CUBA: La fuerza de una nación

En: Laborales

26 Ago 2010

Resulta perceptible el número de trabajadores que se siente tan sólo como una simple pieza de un engranaje productivo, incapacitado para tomar decisiones importantes. Al respecto, se observa un paternalismo institucionalizado que anula la iniciativa personal y poco a poco la va embotando. El hombre se despersonaliza ante unas orientaciones que ya vienen dadas desde “arriba”, sin considerarlo en su individualidad ni hacerlo partícipe de la gestión empresarial. No importa cuán grande sea su aporte, en la mayoría de las veces, él siempre ganará lo mismo. Asimismo, debo añadir que, en muchos centros laborales, la insatisfacción aumenta y se frustra aún más la productividad al no existir adecuadas condiciones de trabajo.



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Foto: Jorge Diaz-Diaz


CUBA: La fuerza de una nación (artículo)

August 25th, 2010

Muchos trabajadores cubanos se encuentran hoy día no sólo insatisfechos con las condiciones materiales y espirituales en que desarrollan su existencia, sino que la mayoría de ellos NO considera al trabajo como una posibilidad de prosperidad y bienestar en la vida.

Por Jorge Diaz-Diaz

Artículo escrito para la revista Espacios y publicado por dicha publicación, en el año 2000. ¿Ha cambiado la sociedad cubana? Usted dirá si estas letras aún tienen vigencia.

Recuerdo que en la década de los ’80, cuando era apenas un niño, mi padre regresaba de su trabajo y, luego de cumplir con los quehaceres que le correspondían, se entregaba a una relajada sesión de ajedrez en compañía de varios amigos. Entonces, el salario que él percibía era suficiente para cubrir algunas necesidades vitales, a pesar de la vida humilde que llevábamos. Hoy día, casi todos sus compañeros de afición cruzaron la franja de mar que separa a la isla del Norte y mi padre ya no juega al ajedrez, sino que, cansado de la falta de libertad y de buscar con desesperación el necesario sustento, siguió la huella de sus amigos y ahora vive en Miami.

Hace más de 15 años, Cuba vivía una especie de sueño amparado en los subsidios provenientes del extinto campo socialista. Pero al desintegrarse el sistema político en esos países y comenzar en el nuestro el llamado período especial, ese sueño se tornó en la tensa vigilia de un gran segmento de la población para cubrir sus necesidades. Y si la situación económica antes del período especial no resultaba pródiga ni mucho menos (recuerdo aquellos prolongados apagones y el fatídico transporte), al menos el salario de cada obrero le servía para vivir un poco mejor: nuestra moneda tenía más respaldo.

Actualmente en nuestro país, el concepto de trabajo se deprime a pasos agigantados debido a la aguda crisis económica y de valores que atravesamos. No hay una apropiada actitud ante los mecanismos de oferta y de demanda, aún anclados en una mentalidad de supuesta propiedad del pueblo, lo cual reduce la valoración del hombre ante los bienes materiales ajenos. Cada vez son menos los que se sienten verdaderos responsables de la propiedad social, porque no reciben un adecuado beneficio; y son pocas las personas que se interesan por un determinado local u objeto que se deteriora. “Ese problema –dicen muchos-, que lo resuelva el Estado”. Así, por ejemplo, si seguimos la misma cadena de indiferencia es notable la mala atención que aún se le brinda al cliente en algunos comercios (incluso en los que circula sólo el dólar). Una simple compra puede devenir en un maltrato, además de que, por causa de una mala gestión comercial, los estantes pueden estar mal surtidos. Pero el anterior ejemplo es debido a que un número considerable de la clase trabajadora se siente descontenta con su remuneración.

Para la mayoría de las personas, el ideal de trabajo conlleva una aspiración de bienestar tanto material como espiritual, las cuales son un complemento esencial que, cuando se desnivela, produce la insatisfacción. Resulta alarmante que el salario que percibe un alto porcentaje de los trabajadores no les alcanza para vivir dignamente, y mucho menos para sostener a sus familias. Muchas de ellas no ven luz en el túnel de sus carencias debido a los elevados precios de los productos, los cuales cuestan lo mismo en dólares como en su equivalente nacional. Mientras, en los medios de comunicación se habla de una recuperación económica que apenas se avizora, y la alimentación del pueblo se hace más deficiente, además de que los medicamentos escasean y son caros en las farmacias por dólares o en el mercado negro. Hace poco tiempo escuché un chiste que, a pesar de la hipérbole, resume el sentir de un número nada despreciable de nuestra clase obrera. El cuento decía que “el cubano hace como que trabaja y luego, en su centro laboral, hacen como que le pagan”. Valga el ejemplo de que el precio en los agromercados de una sola libra de carne de cerdo, indispensable para una adecuada alimentación, constituye aproximadamente la sexta parte de la paga mensual de un trabajador común. Y si mencionamos al aceite comestible o a la leche, además de los productos agrícolas, la cifra se vuelve cuantiosa para un asalariado criollo. Esta situación da al traste con el ideal de igualdad de un proyecto social que se erigió como el único autorizado para solucionar la situación económica del pueblo. ¿Adónde fue el ideal de un hombre nuevo, de un obrero nuevo? El mercado negro se ha convertido en la alternativa de subsistencia de millones de cubanos. En este hay un constante movimiento de intercambio, compra y venta; los precios son algo más bajos y la mercancía casi siempre se encuentra.

