De funestos errores

En: Opinión

18 Sep 2010

Con insano simplismo, la gauche divine (divina izquierda) o simplemente bolches de chaleco europeos y latinoamericanos descargaron sobre Washington la responsabilidad por el estancamiento y la regresión de Cuba, sin aceptar una verdad evidente por sí misma: la economía centralmente planificada de Cuba es la peor de las sepulturas para una utopía socialista.



De funestos errores



Juan Marguch, La Voz del Interior

Septiembre de 2010


Con insano simplismo, la izquierda europea y latinoamericana descargó sobre Washington la responsabilidad por el estancamiento y la regresión de Cuba.

Que Fidel Castro se haya refutado a sí mismo respecto de su admisión de que “el modelo cubano no se puede exportar porque no funciona ni en la isla”, no puede sorprender.

Los viejos políticos, liberales o revolucionarios, suelen utilizar al periodismo como plataforma de lanzamiento de globos de ensayos.

Si el efecto del experimento es negativo, de inmediato recurren a la excusa de que han sido malinterpretados o que sus explosivas declaraciones fueron sacadas de contexto. Nada nuevo.

Todo muy viejo. De todos modos, lo reconozca Fidel o no, su modelo está condenado al fracaso.

Y no a partir de la desintegración del universo del llamado “socialismo real” o “socialismo realmente existente” (que es un vulgar capitalismo de Estado, con sus secuelas de explotación y marginación similares a las del capitalismo duro), sino desde los años iniciales de su Revolución.

Los amigos rusos. Que su modelo era inviable lo comprendió, antes que los Estados Unidos, la ex Unión Soviética, y lo demostró en la crisis de los misiles, de 1962, cuando la entonces superpotencia socialista debió abortar su emplazamiento de los vectores. Lo ordenó Nikita Kruschov, secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, sin que tuviera el detalle de informar de su decisión al dictador caribeño.

No fue la única humillación que la ex URSS le infirió. Cuando Fidel, su hermano Raúl y Ernesto “Che” Guevara emprendieron la industrialización del país para abandonar los riesgos que suponía una economía monoproductiva, en su caso basado sobre la industria azucarera, solicitaron a Moscú la maquinaria y herramientas que debían ser la base de la infraestructura fabril.

Es fama que Fidel y el “Che” acudieron al puerto de La Habana para recibir solemnemente el material que les enviaban los jerarcas del Kremlin. Guevara, sincero siempre y sin callar lo que en conciencia debía decir, tomó del brazo a Fidel y le expresó, con honda amargura: “Mirá la mierda que nos mandan”. La industrialización basada sobre chatarra vencida que le envio la URSS a Cuba, debía fracasar necesariamente. Y quienes mejor lo sabían eran los soviéticos.

La excusa del embargo. El estúpido embargo impuesto por Estados Unidos fue la mejor excusa del inexorable fracaso.

Con insano simplismo, la gauche divine (divina izquierda) o simplemente bolches de chaleco europeos y latinoamericanos descargaron sobre Washington la responsabilidad por el estancamiento y la regresión de Cuba, sin aceptar una verdad evidente por sí misma: la economía centralmente planificada de Cuba es la peor de las sepulturas para una utopía socialista.

Hubo países del bloque socialista real con toda una tradición de desarrollo industrial –como Alemania Oriental, Checoslovaquia y Hungría–, que nunca padecieron embargos occidentales y comercializaban con todos los países del mundo y se desmoronaron tras la demolición del Muro de Berlín, bajo cuyos escombros quedaron medio siglo de estadísticas falsificadas, como la que hacía de Alemania Oriental la sexta potencia industrial del mundo, aunque en realidad estaba enmarañada en un denso tercermundismo.

A propósito de embargos y bloqueos, el primer país de Europa Occidental que rechazó las sanciones económicas contra Cuba fue España, la del dictador fascista Francisco Franco, que le envió una partida de ómnibus y camiones y a partir de esos embarques acrecentó sin tregua el intercambio comercial. La historia ama las ironías.

Pero antes que Fidel, su hermano Raúl, ya como presidente de su patria, había lanzado una dura embestida contra el régimen burocrático y contra la ilusión izquierdista del pleno empleo, que se hermana con otra falacia, pero ésta de cuño liberal: la del empleo de por vida, sepultada siempre bajo millones de telegramas de despido que se despachan en las crisis periódicas del capitalismo.

Por cierto, 11 millones de cubanos ya sabían que el modelo de la isla era tan inviable como insufrible, de ahí las desesperadas fugas de balseros, y las raras aperturas de esclusas dispuestas por el propio régimen, sobre todo la que se realizó en 1980 y permitió la salida masiva del país de disidentes, homosexuales e individuos considerados indeseables por el régimen.

