en Cuba.

Mijail Bonito Lovio