Asimismo, el fenómeno de la dolarización ha logrado que, en sentido general, las personas tengan un mayor acceso al dólar, aunque acrecienta el desconcierto y la desigualdad en un segmento significativo de la sociedad. La presencia simultánea de dos monedas muestra el desamparo de quienes ganan como promedio sólo 200 pesos al mes (menos de 10 dólares, al cambio en la CADECA), mientras los precios en las tiendas por divisas están como si todo el mundo percibiera astronómicos salarios en moneda dura. Toda esta situación de necesidad altera la visión de futuro de quienes precisan sumergirse en el diario bregar, además de crear conciencias que se habitúan a la ilegalidad y al comercio con artículos de procedencia dudosa. No obstante, a contrapelo de dicho panorama, la mayoría de las personas en edad laboral trabajan y aún manifiestan que son conscientes de la utilidad de su empleo en la sociedad, así como que trabajarían mejor con un salario más justo.

Resulta perceptible el número de trabajadores que se siente tan sólo como una simple pieza de un engranaje productivo, incapacitado para tomar decisiones importantes. Al respecto, se observa un paternalismo institucionalizado que anula la iniciativa personal y poco a poco la va embotando. El hombre se despersonaliza ante unas orientaciones que ya vienen dadas desde “arriba”, sin considerarlo en su individualidad ni hacerlo partícipe de la gestión empresarial. No importa cuán grande sea su aporte, en la mayoría de las veces, él siempre ganará lo mismo. Asimismo, debo añadir que, en muchos centros laborales, la insatisfacción aumenta y se frustra aún más la productividad al no existir adecuadas condiciones de trabajo.

Es conveniente aclarar que las situaciones antes descritas, si bien se suscitan en la generalidad de los casos, no corresponden a todos los sectores laborales, pues en las corporaciones y en las firmas extranjeras las condiciones de trabajo mejoran y los salarios aumentan un poco, aunque no lo suficiente. No obstante, la atención al hombre se eleva (mayormente en los centros que ingresan al Estado grandes sumas de divisas), mediante diarias meriendas, artículos para el aseo y pequeñas sumas de dólares, aunque en ocasiones todo esto, distribuido o vendido a precios más accequibles, es utilizado como un medio de coacción por parte de las administraciones.

Un signo de aparente apertura en la política laboral del Estado lo constituyó la autorización de los trabajadores por cuenta propia, quienes brindan un abanico de prestaciones y servicios, pero se enfrentan a excesivos controles que limitan su expansión y su gestión comercial, aunque esto no impide que muchos (jóvenes en su mayoría) prefieran el trabajo independiente de los canales estatales.

Por último, es notable el éxodo de miles de profesionales hacia sectores de la economía que reportan mayores dividendos, en detrimento de su verdadero potencial. Los médicos, pedagogos o ingenieros forman una parte de la clase trabajadora que tienen, en la mayoría de los casos, el ejercicio de su profesión asegurada, pero se sienten insatisfechos a causa de que la especialidad no les reporta una vida proporcional a la preparación recibida. Esto constituye una alteración en la escala social, de manera que un puesto de dependiente de una tienda por dólares es más estimado que un título de médico. Al respecto, muchos estudiantes de preuniversitario no consideran el estudio como la mejor vía para lograr sus aspiraciones. En las escuelas tampoco se hace hincapié en el seguimiento de una vocación, debido a una cadena de insatisfacciones que comienza en los padres y termina en los maestros. Numerosos jóvenes no tienen un proyecto de vida definido y así dejan pasar sus días sin talentos que aportar a la sociedad. Se pierde el sentido de pertenencia a una nación y, por supuesto, a un futuro centro de trabajo. Además, si a lo anterior le sumamos los bajos salarios y, en ocasiones, las condiciones de trabajo desfavorables, es lógico pensar que muchos (jóvenes principalmente, aunque también de todas las edades) consideren la salida de Cuba como remedio a sus problemas. Ellos buscan un lugar en el que puedan lograr el bienestar y tengan el incentivo material necesario para dar rienda suelta a la iniciativa, sin necesidad de recurrir a dudosas alternativas.

Sobre el presente tema aún queda mucha tela por donde cortar y cada cual vive su propia historia de luces y de sombras. Por lo pronto, resulta triste que tanto potencial valioso marche hacia otras latitudes, pues se está yendo la fuerza y la inteligencia que puede levantar a esta nación.

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Acerca de este Blog

Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".

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