En: Derechos Humanos
26 Mar 2010Las mismas Damas de Blanco dan fe de ello: En los kilómetros que caminaron desde la casa de Laura Pollán hasta el Parque Villalón sólo recibieron muestras de simpatía o indiferencia, jamás de hostilidad; pero al arribo a este último paraje surgió como por encanto la “indignación de las masas enardecidas”: comenzó el gigantesco acto de repudio que esas valerosas mujeres tuvieron que sufrir durante horas hasta retornar al punto de partida.
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INDIGNACIÓN A PLAZO FIJO
El 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos, presenciamos la arremetida represiva del régimen castrista, centrada en las dignas Damas de Blanco. Los noticieros de televisión, fieles a las consignas del tenebroso Departamento de Orientación Revolucionaria, transmitieron un reportaje con escenas del hostigamiento contra esas mujeres admirables. No había que ser muy inteligente para comprender el objetivo de la inusual exhibición: atemorizar a los descontentos.
Otra vez se echó mano del pretexto escuchado antes: “Es la reacción espontánea del pueblo, indignado por las provocaciones de los asalariados del gobierno norteamericano”.
La nueva repetición de esta calumnia me hizo pensar en los notables vaivenes de la actuación popular: basta comparar —por ejemplo— la virulencia de los brutales actos de repudio contra los marielitos en 1980 y la gran tranquilidad de las mismas “masas revolucionarias” durante el éxodo de los balseros catorce años después. Supongo que cualquier despistado que crea de buena fe en la espontaneidad de la reacción popular, se asombrará de esa extraordinaria diferencia.
Pero es evidente que, para hacer esa comparación, cualquier observador tendría que mantenerse informado de la realidad de Cuba durante un decenio y medio, lo cual no siempre podemos esperar de —digamos— alguno de esos jóvenes extranjeros indigestados de marxismo que son los mejores candidatos a tragarse todas las fábulas del gobierno castrista.
En esta ocasión no ha habido que esperar tanto. Han bastado minutos para presenciar un cambio total, análogo al antes mencionado, aunque de signo contrario. Las mismas Damas de Blanco dan fe de ello: En los kilómetros que caminaron desde la casa de Laura Pollán hasta el Parque Villalón sólo recibieron muestras de simpatía o indiferencia, jamás de hostilidad; pero al arribo a este último paraje surgió como por encanto la “indignación de las masas enardecidas”: comenzó el gigantesco acto de repudio que esas valerosas mujeres tuvieron que sufrir durante horas hasta retornar al punto de partida.
Entre las muchas agresiones verbales y físicas que padecieron las Damas de Blanco durante esa jornada memorable vale la pena mencionar un sucedido relatado por la misma Laura, que seguramente ayudaría a aquel extranjero confundido a comprender qué es lo que pasa en realidad, y hasta qué punto es espontánea la reacción del pueblo:
Una de las “repudiantes” se pasó de la raya, por lo que recibió un violento empellón de uno de los agentes encubiertos encargados de evitar males mayores. Recuperada de su asombro, la aguerrida hembra gritó exasperada: ¿Y entonces para que me trajeron aquí!
Obviamente, esa fémina desconocía las ventajas de la discreta medianía. Ignoraba que, bajo el comunismo, la “indignación popular” que ella misma ejemplificaba tiene que ajustarse a las órdenes de los coreógrafos de turno; que si a los ojos de los jefes es malo no llegar, peor es pasarse. En fin: que como en la interesante película cubana Siete muertes a plazo fijo, también en estos casos el furor tiene que ser dosificado: se trata de una indignación a plazo fijo.
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La Habana, 23 de diciembre de 2009
EL ESCÁNDALO DE MAZORRA
Al triunfo de la Revolución, la propaganda del nuevo régimen favoreció especialmente los cambios en el HospitalPsiquiátrico de Mazorra. Una y otra vez se repetían las imágenes escalofriantes de los enfermos semidesnudos y famélicos de la era anterior, cuya suerte había mejorado radicalmente gracias al recién inaugurado proceso.
