Comentarios sobre la realidad cubana actual

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27 Oct 2010

He querido hacer un “tríptico”, un incompletísimo y epidérmico recuento de mi realidad circundante. Cada cubano, desde su entorno, podría aportar sus propios testimonios de irresponsabilidad gubernamental a la hora de administrar recursos, sin embargo, estos que aquí refiero resaltan, en mi ciudad, no sólo por su escandalosa insensibilidad, sino además por ser un referente claro de hasta dónde llega en la Isla el hábito de pensar en cualquier cosa, excepto en el bienestar real de la población.




Nota desde la prisión: Lo que dice Juan Luis Rodríguez Desdín (Akiro)


27 de octubre de 2010

Luis Felipe Rojas, Cruzar las Alambradas


Debido al ángulo privilegiado para la información que tiene el preso político Akiro puede de vez en vez ofrecernos más luz sobre el mundo carcelario. Lo cito a él:

“El día 14 de octubre medio centenar de reclusos vimos cómo otros presos que trabajan en el pantry del penal de la Prisión Provincial de Holguín entregaban arroz, sacado de las cazuelas para nosotros y se las entregaban a los funcionarios de orden interior para alimentar a sus cerdos”. He visto bolsas de hasta diez libras de arroz o de picadillo de carne y vegetales ir a parar a manos de los funcionarios en el turno de jefe de grupo llamado Polanco (el mismo que dirigió la última golpiza a Orlando Zapata antes de llevarlo a Kilo 8 en Camaguey) le llevaban productos al llavero conocido como El Pinto”. Bolsas, tanquetas plásticas y otros envases salen llenos de alimentos que pudieran alimentar a los presos o que van al comedor cada día pero son llevados hasta las afueras del penal, y desde allí hasta la casa de los guardias para engordar cerdos”.

“Según tengo entendido el mismo esbirro apellidado Polanco sugiere directamente a los pantristas el recorte de alimentos. Esto casi nunca lo encontramos entre las denuncias que se hacen. La gente acostumbrada al hambre en la calle piensa que esta no es una violación de los derechos humanos”.

En esta ocasión no es la golpiza, ni la denegación de atención médica que desde la cárcel solicitan los presos enfermos. Akiro ha centrado su lupa en eso que por generalizado ya pensamos que es definitivo.

Así también ocurre en las empresas, los restaurantes, jardines de la infancia. Hace apenas unos años una amiga mía lloraba a cada rato pues el gerente nocturno del hotel ‘Delta Las Brisas’ en el polo turístico de Gualdalava no dejaba que los trabajadores se llevaran una sola onza de helados a sus hijos. No podían ponerlo a congelar en ningún lado porque aquel perro olfateador lo encontraba todo. Entonces el ingenio del cubano siempre en avance los llevó a envasar el helado en bolsas de nylon y sacarlo herméticamente cerrado pero dentro de las bolsas de desperdicios destinados a los cerdos. Luego, cuando ya estaban fuera del control los recogían y llevaban a su casa.

No lo hacían todos los días, sólo una vez a la semana nada más, pero luego el juego se hizo con el aceite de oliva el salchichón y la aceituna. Todo por el caño del tragante.

Ahora no dudo que estos militares lo estén haciendo por necesidad pero a la inversa, como un Robin Hood sin moral ni líneas éticas que roba a los más necesitados.

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De la miel a la hiel
Octubre de 2010

Llevaba una gorra encasquetada hasta las orejas, pero aún así reconocí en su rostro los rasgos del otrora vicepresidente. Carlos Lage pasó frente a mí en la intersección de las calles Infanta y Manglar, con ese andar típico del defenestrado, con esa cadencia que tiene el caído cuando ha perdido la esperanza de que lo reivindiquen. Sentí pena por él, no por verlo caminar bajo el sol cuando hasta hace poco tenía chofer, sino porque todos lo miraban con un silencio castigador, con un mohín de desquite. Una mujer pasó por mi lado y la oí decir: “El pobre, mira que tuvo que poner la cara para que al final le hicieran esto”.

