El comienzo del final

En: Culturales|Opinión

28 May 2011

Cincuenta años han pasado. Y todavía estamos hablando de PM. Una pequeña película que fue el comienzo del final de la independencia en la cultura cubana.



El comienzo del final


Por: Fausto Canel. Miami, mayo de 2011

Más allá de lo fílmico, ‘PM’ marcó la relación entre cultura y poder político tras la revolución.

«Lo que pasa es que (…) me llaman fascista. Entonces, les entré a piñazos»

Alfredo Guevara

Tarde en la tarde del miércoles 10 de mayo de 1961 llegué a la redacción del periódico Revolución con la intención de escribir mi crítica de cine. Camino de mi escritorio, Guillermo Cabrera Infante me salió al paso y me dijo: «Ven, vamos a ver la película de Orlando y Sabá».

«Es que todavía no he escrito mi crítica», le dije.

«Ya la escribirás más tarde», me respondió. «Es solo un corto».

Guillermo agarró su chaqueta y salimos del salón en el que se encontraban la redacción de Lunes de Revolución y de la página de Espectáculos del periódico. Nos dirigimos a los ascensores.

Sabía que Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante trabajaban en un corto sobre la noche habanera. Sabía también que el corto era producido por el programa Lunes en Televisión con la intención de mostrarlo en su emisión semanal, como antes habíamos hecho con El Congo 1960, estos fueron los hechos, un montaje de materiales de archivo editados por mí sobre un texto de Pablo Armando Fernández. Pero no sabía que el trabajo de Orlando y Sabá estuviese terminado.

Ya en la calle montamos en el Nash Metropolitan que Néstor Almendros apodaba «La Guillermita». Era una agradable tarde de mayo sin aguacero y Guillermo bajó la capota. Tomamos por la calzada de Ayestarán hasta la Avenida 26, donde doblamos a la derecha.

El cine Acapulco pasó raudo a nuestro lado y, ya en la esquina de la calle 23, esperamos a que el semáforo cambiase para doblar a la izquierda, en dirección al puente Almendares.

Cruzando la intercepción de la calle 25 miramos de reojo el anodino edificio del ya desaparecido BRAC, Buró de Represión de Actividades Comunistas. Enseguida llegamos al puente que conecta el Vedado con el reparto Kohly. Del otro lado del río y entre los árboles un enorme letrero anunciaba: «Marianao, ciudad que progresa».

Cruzamos el río, con las ruedas del Metropolitan sonando diferente sobre el asfalto del puente. Pasamos sobre el parque Almendares y manteniendo su izquierda, siempre izquierda, Guillermo detuvo el automóvil antes de llegar a la bifurcación de las calles 47 y 41. No había señal de parada ni instrucciones para doblar hacia el río y la maniobra era evidentemente riesgosa con el caudal de automóviles que se nos venía encima. Un pequeño error de cálculo y hubiésemos terminado con «La Guillermita» de sombrero.

Pero se hizo un claro en el tráfico, Guillermo dio un golpe rápido de timón y entramos al reparto por una calle angosta.

La vía fue girando a la derecha hasta llegar a una imponente casa de dos plantas que aparecía de repente en pleno Bosque de La Habana, al borde mismo del río. Al fondo había un área de parqueos.

De un automóvil aparcado salieron, impacientes, Orlando y Sabá. [Orlando Jiménez Leal.]

«Todo está listo», dijo Orlando. Sabá, mucho más tímido, se mantuvo en silencio. Por la puerta posterior penetramos en el edificio.

Telecolor era una empresa de revelado y edición de materiales en 16 mm, montada por el magnate de la televisión cubana, Gaspar Pumarejo, con Lázaro Roldán como socio y director técnico. Dos años antes, en el verano de 1959, Almendros, Octavio Gómez y yo habíamos revelado y editado en aquella casa nuestros documentales didácticos para el Instituto del Cine, ICAIC.

Antes, Pumarejo había procesado allí la programación filmada de su canal 12, una empresa que había convertido a Cuba en el segundo país con televisión en color del mundo. Pero ya para entonces el empresario había abandonado el país cuando su canal, como todos los otros canales de televisión, fue nacionalizado sin indemnización por el gobierno revolucionario. Roldán se había quedado en la isla y seguía fungiendo de dueño, aunque la sombra del ICAIC comenzaba a planear sobre la empresa.

Era ya de noche cuando entramos en la sala de proyección de Telecolor a presenciar el primer pase de aquella película de apenas 14 minutos. Enseguida sospechamos, es más, supimos que el estilo libre e independiente de PM (Pasado Meridiano), que así se llamaba el corto, provocaría una reacción no necesariamente favorable entre los dirigentes de un ICAIC acostumbrado a los documentales controlados.

Pero ni por asomo tuvimos la idea de que la peliculita pudiese provocar la más mínima conmoción política. Tierno y sincero, el film mostraba al pueblo habanero divirtiéndose en los clubes y bares de la playa de Mariano y del puerto. Nada más —y nada menos. Pero el nada menos, ni imaginárnoslo podíamos.