Simultáneamente se exaltó la figura del Loquero en Jefe, doctor Bernabé Ordaz. Como demostraron los hechos, el combativo médico se convirtió en director vitalicio de la institución. Su influencia no estuvo limitada al centro asistencial que regenteaba: se extendió por todo el municipio de Boyeros, con visos de señor feudal.
El reciente escándalo del manicomio nacional (el de Mazorra, quiero decir) ha generado estupor e indignación en la ciudadanía. Se comentan con animación la corrupción generalizada, las comilonas casi diarias para los jefes mientras los pacientes morían de inanición, las casas fabricadas con materiales estatales, la sustracción de las colchas y otros artículos de abrigo.
Lo más impactante es la información sobre decenas de internos fallecidos de hambre y frío. Apabulla la imagen de grupos de dementes abrazados en el desamparo y la muerte.
Acude a mi memoria una serie de fotos tomadas durante la hambruna de Somalia: una pobre mujer, al borde de la postración, contempla impotente cómo un sujeto la despoja de los poquísimos alimentos que para ella significan la diferencia entre la vida y la muerte.
Es evidente que los burócratas del Hospital Psiquiátrico Nacional eran de la misma calaña. Se atracaban de lo lindo día tras día, mientras del otro lado de la pared los enfermos sometidos a su cuidado se consumían en la desnutrición y el abandono.
¿Y la prensa oficialista cubana? Bien, gracias. Si los ciudadanos se han enterado del gran lío no ha sido por el Granma ni por el noticiero de televisión. Ese honor ha correspondido a la perseguida prensa independiente y a emisoras radicadas en el extranjero.
No obstante, debemos estar prevenidos. El cerebro de los Randys y los Taladrid es sumamente fértil. Quién sabe si en las próximas horas tendremos que escuchar sesudas explicaciones, ratificadas por distinguidos facultativos de aspecto muy serio, en las cuales se “demuestre” que los fallecimientos se deben a otras causas.
Por eso no está de más destacar que, a raíz de la gran mortandad, en el centro asistencial de la Avenida de la Independencia se presentaron camiones del Ejército cargados de comida y abrigos para los enfermos. Tan grande fue el cambio que los dementes que trabajan en la calle, sin que nadie les preguntara, comentaban entusiasmados: “¡Hoy comimos pollo!”
¿Y qué dice de todo esto el señor Ministro de Salud Pública? Hasta el momento no se conoce de ninguna reacción suya. Es una pena, porque el caso lo amerita. Y ampliamente.
Un amigo mío, con antecedentes de viejo militante comunista, solía repetirme que, en este tipo de régimen, los dirigentes no renuncian. Pero me parece que el escándalo de Mazorra bien merece una excepción. Si Carlos Valenciaga tuvo que cesar en sus cargos por celebrar su cumpleaños, ¿qué sería lo justo para el responsable superior del desastre del manicomio?
Héctor Palacios comentaba que, en cualquier país civilizado, una catástrofe como ésa conduciría al cese en el cargo del responsable del ramo. ¿Pensará renunciar el doctor Balaguer Cabrera?
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La Habana, 14 de enero de 2010.
EN MEMORIA DE ZAPATA
Conocí a Orlando Zapata Tamayo el 11 de marzo de 2003, cuando un grupo de seis cubanos iniciamos un ayuno en apoyo de los presos políticos cubanos. Era un joven de treinta y tantos años, no muy locuaz.
En los días siguientes pude conocerlo mejor. Me asombró saber que estaba encausado, aunque en libertad provisional. Pensé que otro, en su lugar, habría invocado la posible revocación de ese beneficio para rehuir el ayuno. Pero no él: tal actitud no habría compaginado con su carácter de mármol. Así lo demostró con la huelga de hambre que lo mató en la tarde de hoy.