Un año y medio después del despido de Carlos Lage y Felipe Pérez Roque todavía no se aclara la razón que condujo a su final político. En un gesto de inusitada discreción, el video que se les proyectó a los militantes del Partido Comunista –explicando los motivos del truene– nunca se filtró hacia las redes alternativas de información. Tampoco nos convencieron aquellas fotos en que aparecían ambos en una fiesta, tomando cerveza y sonriendo, pues si esa fuera la causa para perder el cargo no quedaría un solo ministro en su puesto y la silla presidencial estaría vacía. La frase de que tanto el canciller como el vicepresidente se habían vuelto adictos a “las mieles del poder”, escrita por Fidel Castro en una de sus reflexiones, más parecía la confesión de quien conoce bien la jalea real de un gobierno sin límites que la explicación del error cometido por otros. De manera que nos hemos quedado sin conocer qué llevó esta vez a que Saturno se comiera a sus hijos, con ese regusto de quien se está devorando la última camada, la generación que pudiera sustituirlo.

Sentí compasión por Carlos Lage al verlo con su gorra tapándose el rostro, con su paso apurado para que no lo advirtieran.  Tuve el impulso de llamarlo para decirle que al expulsarlo le habían evitado el escarnio futuro y lo habían convertido en un hombre libre. Pero pasó tan de prisa por mi lado, el asfalto despedía tanto calor y aquella mujer lo miraba con tanta burla, que sólo atiné a cruzar la acera. Dejé al defenestrado con su soledad, aunque créanme que tuve ganas de acercarme y susurrarle que no estuviera triste: al botarlo en realidad lo habían salvado.


Por: Claudia Cadelo, Octavo Cerco


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Del Otro Lado de las Ruinas


Octubre de 2010


Ernesto Morales Licea, Pequeño Hermano

Cada vez que he conocido las historias de viajes prolongados y separaciones familiares por parte de algunos amigos extranjeros, me ha surgido, inevitable, la misma pregunta: ¿por qué a los cubanos nos afecta de manera tan cruel separarnos de nuestros amigos y seres queridos?

Conozco casos de jóvenes europeos que estudian en universidades fuera de su país, o latinoamericanos que encuentran trabajo en los Estados Unidos y se quedan a vivir allá de forma permanente. Nunca he sentido en sus testimonios la misma nostalgia desgarradora, el mismo sufrimiento agónico que cuentan los exiliados de mi país.

Analizar las causas de este hecho nos llevaría por complejas rutas donde la idiosincrasia y las peculiaridades históricas de nuestra nación desempeñan un rol decisivo.

Sin embargo, una de las explicaciones prácticas que constantemente me ha surgido al valorar este fenómeno, podría exponerla así: los cubanos hemos vivido tanto tiempo juntos, tan cerca de los nuestros, en la misma casa de siempre, que el concepto de familia y Patria para nosotros posee un alcance muy estrecho.

Los cubanos de esta época, salvo raras excepciones, nacen y viven sus vidas de adultos en el mismo hogar. Coexisten dos, tres, y a veces cuatro generaciones bajo el mismo techo.

Además, desde que tienen conciencia dan por sentada la imposibilidad casi absoluta de mudarse de país o conocer otras partes del mundo. Así pues, el marco de lo que asumimos como “lo nuestro”, ¿a qué se limita en muchos casos?: a la porción de Universo que vemos cada día alrededor de nosotros.

Cambiarnos de casa, separarnos de la familia con la que nacemos y compartimos todos los años de nuestras vidas, es un impacto devastador cuyo alcance sería incomparablemente más restringido si la existencia del cubano fuera diferente.

Es por ello que el fenómeno de la vivienda en este país posee una connotación que por momentos rebasa lo normal. Hablar de una casa, en Cuba, tiene una carga de significados tan grande que hacen del tema un abismo de posibilidades.