El lunes 22 de mayo la edición impresa de Lunes se distribuyó como cada mañana de lunes por todo el país —como suplemento gratuito del periódico Revolución. Y por la noche, el canal 2 trasmitió el programa Lunes en televisión. Esa noche se exhibió PM —y los que la vieron tuvieron la misma impresión nuestra. Atmósfera conseguida. Edición precisa. Poesía visual. Un excelente documento.

Luego Orlando y Sabá quisieron pasarla en el Rex Cinema, una sala especializada en cortometrajes, y ya para entonces todo lo que fuese exhibición en los cines tenía que ser autorizado y clasificado por la Comisión Revisora de Películas, en manos del ICAIC.

Y Alfredo Guevara, como presidente del organismo, creyó que era una buena ocasión para atacar a Carlos Franqui, uno de sus contrincantes en la competencia por el control de la cultura en esa nueva etapa que había comenzado con Playa Girón y la proclamación por Castro, apenas un mes antes, del carácter socialista de la revolución.

De un golpe, las opciones se habían reducido a escoger entre un socialismo democrático y un socialismo estalinista. Los antiguos comunistas (PSP) abogaban por un socialismo a la soviética. Franqui luchaba porque los malos de la película, los PSP, de los cuales tanto Franqui como el propio Guevara habían sido víctimas, no ganaran la partida. Y por medio estaba un Ministerio de Cultura todavía sin crear ni adjudicar.

Sin encomendarse ni a dios ni al diablo, y lo más riesgoso, sin consultar con el Comandante en Jefe, Alfredo Guevara prohibió PM en los cines. Y allí mismo se formó el titingó.

En una entrevista con Leandro Estupiñán en el año 2007, Guevara afirma: «Por eso te lo digo de una vez: no me enfrenté a Lunes, sino a Franqui».

¿Y por qué a Franqui, si los verdaderos enemigos eran los del PSP?

En la misma entrevista, Guevara dice: «Franqui le teme mucho a la influencia creciente del Partido. Franqui tenía suficientes redes para no ignorar que por todas partes el PSP estaba diciendo que le estaban pasando el poder. Y, si además de eso, se iba produciendo un acercamiento a la Unión Soviética, entiendo su terror. (…) puedo decirte que el PSP, en mi convicción, no fue leal. No disolvió sus Comisiones. Entre ellas, no disolvió la (…) Comisión de Cultura, manejada por Edith (García Buchaca), pero también por Mirta (Aguirre)».

Carlos Franqui había fundado y dirigido el periódico Revolución en la clandestinidad, al igual que Radio Rebelde en la Sierra Maestra. Por eso dirige ahora el periódico, ejerciendo también control sobre el canal 2, donde se transmite el programa de Lunes. En él, Cabrera Infante produce cortos —aunque ya para entonces el ICAIC está exigiendo que el cine sea su territorio exclusivo. Pero, ¿era ese conflicto de influencia y poder motivo suficiente para justificar la prohibición (y en un principio) confiscación de PM, cuando el verdadero enemigo, según el propio Guevara, era el PSP?

Alfredo Guevara se pone truculento, por no decir émulo de Trucutú, cuando le asegura a Estupiñán: «Lo que pasa es que Sabá y el otro muchacho (Orlando) se presentan en el quinto piso (…) y me llaman fascista. Entonces, les entré a piñazos».

A lo que Orlando Jiménez Leal responde en su texto Conversaciones en la Biblioteca: «La realidad fue mucho más patética y cómica: mientras yo, furioso, increpaba al funcionario del ICAIC (Rodríguez Alemán) que me había dado la noticia de la prohibición (…), Alfredo, que había aparecido sigiloso detrás de nosotros con cara de estar al borde de un ataque de histeria, pero sin atreverse a acercarse demasiado, daba pataditas y portazos, a derecha e izquierda de las diferentes oficinas que estaban en un pasillo cercano, con la idea, creo yo, de mostrar su disgusto».

Y el escándalo fue tan grande, que el propio Comandante en Jefe tuvo que tomar cartas en el asunto. El inoportuno libretazo de Guevara le había creado un problema innecesario justamente después de la crisis de Playa Girón y ya preparándose para traer los cohetes soviéticos que desatarían la crisis del Caribe.

Y enseguida convocó las conversaciones en la Biblioteca Nacional. Tres tardes de viernes (perdidas, desde su punto de vista) oyendo a intelectuales quejarse de miedo, cuando tenía otros graves problemas que afrontar. Pero astuto como siempre, Castro vio que la polémica sobre una breve película (que confesó no haber visto) le daba la oportunidad de reconvertir el problema en un asunto de Estado. Y hacer que todos, sin excepción, entrásemos por el aro.

Con un golpe de retórica jesuítitica («dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada») hizo desaparecer de un tajo los grupos y las publicaciones culturales independientes.

Hizo desaparecer los programas culturales del Canal 2 de Televisión Revolución, controlados por Franqui, e hizo desaparecer Lunes de Revolución, así como también el magazín literario del periódico Hoy, órgano de los comunistas pro-soviéticos. En su lugar ordenó crear La Gaceta de Cuba, donde todos colaboraríamos bajo el ojo avizor de nuevos censores. (Al año siguiente, por orden de Fidel, Franqui perderá el control del periódico que había fundado en la clandestinidad.)