Lo vi por última vez en la madrugada del 20. Continuábamos ayunando y ya se había iniciado la Primavera Negra. Hora a hora recibíamos noticias de nuevas detenciones. Recuerdo que, al hablar con un diplomático amigo, Orlando estuvo de acuerdo en que, en caso de ser encarcelados también nosotros, no aceptaríamos ser canjeados por los cinco espías cubanos.
En términos comparativos, salió bien librado de su juicio. Ante las sanciones elefantinas de los demás detenidos, los tres años de Orlando parecían casi una vacación. Seguramente otro, en su lugar, habría quedado libre en 2006, pero no Zapata. Era demasiado generoso; apasionado y vertical hasta el exceso. A su sanción inicial fueron sumándose más años, hasta pasar de treinta.
Los atropellos que sufrió lo hicieron iniciar esta última huelga de hambre a principios de diciembre. Hemos escuchado las denuncias de otros presos, de sus seres queridos. Encerrado en solitario, las autoridades lo privaron de agua durante toda una semana. Cuando sus propiedades fueron entregadas a su mamá, ésta pudo comprobar que estaban completamente roídas y cubiertas de excrementos de ratas. Podemos entonces imaginar en qué terribles condiciones pasaría esos días Zapata, tirado en el mismo piso que sus pertenencias.
Literalmente fue traído a La Habana para que muriera aquí. Al trato cruel se sumó la burla obscena; son dignas de recordar las palabras de un oficial de la policía política: “Les tengo una noticia buena y una mala: la buena es que está en el Hospital Ameijeiras; la mala es que se está muriendo”.
No puedo evitar pensar que Orlando Zapata Tamayo, con su conducta admirable, se ha ganado un lugar de honor en la historia de nuestra Patria; me enorgullece pensar que conviví con él durante una década, durante sus últimos días de libertad.
A este hombre en cuyas venas se mezclaban las sangres de nuestros ancestros españoles y africanos, le ha tocado reeditar, al cabo de un tercio de siglo, la hazaña inmortal de Pedro Luis Boitel. Duele pensar que representantes de dos generaciones de cubanos hayan tenido que llegar a ese sacrificio supremo, y todo contra el mismo régimen cruel. Nuestra pobre Cuba seguirá teniendo el dudoso honor de ser el único país de las Américas cuyo gobierno ha dejado morir de hambre a algún preso político.
Descansa en paz, Orlando. Tus hermanos trataremos de ser fieles a tu ejemplo luminoso.
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La Habana, 23 de febrero de 2010.
LOS HIJOS PUTATIVOS
Insólitamente, el régimen cubano ha publicitado la muerte en prisión de Orlando Zapata Tamayo: El 27 de febrero publicaron un artículo virulento de Enrique Ubieta; después hubo un reportaje en la televisión cubana.
Se dice que lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia. De manera análoga, lo opuesto a la propaganda elogiosa de los comunistas no suele ser la calumnia, sino el ninguneo de los opositores. Por eso, aunque la ocasión es luctuosa, tenemos que sentirnos satisfechos porque el régimen se ha visto obligado a hablar del caso. Esto demuestra la gran indignación mostrada por la opinión pública nacional e internacional.
Como de costumbre, la manipulación de los hechos ha estado presente: Se dice que Zapata fue “procesado” por varios delitos, lo cual no significa necesariamente que lo sancionaran por ellos. En cuanto a que “volvió a delinquir” en marzo de 2003, confieso ser copartícipe: yo ayunaba junto a Zapata en defensa de los presos políticos cubanos cuando él fue encarcelado nuevamente.
Por supuesto, no se dice ni una palabra de los atropellos que sufrió el cautivo. Se distorsionan los objetivos de su sacrificio al silenciar que su petición central era que se le diera el mismo trato que a los asaltantes del cuartel Moncada. ¿Era demasiado pedir!
Simultáneamente, el régimen ha exhibido imágenes de la mamá de Orlando tomadas ocultamente, así como la grabación de una charla telefónica privada. Es así como los comunistas respetan el dolor de una madre y los derechos de sus súbditos.