Lo mismo investigando los esfuerzos, sumisiones, chantajes y padecimientos que son capaces de soportarse en esta tierra con tal de acceder al divino privilegio de cuatro paredes entre las que dormir; que valorando hasta qué punto la ausencia de inmuebles ha condicionado a la sociedad cubana tal y como la conocemos hoy.

Sin embargo, no es en este punto en particular donde pretendo adentrarme. O sea: no intento describir la situación de un sector que constituye una de las piedras angulares de la miseria en que se ha sumido a mi país. De eso se han encargado, con notable éxito, documentalistas, escritores, fotógrafos y artistas de la plástica.

Prefiero, más bien, volver la cara en otra dirección, mirar del otro lado de las ruinas y preguntarme en qué se gastan hoy muchos de los recursos, los materiales y la mano de obra que podrían destinarse a solucionar, o cuando menos aliviar, la dantesca situación de los hogares cubanos

¿En qué obras de fantasía, de absurdos, y de desatinos gubernamentales, son invertidos los recursos que miles de familias podrían emplear en construirse una vivienda digna, o reparar sus maltrechas paredes?

He querido hacer un “tríptico”, un incompletísimo y epidérmico recuento de mi realidad circundante. Cada cubano, desde su entorno, podría aportar sus propios testimonios de irresponsabilidad gubernamental a la hora de administrar recursos, sin embargo, estos que aquí refiero resaltan, en mi ciudad, no sólo por su escandalosa insensibilidad, sino además por ser un referente claro de hasta dónde llega en la Isla el hábito de pensar en cualquier cosa, excepto en el bienestar real de la población.

TRECE CASITAS DE MARTÍ AL ALCANCE DE TODOS

Hace cerca de cuatro años tuvo lugar en Bayamo un hecho que trascendió las fronteras del silencio que el Estado impone a estos actos: el desalojo ordinario y brutal de asentamientos “ilegales” en zonas semi rurales de la ciudad.

Se trataba de cientos de personas que, sin posibilidades de una vida digna en el campo, pretendían acercarse a la urbe provincial en busca de mejores condiciones de trabajo y sustento. Habían construido casuchas de lástima. Habían adaptado paredes de almacenes y viejos cobertizos, para a partir de ahí comenzar a fabricarse casas con duro esfuerzo.

Una madrugada, luego de advertencias inamovibles sobre la imposibilidad de permanecer allí, las autoridades les despertaron con bulldozers y carros de policía. Fueron estrictamente desahuciados, y sus hogares tercermundistas fueron echados abajo.

Pues, bien, justo en esas fechas acababa de aprobarse en esta provincia un proyecto que a mi entender ostenta el lauro de ser el derroche más desconcertante de los últimos tiempos.

Se trataba de construir una réplica de la casa natal de nuestro Apóstol, en cada municipio de Granma. Léase: 13 casitas de Martí, al alcance de todos.

La idea, según me cuentan, surgió de quien entonces era el Primer Secretario del Partido Comunista en el agrícola municipio de Yara. El innovador directivo decidió trascender en la historia local como aportador de una idea culta y sensible. Por desgracia, los proyectos más locos e incomprensibles, siempre encontrarán entre los dirigentes partidistas a entusiastas seguidores.

Algunas no se terminaron siquiera. Se quedaron a medias, por diversas razones. Otras fueron inauguradas con bombo y platillo (léase: con cámaras de televisión y aplausos partidistas), y en la actualidad nadie sabe qué uso darles. Y otras, como el notorio caso de mi ciudad, variaron la idea original en aras del “ahorro” necesario: en lugar de la casa toda, erigieron sólo la fachada. De la puerta hacia adentro, se trata de un local semi vacío, donde rara vez sucede algo de impronta cultural, y que según vecinos ha servido lo mismo para cópulas de media noche, que para refugio de borrachines trasnochados.

PREPARADOS PARA LA GUERRA DE TODO EL PUEBLO

Bayamo debe poseer, en toda Cuba, el mayor kilometraje de refugios por área. Es un dato que me gustaría precisar, pero que de antemano me aventuro y afirmo.

