Cuba el embargo, la posicion comun y el miedo interno (comentarios)

En: Derechos Humanos

16 Nov 2010

La afirmación del canciller Bruno Rodríguez Parrilla en las Naciones Unidas de que las transformaciones emprendidas por el gobierno cubano «no se proponen complacer los deseos o satisfacer los intereses del gobierno de los Estados Unidos», sino que «responden a los anhelos de los cubanos y a decisiones soberanas de nuestro pueblo», hace pensar que, o se trata de una advertencia absolutamente innecesaria, o en el fondo pudiera encontrarse alguna coincidencia entre los intereses imperialistas y los anhelos del pueblo.



Enemigo complacido


Por: Reinaldo Escobar


Noviembre de 2010


Bruno Rodríguez aclara en la ONU que los ‘cambios’ en la Isla se deben a demandas populares y no de EE UU. ¿Acaso coinciden los intereses de Washington y los anhelos de los cubanos?

La afirmación del canciller Bruno Rodríguez Parrilla en las Naciones Unidas de que las transformaciones emprendidas por el gobierno cubano «no se proponen complacer los deseos o satisfacer los intereses del gobierno de los Estados Unidos», sino que «responden a los anhelos de los cubanos y a decisiones soberanas de nuestro pueblo», hace pensar que, o se trata de una advertencia absolutamente innecesaria, o en el fondo pudiera encontrarse alguna coincidencia entre los intereses imperialistas y los anhelos del pueblo.

Nunca antes un dirigente de la revolución se había visto en la necesidad de aclarar que los esfuerzos para reducir la mortalidad infantil, aumentar la expectativa de vida, diseminar la educación gratuita o garantizar la seguridad social de los desvalidos, fueran iniciativas que se llevaban a cabo, no para complacer intereses foráneos, sino porque eran una demanda popular. ¿Por qué esta vez se sintió Bruno Rodríguez obligado a hacer semejante precisión?

Facilito. Porque durante casi medio siglo todo aquel que ha criticado el paternalismo estatal —mantenedor de las plantillas infladas del pleno empleo— o ha señalado las injustas condenas a que fueron sometidos los opositores, ha sido sistemáticamente estigmatizado como agente del imperialismo, mercenario de los yanquis, lacayo de la Unión Europea y otras lindezas más. Me gustaría saber desde cuándo estaban enterados los gobernantes cubanos de los anhelos de su pueblo de que se pusieran en marcha las transformaciones con que hoy intentan complacerlo. Es pregunta para calcular cuánto más se van a demorar en satisfacer otras exigencias populares, como son la libertad de expresión o asociación, la libertad de movimiento o de empresa, y en fin el ejercicio de los derechos establecidos en aquella Declaración Universal de la que nuestro país es firmante.

Si a las grandes potencias no les faltara tanto el sentido del humor, podrían jugar a exigirle al gobierno cubano a que siga haciendo todas esas cosas que nos desagradan y tal vez de esa forma se eliminaría la costumbre de encarcelar personas por peligrosidad predelictiva, o se permitiría a guantanameros, santiagueros y camagüeyanos circular libremente por la capital. A lo mejor hasta nos dejarían contratar televisión por cable o tener acceso a internet en nuestras casas. ¿Estará enterado Bruno Parrilla de que el pueblo (también) hace esas demandas?

Suele ocurrir que los deseos de un pueblo coinciden con los intereses extranjeros. Por ejemplo, todos recordamos las campañas internacionalistas en Angola y Etiopía. Durante años trataron de convencernos de que fuimos a morir allí en cumplimiento de un deber, de una deuda que teníamos con África, y que aunque eso coincidiera con los intereses geopolíticos de la Unión Soviética en los tiempos de la guerra fría, la verdadera intención nunca fue complacer al Kremlin, sino realizar una decisión nuestra, soberana y en correspondencia con nuestra ideología.