En aquella Biblioteca Nacional, el mundo de la cultura dejó de ser autónomo para adquirir las rígidas estructuras verticales que ya controlaban la Revolución. No por gusto los intelectuales se habían revelado contra la prohibición de PM. Ahora sus miedos se hacían realidad.

En su intervención en la Biblioteca, Alfredo Guevara había confesado: «(E)s cierto que nosotros no tuvimos lucidez suficiente para prever las consecuencias y complicaciones que podía traer la prohibición de PM».

Dos años más tarde, en 1963, impaciente, Alfredo cree que ha llegado el momento de recuperar su prestigio y convertirse en el paladín del «dentro de la Revolución todo».

Trajo buenas películas para resolver el gran problema de las salas vaciadas por la avalancha de filmes didácticos y aburridos que nos llegaban de los nuevos «hermanos» del Este —y permitió que se rodasen películas críticas.

Su táctica consistía en enviar el filme a un festival europeo y si ganaba premio, estrenarlo entonces con el aval de la opinión internacional. Al fin y al cabo, el prestigio de la Revolución Cubana se mantenía y acrecentaba gracias a la imagen que del régimen daban en el extranjero las películas del ICAIC. Y Guevara sabía que Castro lo sabía.

Pero el Ministerio de Cultura estaba todavía en el aire y los tiburones pro-soviéticos esperaban el momento oportuno. En ese año de 1963, como nuevos ventrílocuos, los PSP estalinistas decidieron activar un muñeco, el actor Severino Puente, para comenzar un ataque en forma contra un Alfredo Guevara que todavía consideraban débil por su torpe manejo del caso PM.

En una carta al periódico Hoy, el actor se quejó de lo inapropiado de la programación del ICAIC, es decir, de las películas que Alfredo importaba de Europa. Y allí mismo comenzó una nueva polémica.

Los directores de cine se quejaron del ataque y apoyaron a la dirección del ICAIC. En un editorial de Hoy, Blas Roca aprovechó para atacar a Guevara, convoyándose una y otra vez con artículos de Mirta Aguirre y Edith García Buchaca.

A lo que Alfredo respondió: «No hay madurez sin herejía», y agregó en una carta que exigió se publicase en el propio Hoy, el periódico del enemigo: «Para gentes como ustedes, el público está compuesto de bebés necesitados de manejadoras que los alimenten con papilla ideológica, altamente esterilizada y cocinada de acuerdo a las recetas del realismo socialista».

Songo le dio a Borondongo, Borondongo le dio a Bernabé, y cuando la polémica se encontraba en su mejor punto, el Comandante mandó a parar. Una vez más.

Guevara recogería vela en los años siguientes, tanto en su política de importación de filmes, como en la producción de películas críticas. Era evidente que el escándalo PM seguía planeando sobre su carrera.

El capítulo siguiente ocurrirá en 1968, con Che Guevara y la esperanza de una revolución latinoamericana muertos, y con los jóvenes del mundo (París, Ciudad México, Praga, EE UU) rebelándose contra sus gobiernos.

En Cuba, la retranca sovietizante ya estaba en el aire como única tabla de salvación económica posible y el apoyo de Castro a la invasión soviética de Checoslovaquia no hará más que confirmar la crisis de una revolución sin futuro independiente. En ese año clave, obras importantes ganan primeros premios —pero se publican con un prólogo—advertencia del índice revolucionario censor.

Y se acaban los timbiriches en las calles, operados por los cuentapropistas que le sacaban las castañas del fuego a un régimen ya incapaz de alimentar a su pueblo. Ahora no les va a quedar más remedio que aceptar el «llamado» de la patria a trabajar gratis en la zafra de los diez millones.

Con la Ofensiva Revolucionaria de 1968 llega el futuro y un país de economía básicamente urbana se apaga para que se hagan diez millones de toneladas de azúcar que ni el ministro del ramo cree posible. El resto no es sólo Historia, sino la triste historia del endiosamiento de un hombre y del fracaso profundo de su régimen.

Y llega el Quinquenio Gris. ¡Que nadie se mueva! Parámetros por doquier. Se crea finalmente el Ministerio de Cultura y Alfredo Guevara no será el ministro. A principios de los 80 pierde la presidencia del ICAIC y Castro lo envía a un exilio dorado en París, donde su prohibición de PM siguió siendo citada como el detonador de la censura en la cultura cubana.

En la entrevista con Estupiñán, Alfredo se queja de que le pregunten siempre por PM. «(E)stoy harto», dice, «de que la historia de la cultura cubana sean PM, la UMAP y el caso Padilla».

¿Por qué será?

Y agrega: «Por eso es que digo que hubiera actuado posiblemente distinto».

Troppo tardi.

Cincuenta años han pasado. Y todavía estamos hablando de PM. Una pequeña película que fue el comienzo del final de la independencia en la cultura cubana.

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Acerca de este Blog

Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".

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