Dudo mucho que ciudades más pequeñas puedan ostentar un número superior de vías subterráneas destinadas a refugios de guerra, que las que oculta hoy esta urbe de trescientos mil habitantes.

Según el Jefe de Obra de uno de los más amplios y extensos refugios de esta capital provincial (que desde luego, me solicitó absoluto anonimato), ni siquiera los inversionistas podrían ofrecerme el número exacto de cemento, hierro, cabillas, madera y aluminio empleado en la construcción de los pasadizos subterráneos.

“Sucede que la construcción de todo esto empezó a principios de los años ´90 – precisa- cuando se decía que en pleno Período Especial los yankis nos iban a atacar, y ha pasado tanto tiempo que han cambiado los obreros y los supervisores, sin que podamos medir el gasto en sentido real”.

Porque sí, de eso se trata: según el discurso oficial nuestra Cuba es blanco permanente de una invasión norteamericana, ergo tenemos que prepararnos para “la guerra de todo el pueblo”.

Con este fin, y bajo esta consigna, se destinan millonarios recursos a ensayar repliegues y enfrentamientos militares en los conocidos “Días de la Defensa”. Y se destinan materiales por millones, además, para construir estos “búnkeres tropicales” que el día que puedan ser fotografiados o filmados, revelarán el tamaño del desatino guerrerista de quienes toman acá las decisiones.

LOS HOMBRES DE PIEDRA PRIMERO, LOS HOMBRES DE CARNE DESPUÉS

En el año 2005 un fenómeno natural llamado Huracán Dennis se ensañó, entre otros, con los habitantes de la más pobre región del sur oriental de Cuba.

En Granma, los residentes en municipios costeros como Pilón, Niquero, Media Luna (poblados humildísimos donde a simple vista resaltan la delgadez de hombres y animales) perdieron salvajemente sus casas luego de la madrugada en que el Dennis masticó todo a su paso.

Corría el mes de Julio, temporada vacacional, y yo preferí destinar mis días a contribuir en lo posible a la recuperación de aquellos coterráneos que vivían un infierno de proporciones demenciales. Toqué a las puertas del Obispado de mi ciudad. Me presenté como un joven no católico que en su vida habría entrado un par de veces a una parroquia, pero que quería sumarse a los esfuerzos de la Iglesia para ayudar a los desamparados.

Dos días más tarde me encontraba en un camión rodeado de jóvenes católicos, armados de casas de campaña y ropas recogidas entre todos, y donadas por iglesias norteamericanas, rumbo a esos poblados que la naturaleza había arrasado sin piedad.

Recuerdo los campos amarillentos, los troncos de árboles partidos y las cercas arrancadas del suelo. Recuerdo las caras de los desposeídos que encontrábamos en la carretera, y las miradas de tristeza que exhibían hasta los perros vagabundos. Recuerdo la desesperanza, la terrible sensación de locura, de suicidio, de hambruna, que gravitaba tras cada imagen que contemplábamos desde el vehículo.

Sin embargo, algo captó de manera especial nuestra atención, al punto de solicitarle al conductor detener la marcha.

Algunos nos bajamos: queríamos comprobar que no nos engañaban nuestros ojos. Ante nosotros, a un costado de la carretera rumbo a Pilón, rodeados de tablas derruidas y campesinos durmiendo a la intemperie, una brigada de constructores -obedeciendo órdenes superiores- destinaba grandes cantidades de cemento a erigir nuevamente cientos de tarjas con los rostros de algunos asaltantes al Cuartel Moncada.

Antes del ciclón, habían “decorado” la carretera con imágenes de héroes revolucionarios, y grandes vallas con mensajes ideológicos. Ahora que la depresión y el descrédito comenzarían a campear entre los afectados, había que levantar rápidamente la propaganda fervorosa.

Recuerdo haberle preguntado a uno de los constructores, conteniendo la indignación bajo un tono displicente, por qué ese mismo cemento no lo utilizaban fabricándoles casas a los indigentes que les observaban trabajar en silencio. Su respuesta me hizo bajar la cabeza:

“Ojalá pudiera, muchacho, porque empezaría por construirme una casa para mí. Mi esposa y mis tres hijos están durmiendo debajo de las tablas de lo que fue mi techo. Yo también me quedé sin casa”.