Socialismo real. La autorrefutada declaración de Fidel fue interpretada, en un mundo inmerso en una generalizada sorpresa, como un decisivo apoyo a la voluntad de Raúl de terminar con el llamado “socialismo real” o “socialismo realmente existente”. Que, está demostrado, poco y nada tuvo de socialismo. Porque por su tradición humanitaria, el socialismo jamás puede degradarse a la tortura, los campos de concentración, la censura, la engañosa dictadura del proletariado, que no es otra cosa que el dominio de una casta –la Nomenclatura–, que explota al pueblo con la misma brutalidad que el más encallecido de los sistemas capitalistas.

La idea de Raúl es importar el modelo de China, que consiste, al menos por ahora, en mantener la dictadura monopartido, pero abandonando la economía centralmente planificada y adoptando los fundamentos del liberalismo económico y la apertura al capital extranjero. Salvo que Fidel opine ahora lo contrario, naturalmente.

Otra ironía: 30 años antes de que Deng Xiaoping impusiera en 1979 esa audaz hibridación de partido único y liberalismo económico, ya la había consumado, en otra isla, el enemigo jurado del comunismo, Chiang Kai-shek, quien, derrotado por Mao Zedong, se refugió en 1949 en la isla de Formosa. En la también llamada Taiwán, instauró la dictadura del Kuomintang (partido nacionalista) y abrió su pequeño país al capital foráneo, con los resultados conocidos.

Los homosexuales. Además, en su diálogo con el periodista estadounidense, Fidel había reconocido (pero no) otro enorme, inhumano error que perpetró durante décadas: la persecución de los homosexuales.

Una semana antes del malinterpretado reconocimiento del fracaso de su modelo, se mostró apenado por la homofobia que transformó en política de su Estado. En declaraciones al diario mejicano La Jornada afirmó: “Sí, fueron momentos de una gran injusticia, ¡una gran injusticia!, la haya hecho quien sea. Si la hicimos nosotros, nosotros… estoy tratando de delimitar mi responsabilidad en todo eso porque, desde luego, personalmente, yo no tengo ese tipo de prejuicios”.

Los campos de concentración que se habilitaron para los homosexuales y las torturas y los asesinatos que se perpetraron infaman a su gobierno. Su responsabilidad no puede ser diluida ni acudiendo al más turbio de los malabares verbales, porque en 1963, a poco de instalado en el poder supremo, declaró: “Nuestra sociedad no puede dar cabida a esa degeneración”. ¿Quién otro que no fuera él podía atreverse entonces a decir algo así?

Por eso, avanzando el reportaje concedido al medio mejicano, se avino a una clara autocrítica: “Si alguien es responsable –dijo– soy yo”, pero intentó atenuarla al recordar: “En esos momentos, no me podía ocupar de ese asunto. Nosotros no lo supimos valorar, teníamos tantos problemas de vida o muerte que no le prestamos atención. Piensa cómo eran nuestros días en aquellos primeros meses de la Revolución: la guerra con los yanquis, el asunto de las armas, los planes de atentados contra mi persona”.

En verdad, sí tuvo tiempo, más de medio siglo, para aplicar sus pulsiones homofóbicas. Pero es de buena ley reconocer que, a pesar de sus obstinaciones y contradicciones, mucho es lo que avanzó Cuba en los últimos años en materia de respeto por quienes no son heterosexuales. Tanto que su sobrina Mariela, hija del presidente Raúl, es directora del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex), que desde 2008 financia las operaciones de cambio de sexo. La propia Asociación Internacional de Lesbianas y Gays (Ilga, por sus siglas en inglés), reconoce que en la isla no son ahora perseguidas legalmente las relaciones entre hombres o entre mujeres, aunque eso no evite una cierta discriminación social.

¿Por qué ese dilatado y doloroso error, que destruyó las vidas y las obras de Virgilio Piñera y de Reinaldo Arenas –encarcelado y torturado y silenciado por homosexual, que se suicidó en su exilio en Nueva York, tras fugarse de la isla– y, como ellos, de millares de perseguidos, como el genial José Lezama Lima? El 7 de diciembre de 1990, cuando se quitó la vida, Arenas dejó varias cartas, entre ellas una dirigida a Fidel, a quien culpó de todos los sufrimientos que debió padecer por su condición de homosexual.

Del libro de Arenas dijo Guillermo Cabrera Infante, otro cubano excepcional: “Su pansexualismo es siempre homosexual y ubicuo, pero al revés de (Jean) Genet, lo trasciende una poesía verdadera que lo hace una versión cubana y campesina de un Walt Whitman de la prosa”.

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Acerca de este Blog

Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".

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