Diálogo sí: pero con respeto a los derechos humanos y sin exclusión.

En: Opinión

24 Ago 2010

Si una comunidad regional o internacional, o un país, apuestan por el diálogo con una nación, no debe excluir a ninguno de los interlocutores. Mucho menos declarar pública y oficialmente que no se encontrará con alguno de ellos, como una condición para que la otra parte los reciba. Esta falta de coherencia y de reconocimiento de los interlocutores válidos no solo es lamentable, sino que desacredita y resta posibilidades de negociación a quienes lo hacen con la esperanza de poder comenzar un diálogo. La prueba está en que los interlocutores firmes en su coherencia, lo que no quiere decir que sean fundamentalista o confrontativos, alcanzan mucho más, encontrándose con todas las partes, que aquellos que se pliegan de antemano a condiciones excluyentes de una de las partes negociadoras.



Diálogo sí: pero con respeto a los derechos humanos y sin exclusión.

Foto: Dagoberto Valdes

Convivencia – Editorial

Agosto de 2010

Cuba vive uno de los momentos más tensos de su historia reciente. Sin economía, sin proyecto político viable por parte de los que ostentan el poder, y con una sociedad cada vez más desalentada. No es una visión apocalíptica, es la realidad. Es el nuevo «período especial» sin ser llamado así oficialmente. Hay una diferencia con la crisis de los 90s: En aquella había mucho dinero en moneda nacional circulando y casi nada que comprar. Ahora ni dinero ni qué comprar. En aquella había medidas que tomar para maniobrar, y legalización de otra moneda. Ahora nada de eso. Quien lo dude que baje a la calle. Que venga a Cuba. Que hable con todos los sectores y no solo con algunos.

Los medios de comunicación realizan su rol de diversas maneras, como es natural en un mundo plural. Los periodistas y blogueros independientes generan y confirman noticias desde dentro de Cuba con veracidad e inmediatez nunca antes vista. Cada vez más los corresponsales extranjeros y las agencias de prensa internacionales los citan, por su cercanía a los protagonistas de la noticia y a la vida real de Cuba. Esa es la verdad comprobable si tuviéramos acceso directo a los medios de comunicación social. Ha sido una evolución casi imperceptible. Imparable. Confiable. En ese mundo, la competencia, la veracidad y la inmediatez, trascienden todo lo demás. Los periodistas y blogueros se han ganado este reconocimiento. Es un signo de cambio real.

Es por este nuevo fenómeno que se hace muy difícil manipular a la opinión pública sin que, inmediatamente, salgan voces cubanas muy diversas aportando otros enfoques. No se trata de quiénes tienen la verdad o la razón. Se trata de que los que tengan acceso a esta diversidad de información puedan construir sus propias opiniones y tengan lo necesario para formarse sus propios criterios de juicio. Para eso es la libertad de expresión. Contraria y diversa a la exclusividad de las fuentes y a la exclusión de las voces.

En este tiempo, Cuba se vuelve a debatir entre la angustia y la esperanza. Como desde hace más de medio siglo. Lo único nuevo es el agotamiento de los proyectos, el cansancio de lo mismo y que la irrefrenable necesidad de cambio se convierte en urgencia peligrosa con la que no se puede ni se debe jugar. Una cosa es la gradualidad necesaria en todo proceso y otra, muy diferente, es maniobrar para ganar tiempo y no cambiar nada, aún más cuando hay vidas humanas en peligro. Es éticamente inaceptable. Es un crimen.

De modo que la única salida honorable y ética es el diálogo pacífico y la negociación con resultados. Ahora bien, para que un diálogo sea tal y una negociación sea creíble y viable deben satisfacer ciertas características, que en nuestra opinión, le son esenciales:

1. El diálogo debe ser actitud y método. Es decir, debe tener una dosis de buena voluntad y otra dosis de requisitos técnicos. Ni buena voluntad sola, porque sería ingenuidad. Ni técnica de negociación sola, porque podría esconder la posible mala voluntad.

2. Cuando el diálogo ocurre en el ámbito político lleva inherente las características propias de ese ambiente que no pueden ser encubiertas con otras dimensiones por muy respetables que sean. Mezclar en política crea confusión de fines y de roles.

