Crónica de los oficios

En: Laborales

31 May 2011

No había mejor sello de identidad que el trabajo que se realizaba. Cuando se decía Cancha se pensaba en el peletero; Cachaco, el funerario, Perfecto, el quincallero, Marco Ferrán, el herrero, Mosquera, el panadero, Agustín, el carbonero. Sin embargo, con el rebumbio que se armó después de la revolución de Castro, lo que uno sabía hacer pasó a un segundo plano.



Crónica de los oficios

Por: Manuel Vazquez Portal

Ex preso de conciencia causa de los 75

Periodista y Escritor

No había mejor sello de identidad que el trabajo que se realizaba. Cuando se decía Cancha se pensaba en el peletero; Cachaco, el funerario, Perfecto, el quincallero, Marco Ferrán, el herrero, Mosquera, el panadero.

La población se fue convirtiendo en verdaderos artífices del discurso enardecido, ases de la guataquería oportuna, expertos de la apariencia de vanguardia, especialistas del aplauso, campeones del asentimiento.

En Cuba se habían acabado los oficios. Usted no oía hablar de Pancho, el carpintero; Juan, el herrero; Sergio, el barnizador; Bernardo, el talabartero; Olga, la tamalera, Cuquita, la secretaria, Tibaldo, el escribano.

En los barrios de mi niñez, la gente se conocía por lo que sabía hacer, por la labor que realizaba. Si usted preguntaba por Cundingo, no faltaba quien explicara: «Sí, muchacho, el hijo de Ñico, el barbero». Si indagaba por Ovidio, cualquiera le indicaba: «¿Ovidio? ¿El tintorero? Sí. Allí llegando a la ceiba de la calle Libertad.

No había mejor sello de identidad que el trabajo que se realizaba. Cuando se decía Cancha se pensaba en el peletero; Cachaco, el funerario, Perfecto, el quincallero, Marco Ferrán, el herrero, Mosquera, el panadero, Agustín, el carbonero. Sin embargo, con el rebumbio que se armó después de la revolución de Castro, lo que uno sabía hacer pasó a un segundo plano.

Lo primero era ser revolucionario. Si se contaba con la suficiente confiabilidad política, cualquier oficio se aprendía en el camino. Así, un retranquero llegó a ser administrador de una central azucarera, un jornalero agrícola alcalde de un municipio, un pintor de brocha gorda presidente de un tribunal popular, un vendedor de billetes director de la Empresa Ferroviaria.

Los oficios fueron perdiendo crédito entre la población. Si antes la gente se mataba por un puesto de aprendiz o de ayudante, aunque fuera en una fábrica de churros, pronto cayeron en la cuenta de que la única manera de ascender en Cuba era tener muchos méritos políticos.

La gente se formaba como obrero calificado (vaya eufemismo para decir peón, jornalero), técnico medio (que más bien eran medio técnicos) o profesionales, pero no con el propósito de consagrar sus vidas a lo que habían estudiado, sino con el fin de que les otorgaran algún cargo. Ser dirigente era la mayor aspiración, como era también la única manera de obtener algún reconocimiento social.

La población se fue convirtiendo en verdaderos artífices del discurso enardecido, ases de la guataquería oportuna, expertos de la apariencia de vanguardia, especialistas del aplauso, campeones del asentimiento.

Fue más importante la asistencia a trabajos voluntarios, la combatividad en las reuniones, las guardias en el centro de trabajo, la presencia en actos y conmemoraciones que el trabajo en sí.

Dondequiera usted encontraba un verdadero teórico de los conceptos revolucionarios, un aguerrido defensor de los principios de la clase obrera, un maestro de la estrategia para consolidar el socialismo. Pero si se le desclavaba un zapato tenía que botarlo porque no aparecía un bendito remendón. Si se le rompía un grifo de agua debía amarrarlo con un alambre porque jamás aparecería un plomero.

El tapizador andaba de presidente del Poder Popular, el fogonero de secretario del Partido, el albañil de funcionario en la Empresa Pesquera, el boyero de jefe de la policía.

Andando el tiempo, hubo más jefes que subordinados, aunque todos eran súbditos de un sólo rey, y ya nadie sabía hacer lo que estaba haciendo y se les fue olvidando lo que habían aprendido a hacer, y de repente todo fue teque, muela y cartelito.

La marea del hambre subió cuando allá por la otra pared del mundo el socialismo se vino abajo. Entonces se creó el trabajo por cuenta propia para tapar el huraco que se iba abriendo en las barrigas, y en todas las esquinas la bigornia y el martillo, la tijera del hojalatero, las agujetas de crochet, aparecieron como por arte de birlibirloque.

Los dirigentes –más bien digirientes, todos eran rosados, barrigoncitos y guayaberosos- se pusieron a botear con los Ladas de pasear, los ingenieros instalaron una paladar, los profesores –sobre todo de idiomas- se trasladaron para el turismo, y los oficios fueron recuperando algo de su vieja dignidad y tradición.

Los campesinos sudaron un poco más la camisa estimulados por la aparición de los agramercados y la posibilidad de una venta más jugosa –mangos, frutabombas, chirimoyas- que las que les hacían a Acopio; la cosecha de maní parecía interminable –un ejército armado de cucuruchos salvó a la llamada Generación del Período Espacial- surgió el bici-taxi, La Plaza de Armas se llenó de artesanos y libreros, expendedores de tabacos y rones de rara procedencia, y el Malecón habanero se inundó de maestras del más antiguo de los oficios.

Pero los albañiles seguían sin cemento, los herreros seguían sin metales, los sastres sin telas, los pintores sin brochas, los limpiabotas sin betún. Las casas siguieron desmoronándose, las verjas oxidándose, la esperanza muriéndose.

Es que los oficios necesitan de una infraestructura anterior y de una producción que los sostenga. Como la cadena alimenticia: para que el león coma debe haber cervatillos, para que el cervatillo se alimente deben existir prados y para que los prados florezcan debe haber agua.

Para que exista el talabartero es necesario que haya tenerías; para que surjan tenerías es imprescindible que haya monteros, para que haya monteros es necesario que haya ganaderos y son los ganaderos los que compran madera al aserrío y el aserrío se la ha comprado a los leñadores; los ganaderos compran alambre y grapas a las ferreterías y las ferreterías se lo han comprado a la manufacturera y la manufacturera se lo ha comprado a los mineros; y los mineros compran linternas a la ferretería y vinos al bodeguero, y para que haya vinos tiene que haber vinicultores y para que haya vinicultores tiene que haber viñedos y para que haya viñedos tiene que haber tierras productivas y para que haya tierras productivas tiene que haber labriegos contentos y para que haya labriegos contentos –que son los que producen la uva- tiene que haber libertades porque si no se acaba el contento de todo el mundo y vuelve a ocurrir lo mismo que lleva medio siglo ocurriendo en Cuba, pero los Castro no entienden este trabalengua que acaba de explicarme nieto.

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Acerca de este Blog

Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".

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