Todavía hoy, cinco años después, un número impreciso de aquellos afectados no ha conseguido reparar sus daños. Unos han apuntalado sus chozas nuevamente, pero jamás consiguieron hacerse de otro televisor, otro refrigerador. Muchos no han podido construirse siquiera el entramado de maderas, cemento y cinc en que pernoctaban antes de la furia del Dennis, en 2005.

Pero la carretera rumbo a sus desolados caseríos, en el Pilón oriental, exhibe con un orgullo vergonzoso cientos de vallas inmensas, cientos de rectángulos de cemento donde el rostro de un mártir mira hacia el infinito. El rostro de un hombre que, probablemente, jamás habría permitido que su imagen se robara los materiales con que un obrero, un campesino, un maltratado por la vida y por sus jefes, podría lograr un poco de comodidad para sus huesos.

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Los “residuales porcinos” (el barreno)

Octubre 27, 2010

Emilio Ichikawa


Cualquiera que haya criado o críe cerdos (cochinos, puercos) en Cuba sabe que tiene, por lo menos, dos problemas fundamentales. Uno es la búsqueda de comida. El maíz y el palmiche -una suerte de “caviar marrano”-, no son óptimos para la ceba comercial. Son poco económicos y muy lentos en los resultados. El “sancocho”, formado a base de restos de comida que se recolectan en latas contratadas o conversadas con los vecinos del barrio, es ya prácticamente inexistente: la escasez y la necesidad de racionalizar menguaron las “sobras” al máximo; y por demás, casi todo el mundo cría algún animal para el consumo familiar.

Por otra parte el cerdo, contrariamente a lo que puede indicar su imagen (se le califica de omnívoro), es más “melindroso” de lo que se cree y hay ciertas cosas que no come (la cáscara y cepa del plátano, por ejemplo, casi ni las toca). Y no se le puede embarajar porque su hociqueo es infalible. Tanto, que la propia DEA está sutituyendo a los perros por cerdos. Así que lo que resta es “el pienso”, que prácticamente se importa del extranjero en la totalidad de sus componentes, y la “miel de pulgas”, que se destila en las sobrevivientes plantas Torulas; o se importa también. Todo esto está en manos del estado que tiene, como recomendara el mismo Lenin, monopolio sobre el comercio exterior. Resumiendo, el puerco cubano tiene el mismo problema que los demás: jama.

Pero los criadores también afrontan líos con la mierda. La mierda de cerdo no es como el mojón de perro, que endurece y convierte en polvo en días. O la cagarruta de chiva y conejo, la plasta de vaca o el estiércol, que se pueden usar como abono en la agricultura (o incluso para alumbrar y espantar mosquitos). Como dice el dicho, del puerco sirve todo (hasta los dientes y pezuñas)… menos la caca. La mierda de puerco es una mierda. Así que hay que palearla y botarla. Pero, ¿dónde se tira la mierda o “residual” del cerdo? Ese es el problema. Hoy el peródico Juventud Rebelde ha reportado vertidos irregulares en el río Cuyaguateje; sin embargo, hay algo más preocupante y que los criadores suelen conocer como “barreno”.

Los chiqueros y corrales que drenan a la fosa de la casa particular tienen el problema del llenado o tupición periódida; pues esta del cerdo se trata además de una mierda que demora en degradar. Una fosa que rebose, digamos, cada tres o cuatro meses es un problema que entraña un gasto adicional. Así que una de las soluciones más populares, al menos en los pueblos de La Habana, es barrenar un aliviadero desde el mismo piso del corral, desde el fondo o un canal de la fosa, hasta el mismísimo manto freático. El derrame constante de orine y mierda de cerdo a las aguas subterráneas de la isla, a través de miles de “barrenos”, debe provocar un “explote” en cualquier momento.

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Acerca de este Blog

Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".

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