Aunque parezca increíble, vuelve a repetirse la acusación de “mercenarios”, pero uno no logra comprender qué sentido tiene ese calificativo para Zapata, que entregó su vida, o para el licenciado Guillermo Fariñas, en huelga de hambre y sed desde hace una semana.
Ahora es el fraterno Coco quien más necesita de nuestra atención. Ayer lo visité en su humilde casa santaclareña. Coincidí con muchos compatriotas, entre ellos el ex preso político Francisco Chaviano. Los médicos dictaminaron su grave estado de salud, pero no hacía falta ser facultativo: su delgadez extrema y su baja temperatura indicaban su empeoramiento físico.
Hoy sufrió un desmayo. Conducido al hospital, se le pasó un suero, pero el médico de guardia y el director del Hospital Arnaldo Milián se negaron a darle ingreso. “Para salir de su gravedad, el paciente sólo tiene que comer”, decían. Como es natural, ninguno de esos hijos putativos de Hipócrates habría tenido pantalones para decir algo semejante si no estuviera cumpliendo una orden venida de lo alto.
Por eso tenemos que dar la señal de alarma: en el caso de Guillermo, parece que el régimen piensa en un desenlace igual al de Zapata. Los que conocemos la abnegación del Coco sabemos que está dispuesto a llegar hasta el final. Si con Orlando la solidaridad internacional masiva se produjo tras la muerte, es necesario que con Fariñas no se repita la historia. Desde ahora tenemos que sensibilizar a la opinión pública. ¡Impidamos un nuevo asesinato!
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La Habana, 3 de marzo de 2010
LAS VIGAS DEL CASTRISMO
El jueves 11 fuimos sorprendidos gratamente: El Parlamento Europeo, por abrumadora mayoría, adoptó una argumentada y contundente resolución sobre la situación de Cuba. Sobresalen en ella aspectos vitales; en primer lugar, la condena de “la muerte evitable y cruel del disidente preso político Orlando Zapata Tamayo”.
También se deplora la ausencia de cualquier “gesto significativo de las autoridades cubanas… en favor de la liberación de todos los presos políticos y del pleno respeto de las libertades y derechos fundamentales”, y se llama la atención “sobre el alarmante estado en que se encuentra el periodista y psicólogo Guillermo Fariñas”.
La reacción del régimen castrista fue rapidísima. El mismo día salió publicada una declaración a nombre de la Asamblea Nacional. La prensa oficialista no se ha molestado en explicar cómo fue que los más de seiscientos diputados acordaron ese documento, si no estaban reunidos.
La endeblez de los argumentos empleados salta a la vista: ¡No vacilan en exaltar los supuestos logros del régimen en “la lucha por la vida de los seres humanos” apenas un par de meses después que murieran más de cuarenta enfermos mentales por frío (¡en el trópico!), hambre y abandono!
Vale la pena recordar esa masacre mientras evaluamos las palabras del canciller Bruno Rodríguez en Ginebra, destacadas por Granma en su primera plana una semana antes: “Cuba tiene una ejecutoria meritoria e intachable en la protección del derecho a la vida…”.
Al propio tiempo, la prensa oficialista cubana ha desatado una campaña propagandística enfilada contra los europeos. Es raro el día en que no aparece un artículo criticando las violaciones reales o supuestas de los derechos humanos en el Viejo Continente.
Cabe aquí recordar aquello de que en todas partes cuecen habas. Resulta difícil imaginar un país en el que no haya un solo hecho de esa clase. El problema radica en la seriedad con que se aborde esa problemática; y —por supuesto— en la magnitud de las infracciones perpetradas.
Recuerdo un viejo informe por países elaborado por Amnistía Internacional. En la sección de Ruanda se señalaba el genocidio que provocó la muerte de cientos de miles de seres humanos; en el capítulo consagrado a Suecia, se debatía si existió o no la bofetada que un inmigrante africano denunciaba haber recibido de un policía.
Cuestión de grados. No critico a la prestigiosa organización internacional; respeto su política de señalar simplemente hechos, sin otorgar calificaciones a los distintos países. Pero no hay que confundir una simple pajita con una viga.