3. Todo diálogo debe tener como prioridad absoluta, como centro, como objeto y como fin la defensa y salvaguarda de la persona humana y sus derechos y deberes. Todos los derechos humanos para todos. Los derechos humanos son indivisibles como la libertad. La libertad y los derechos humanos no se pueden negociar como si fueran monedas de cambio.

4. El diálogo y la negociación tienen una diferencia: el diálogo es para comunicarse, para informarse directamente, para explicar razones, para plantear opiniones diversas, para presentar lo aceptable y lo inaceptable. Por su parte, la negociación es otra dimensión del diálogo: su esencia es buscar resultados. Tiene que tener frutos visibles, comprobables, evaluables y aceptables para todas las partes.

5. El diálogo y la negociación solo pueden realizarse entre interlocutores válidos. Esto significa que si una parte no reconoce a la otra no hay ni diálogo ni negociación completa. Llamarle así es una forma engañosa de maniobrar con el tiempo, la credibilidad y la paciencia de las personas y los pueblos. Si una de las partes ofende, o desacredita, o descalifica a la otra, no puede haber diálogo ni negociación normal. Será concesión, o complacencia, o maniobra dilatoria, pero no diálogo. La esencia del diálogo y la negociación es el reconocimiento explícito del interlocutor o los interlocutores. Y sentarse cara a cara. Con respeto, y si fuera posible, comenzar con la negociación de una agenda y con un mediador o facilitador.

6. La mediación es un servicio. Un servicio técnico para facilitar el clima de respeto, la fluidez de las conversaciones y la seguridad de que lo que se dice y se hace es lo que se negoció. Ese servicio de mediación debe darse a ambos interlocutores de forma igual, imparcial, transparente entre ellos, garantizando la discreción fuera del ámbito negociador. La mediación es facilitación del diálogo entre las partes y no puede ladearse hacia ninguna de ellas. La mediación debe ser aceptada por ambas partes como confiable, competente y asequible de igual forma para ambos interlocutores.

7. La mediación debe respetar y potenciar la voz propia de cada interlocutor. La mediación debe fomentar la palabra de cada uno, sin mediatizarlas. Debe abrirle cauces a todas las voces participantes en el diálogo, sin exclusiones y con su consentimiento. Esto constituye un gran servicio de mediación.

8. Para que un diálogo o negociación sea viable, cada cual debe cumplir todo y solo lo que corresponde a su rol y no confundirse con el rol de los demás protagonistas del diálogo. Esos roles son igual de necesarios y diferentes: interlocutor, mediador, voceros de ambas partes. Quien facilita y media no tiene algo distinto que decir a la opinión pública que no sea confirmar el proceso y lo que cada interlocutor, o su vocero, comunique desde su posición, respetando su autonomía, su voz propia y su capacidad para comunicar lo que crea conveniente.

9. Todo diálogo y toda negociación es un proceso. Lo que significa que se realiza paso a paso, gradualmente, afianzando y evaluando cada hecho concreto, única forma de que la negociación tenga credibilidad y continuidad. En todo diálogo y negociación hay un «toma y daca». Sobre la mesa de diálogo cada interlocutor presenta sus cartas, es decir, aquello que ha alcanzado y le ha acreditado para sentarse a negociar. Nadie regala las cartas de su posición sin recibir otras de similar magnitud de la otra parte. Por tanto, hay que ceder, pero no conceder. En un ambiente de negociación hay que dar, pero a cambio de recibir. Y hay que parar, interrumpir públicamente la negociación, aunque no el diálogo, cuando no se alcance lo que se negocia. Pero nunca antes de comunicarlo clara y firmemente al interlocutor válido.

10. El lenguaje del diálogo no es lo menos importante: para que haya diálogo y negociación deben desaparecer los ataques, las descalificaciones, los epítetos y las ofensas. El lenguaje no es hipócrita porque no ataque, es solo respetuoso y eso no es conceder nada, es reconocer la dignidad inherente a toda persona humana, incluso aquella que por su actuación mereciera una condena. El debido proceso a los reos es una prueba inconfundible de ese respeto inalienable. Quien miente en lo obvio, quien ataca o desacredita a personas o grupos, solo se desacredita a sí mismo y se descalifica como interlocutor válido. El lenguaje utilizado es la primera carta de presentación y certificado de todo diálogo creíble. Es su certificado de garantía.

