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17 Ene 2011En el barrio pocos trabajan. Y quienes lo hacen son los que peor viven. Suelen ser un mal ejemplo para los jóvenes. El tipo honrado y que curra 8 horas no tiene televisor de plasma, ordenador, BlackBerry, ni puede ir a una discoteca de moda o tomar cerveza de calidad en los cafés por moneda dura.
El barrio de los trucos
Por: Iván García
Es un hormiguero de vagos, negociantes clandestinos, jineteras y chulos. La cuartería, en el corazón de La Habana, parece un retrato congelado en el tiempo. Contribuye a esa sensación el calor de una tarde húmeda y plomiza de octubre.
Un camión International, fabricado en Canadá, sin disimulo descarga decenas de cajas de cerveza. Parece algo normal. Unos niños con sus uniformes escolares ayudan a subirla hasta el tercer piso del ‘solar’, como los cubanos llaman a las cuarterías o casas de vecindad.
El comprador paga con un rollo de billetes al camionero y a los chicos les da unas monedas “para que compren golosinas”. Es Anselmo, un santiaguero residente en la capital desde hace once años.
Empezó su carrera de marginal arrancando bolsos y cámara de videos a turistas en los alrededores de la Plaza de la Catedral. Tras una temporada en la cárcel, cambió de ‘oficio’. Prefirió dedicarse a un “bisne” (negocio) que generara plata.
Y ahí lo tenemos. Le dicen ‘el señor de las cervezas’. Con una tropa que vende unas 200 cajas diarias a cafeterías, centros nocturnos y ‘paladares’ (restaurantes privados). En los comercios estatales, los dependientes suelen comprar cerveza y otros productos en el mercado negro, para luego revenderlos y obtener beneficios. Pagan al contado, con dinero de la caja.
Cuando cae la noche, Anselmo cuenta las ganancias en su habitación bien equipada. Por lo general superan los 200 dólares diarios, cantidad que en la isla es lo más parecido a una pequeña fortuna.
Pero no sólo en esa gigantesca y superpoblada cuartería se hacen negocios clandestinos. En la misma cuadra, Sara, una señora de apariencia respetable, tiene un burdel que funciona a todo gas. Tipos pasados de tragos, con deseo de follarse a un dúo de mulatas lesbianas, tocan a la puerta para saciar su lujuria. Turistas a la caza de negras exuberantes también recalan en el prostíbulo de Sara, acompañados de ‘cicerones’ o guías-jineteros.
El barrio es como una gran caja de trucos. Usted entra por un pasillo sucio con amenaza de derrumbe y da de bruces con una ‘paladar’, con una oferta que ya quisieran tener El Aljibe o La Bodeguita del Medio, dos de los restaurantes habaneros más encumbrados.
En el barrio pocos trabajan. Y quienes lo hacen son los que peor viven. Suelen ser un mal ejemplo para los jóvenes. El tipo honrado y que curra 8 horas no tiene televisor de plasma, ordenador, BlackBerry, ni puede ir a una discoteca de moda o tomar cerveza de calidad en los cafés por moneda dura.
Es un monumento a la vida subterránea de la ciudad. El tipo boyante es el ‘asere’ (marginal) o el abakuá de algún ‘plante’ (ritual afrocubano). Allí usted consigue lo que desea. Payasos de cumpleaños, fotógrafos de fiestas de quince y bodas, diseñadores de ropa, albañiles de primera, santeros de puntería, putas que no lo parecen o niñas que parecen putas.
Si tienes buena pinta y generas confianza, un chamaco de 14 años te señala donde se vende la mejor cocaína de la isla o un buen porro de marihuana “colombiana de verdad”.
Quien pretenda resolver un asunto de honor, y tenga la cartera abultada, puede contratar un matón. Por 100 pesos convertibles apalean con saña al supuesto enemigo. De contra, te pueden traer un trofeo de la víctima. ¿Y la policía? Bien, gracias. Ellos no son una preocupación en este barrio de La Habana.
Tomado del Blog de Tania Quintero
Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".