Aparentemente, de lo que se trata es de no dar la imagen de que se están haciendo concesiones al enemigo, porque cuando los pasos dados por un gobierno en una u otra dirección dan esa impresión, uno puede sospechar que el poder se está debilitando y hasta se llega a pensar que el verdadero enemigo del gobierno ha sido siempre el pueblo.

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El reto de la Unión Europea


Sede UE en Bruselas, Belgica
No existen elementos que indiquen un cambio de rumbo en La Habana.

La Unión Europea ha encomendado a su máxima diplomática, la baronesa británica Catherine Ashton, explorar vías de diálogo con La Habana. El diálogo es un instrumento eficaz en la resolución de conflictos, pero no un resultado en sí.

Es lógico que las autoridades europeas consideren no sólo poder ejercer su influencia sobre la situación cubana, sino incluso ser testigos de una solución a mediano plazo.

Sin embargo, no existe ningún elemento que indique un cambio de rumbo en La Habana, y sí una clara estrategia encaminada a ganar tiempo. Todos los presos políticos excarcelados en los últimos meses han sido deportados, se fragua una operación de limpieza política para expulsar del país a otros disidentes, y las reformas económicas anunciadas, lejos de pretender el desarrollo de una clase media independiente del Estado, apuntan únicamente a fomentar una precaria red de subsistencia. La lista de actividades autorizadas y la nueva ley tributaria dan fe de la verdadera naturaleza del «cambio».

¿Qué ha visto entonces la UE en Cuba?

Los elementos positivos señalados por los gobiernos comunitarios no han sido desencadenados por la voluntad política del régimen, sino por la presión interna. La Habana intenta fabricar oportunidades sobre sus propias debilidades, y la UE está obligada a reparar en lo que constituyen algo más que síntomas: no hay cambios en las leyes represivas, y el discurso amenazante de las autoridades frente a cualquier disidencia se mantiene igual. La historia cubana más reciente demuestra cómo el régimen se comporta frente a sus compromisos. No hay más que ver el resultado de los Pactos de Derechos Humanos de la ONU, firmados en 2008, nunca ratificados y jamás cumplidos.

La política europea deberá abrirse paso, sabiendo incluso lo difícil de lidiar con una dictadura. Es necesario explorar la voluntad de los Castro, y solamente luego modificar la Posición Común o acordar un documento bilateral.

Ashton ha de cumplir, de forma pública y transparente, el mandato de los ministros de Exteriores. Si la UE deja a un lado la candidez y juega de veras a la política, serán las acciones del régimen las que hablen por sí solas sobre el futuro de la Posición Común.

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Penúltimos miedos


Por: Orlando Luis Pardo Lazo

De tanto asumir que nuestro miedo es real, le hemos cogido miedo a la realidad.

El miedo fue un atributo literario desde George Orwell (en Kafka no hay miedo, sino sospecha) hasta que la Guerra Fría pujó y pujó para tumbar el Telón totalitario de Acero.

En la Cuba cársica de hoy, entre copias digitales del filme 2012 en cada banco de video pirata, a golpe de celulares e internet feudal, con los trompetazos de Fidel Castro certificando que sólo el holocausto atómico sería un remate glorioso para su revolución, el miedo paradójicamente ha dejado de ser una tara genética. El miedo es mentira. Virgilio Piñera, por ejemplo, de pronto ha envejecido como autor desde que plantó su pánico ante el Premier al inicio de la utopía: “sólo sé que tengo miedo, mucho miedo…”

Pero el miedo cubano es hoy apenas una justificación edípica. Una joda epidérmica, incluso para los mentecatos. Puro paternalismo tras una máscara comodísima de tan inercial. Es un miedo de maquillaje, para nada maquiavélico como en los viejos tiempos del Telón de Acero o Azúcar. Simplemente sucede que nuestras facciones son más reconocibles bajo ese disfraz: somos más auténticos mientras más interpretemos a un personaje de pánico, somos más autóctonos mientras más enarbolemos esa cobardía de atrezo contra la que toda resistencia rebota.