Esto último es lo que hace el régimen de La Habana: Un detallado recuento de las pajitas —reales o ficticias— alojadas en los ojos ajenos, mientras se niega a ver las vigas incrustadas en los propios.
Debemos tener presente esta triste realidad al analizar la situación actual: En las cárceles cubanas permanecen veintenas de presos de conciencia, muchos de ellos gravemente enfermos, mientras el licenciado Guillermo Fariñas continúa su epopéyica huelga de hambre y sed en demanda de la liberación de estos últimos.
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La Habana, 15 de marzo de 2010
SOGAS Y PINCHOS
Recuerdo una escena memorable de la película El hombre de Maisinicú. Tras comprobar que todos sus seguidores habían participado en el ahorcamiento y apuñalamiento del agente encubierto desenmascarado, el guerrillero anticomunista Cheíto León —magistralmente interpretado por Reinaldo Miravalles— comentaba: “Aquí todo el mundo dio soga o pinchó”.
Como se trataba de un enemigo, los cineastas oficialistas hacían la pintura con colores recargados, generosamente teñidos de cinismo. La historia —sin embargo— nos enseña que, en la práctica, son los castristas quienes de manera más consecuente han seguido la política de involucrar a todos sus presuntos seguidores en las medidas más repudiables del régimen.
¿Qué, si no eso, fueron los cientos de miles de ciudadanos puestos a gritar “¡Paredón!” en la plaza pública? ¿O los tenebrosos “actos de repudio”? ¿O los generales y miembros del Consejo de Estado que, al pedir un castigo ejemplar en la televisión, se convirtieron en partícipes del asesinato legal del general Ochoa y sus compañeros?
Ahora, cuando los alabarderos del régimen repiten sus mentiras nauseabundas tratando de presentar al mártir Orlando Zapata como un violento delincuente común y al heroico licenciado Guillermo Fariñas como un “agente del imperialismo”, cuando no sólo atropellan en las calles a las dignas Damas de Blanco, sino que pretenden justificar el abuso en los medios masivos, ha llegado nuevamente la hora en que todo el que esté dispuesto a ser cómplice de la calumnia y la arbitrariedad pinche o dé soga.
Anteayer, el periódico Granma publicaba opiniones de varios ciudadanos, todas ellas escrupulosamente ajustadas a la línea oficial. Ayer le tocó el turno a una declaración de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y la Asociación Hermanos Saíz, calzada con los nombres de sus respectivos órganos dirigentes.
Por esta vez no se ha recurrido —al menos hasta ahora— al socorrido expediente de recoger firmas de los intelectuales. Recuerdo que esto sí se hizo a raíz de conocerse el documento de crítica a la situación nacional emitido a comienzos de los años noventa por los patriotas agrupados en Criterio Alternativo. Lo mismo ocurrió tras la Primavera Negra de 2003. ¿Por qué no se hace lo mismo ahora!
En aquellos momentos fueron publicadas las listas de firmantes, y todo el que estuvo interesado pudo saber quién suscribió el documento y quién no. Hoy, al cabo de los años, puede determinarse la actitud asumida por cada cual, como pudo comprobarlo recientemente en Miami el cantautor Amaury Pérez.
Yo, como ex miembro de la Asociación de Escritores de la UNEAC —de la que fui expulsado por mi postura contestataria—, declaro que sería una desvergüenza que los jerarcas de esa agrupación —y también los de la Asociación Hermanos Saíz— no contasen con la voluntad de los miembros de filas en un asunto tan importante como éste.
Es imprescindible que, en esta hora de definiciones, cada intelectual dé la cara. Que quienes no estén dispuestos a secundar la patraña tengan la posibilidad de negarse a firmar, y que quienes deseen respaldar la grotesca versión oficial lo demuestren con sus nombres.
¡Quien quiera prestarse a participar de la infamia, que pinche o que dé soga!
La Habana, 18 de marzo de 2010.
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René Gómez Manzano
Abogado y periodista independiente
Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".