La única garantía y certificación para que un diálogo sea una verdadera negociación es el progreso visible, medible y ágil de ese proceso, sin marcha atrás. El diálogo verdadero no es excluyente. Solo debe excluir a la violencia y a la misma exclusión. El diálogo es sin duda el único método ético de estos tiempos. Eso parece no tener discusión entre las personas que incluso piensan y actúan de forma diametralmente diferente. La negociación es, hoy día, el proceso propio de una convivencia pacífica y pluralista.

En Cuba se ha dado un escenario de negociación atípica. Se trata de que el gobierno todavía no quiere reconocer explícitamente a los miembros de la sociedad civil que han construido este nuevo escenario con un cambio cualitativo interno y el casi unánime apoyo internacional de su gestión interna. Esto, unido a la grave situación económica, política y social que sufre Cuba, ha presionado al gobierno para que negocie a partir de un catalizador: la muerte de Zapata, las actividades de las Damas de Blanco y la huelga de Fariñas, juntos a otras muchas iniciativas de la sociedad civil.

Mientras ese reconocimiento de los interlocutores válidos se logra, es vocación de la Iglesia facilitar la comunicación. No obstante, en lo adelante, se deben normalizar los roles de una auténtica negociación: Reconocimiento de la sociedad civil independiente, incluida la oposición política como los interlocutores válidos del proceso de negociación; mediación imparcial de la Iglesia y continuación del proceso con resultados concretos y evaluables como la liberación de los presos políticos o de conciencia. Este es solo el primer paso.

Parece ser una redundancia inválida aclarar que el diálogo debe ser crítico y exigente. El diálogo que no es crítico, es decir, que no ejercite el criterio y que no haga un discernimiento respetuoso de cada paso y propuesta, no es diálogo, es complacencia o concesión, o incluso connivencia. La negociación que no es exigente es complacencia o complicidad. Luego, quienes aceptan o proponen el diálogo y la negociación no deben excluir ni a interlocutores por ser críticos, ni a propuestas por ser exigentes. Quienes cierran esa puerta de inclusión, abren otra a la violencia y a la exclusión.

El diálogo y la negociación deben ser coherentes. No se puede creer en un diálogo que excluya a una de las partes involucradas. Eso es éticamente inaceptable. No se puede dialogar con los vecinos y lejanos y cerrar el diálogo con los de casa y los cercanos, sin perder credibilidad. Esto nos involucra a todos sin excepción. Tampoco se debe establecer un diálogo silenciando una o varias voces de una parte y dándole amplificación a las otras voces.

Si una comunidad regional o internacional, o un país, apuestan por el diálogo con una nación, no debe excluir a ninguno de los interlocutores. Mucho menos declarar pública y oficialmente que no se encontrará con alguno de ellos, como una condición para que la otra parte los reciba. Esta falta de coherencia y de reconocimiento de los interlocutores válidos no solo es lamentable, sino que desacredita y resta posibilidades de negociación a quienes lo hacen con la esperanza de poder comenzar un diálogo. La prueba está en que los interlocutores firmes en su coherencia, lo que no quiere decir que sean fundamentalista o confrontativos, alcanzan mucho más, encontrándose con todas las partes, que aquellos que se pliegan de antemano a condiciones excluyentes de una de las partes negociadoras.

Creemos en el diálogo, en la negociación y en la gradualidad de los procesos. Creemos que en Cuba existe la calidad humana y también la necesidad y la pertinencia de un diálogo y una negociación seria, creíble y eficaz. Apostamos por eso. Creemos también que tenemos entre nosotros los cubanos personas y grupos virtuosos, pacíficos, perseverantes, valientes y flexibles para ser interlocutores válidos. Creemos que también tenemos en Cuba instituciones de gran prestigio y credibilidad para servir como mediadoras y facilitadoras. Y también creemos que cada uno de esos interlocutores tiene voz propia y medios para dejarse oír y comunicarse con el mundo por sí mismos.

Si Cuba, los cubanos y cubanas, tenemos todo esto ¿qué es lo que nos falta para lograr una transición pacífica, dialogada y auténtica? Quizás algo más de buena voluntad, una gran dosis de voluntad política, reconocimiento de los interlocutores, mucho más respeto e inclusión de todas las partes, un buen antídoto para la crispación y la violencia, y sobre todo, mucha coherencia y perseverancia.

Los resultados validarán esta confianza.



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Acerca de este Blog

Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".

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