De tanto asumir que nuestro miedo era real, le hemos cogido miedo a la realidad. Un miedo manso. Sobrevivimos en una burbuja estatal de códigos bien estáticos y sería incómodo jugar ahora a la ruleta cubana de la osadía. De tanto asumir que no éramos libres, esa mentira nos sumió. Un mentira mental.

El miedo es, también, un comodín para que el exilio cubano no nos incite en Cuba a dar un paso de más. Para chantajearlos emocionalmente y que por fin respeten (o al menos patrocinen) nuestra impúdica pendejidad. De hecho, el miedo es un espejito mágico para culparlos un poco por su condición de exilio cubano, por abandonarnos en la arena arrasada de un Estado absolutamente obsoleto.

Esta podría ser la verdadera guerrita del durofrío que vive ahora nuestra nación, conflicto de teatro en cuyo guión la CIA y el G-2 tendrán bastante poco que confrontar, pues la pose cubana recluta más agentes que todos los órganos de inteligencia: ese miedo omnisciente nos pone de acuerdo espontáneamente, creando consenso y gobernabilidad. Abandonar semejante colchón de falacias sería hoy, cuando menos, un acto irresponsabilísimo de histeria histórica. El apotegma de San Solzhenitsin, con pespuntes de Declaración de los Derechos Inhumados, en Cuba debiera leerse así: Nadie debe ser condenado a vivir en la verdad… De hecho, la Ley Primera de nuestra república igual pudiera reescribirse como el derecho de todos los cubanos a la hipocresía plena del hombre.

En Cuba sólo los extranjeros sufren aún miedo material (puede que los muertos también sufraguen el mito), pero es sólo un reflejo de sus malas lecturas este-europeas. En cuestiones de paranoia, la cultura aconeja y la ignorancia salva. En especial, a los extranjeros de izquierda se les nota peculiarmente aterrados a la hora de, por ejemplo, darle la mano a un disidente en un cafetín (el contacto conceptual prestigia; el contacto físico contamina): muy en especial, esos extranjeros de cierto ámbito académico que, sin la Revolución Cubana, según lo intuyera Ernesto Che Guevara, tendrían que suicidarse como clase social a falta de materia prima para sus becas de PhD.

Menos miedo todavía tienen los funcionarios en el poder. Muchos desconocen técnicamente que están en el poder. Ordenan sus papeles más o menos represivos y se van de vacaciones hasta que pasen los disturbios de este o aquel verano (basta con la policía para propinar bastonazos). La nomenklatura habita operativamente una suerte de infancia laboral que a veces deviene infarto laboral: hay más despidos entre los oficialistas que a costa de la oposición. En tanto vieja guardia, estos “cuadros” se han convertido en la retaguardia del proletariado. Su cansancio es comparable al de ángeles caídos entre las firmas nunca en firme de la próxima resolución, sea represiva o de liberalización.

Los cubanos simplemente no desean participar demasiado. No quieren ser involucrados del todo. Permítasenos un poquitico de paz póstuma, por favor. El protagonismo es tildado de pataleta patética. No hay peligro mientras no pretendamos protagonizar a este país: ser extras es una garantía de éxito y sólo el discurso del miedo nos permite como pueblo permanecer en el closet. Ese es nuestro artero arte de la post-política. Acaso un complot de cero convocatoria. Nadie calcula lo que se cocina clandestinamente aquí. Suiza o Haití: en Cuba todo ya bulle, pero sin bulla.

Por el momento, a falta de tics democráticos constitucionales (sin envidiar esos lujitos que el exilio cubano exhibe en el resto del mundo), supongo que plagiar a Epicuro sea un óptimo epitafio para nuestro velorio de la verdad: “vive en secreto, muy en secreto…”

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Acerca de este Blog

Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".

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