En: Opinión
20 Dic 2010Una anciana camina por el paseo del Prado con un cartel colgado del cuello. Está hecho a mano –con tinta azul– y en él se ofrece “un apartamento de 2 habitaciones en el Cerro” a cambio de algo similar en el municipio Playa. Desde la siete de la mañana comienza a llegar gente al lugar, con propuestas para intercambiar una casa por otra, en un país donde aún está prohibida la compra y venta de éstas. También se ve a los intermediarios, conocidos como permuteros, que proliferan allí donde no pueden hacerlo las inmobiliarias, donde han sido satanizados los anuncios públicos y legales de un mercado de viviendas.
Agua al dominó
Por: Yoanis Sanchez. Diciembre 18 de 2010
Una anciana camina por el paseo del Prado con un cartel colgado del cuello. Está hecho a mano –con tinta azul– y en él se ofrece “un apartamento de 2 habitaciones en el Cerro” a cambio de algo similar en el municipio Playa. Desde la siete de la mañana comienza a llegar gente al lugar, con propuestas para intercambiar una casa por otra, en un país donde aún está prohibida la compra y venta de éstas. También se ve a los intermediarios, conocidos como permuteros, que proliferan allí donde no pueden hacerlo las inmobiliarias, donde han sido satanizados los anuncios públicos y legales de un mercado de viviendas.
De las preguntas más difíciles que me hacen mis alumnos de español, mientras les enseño esta ciudad desvencijada y peculiar donde he nacido, está la de “¿Qué tipo de persona vive en ciertas casas o en determinados barrios?” Trato de explicarles que lo mismo se puede encontrar una señora –que se gana la vida limpiando pisos– radicada en una mansión de Miramar, que a un cirujano en un cuartucho sin agua corriente. Probablemente a la mujer de la enorme casa se le esté cayendo el techo y su jardín sea un caos de maleza y herrumbre, pues el salario no le alcanza para sostener tantos metros cuadrados. El galeno, por su parte, tiene un capital acumulado gracias al negocio ilícito de implantes mamarios; pero no puede –legalmente– conseguir una vivienda acorde a sus posibilidades. Así que la humilde limpiadora y el doctor se ponen de acuerdo, se saltan la ley y deciden intercambiar sus domicilios. Para lograrlo, corrompen a tres o cuatro funcionarios del Instituto de la Vivienda. Pasado un año, él disfruta de un césped salpicado de buganvilia y ella de los miles de pesos convertibles que recibió por “reducirse”.
Miles de cubanos han estado planificando hacer algo similar, de ahí que al leerse el punto 278 de los Lineamientos del VI Congreso del PCC, hayan respirado aliviados. Según se dice en éste, se aplicarán “fórmulas flexibles para la permuta, compra, venta y arriendo de viviendas”. Muchos han interpretado que con esto se levantará el banderín del mercado inmobiliario y se permitirá vender o adquirir una casa. Confieso que tengo mis reservas. No creo que nuestras autoridades estén preparadas para aceptar la inmediata redistribución que experimentará esta ciudad, todo el país, si aceptan que la gente pueda decidir qué hacer con sus propiedades. Unos pocos meses después que semejante medida se haya tomado, brotarán las diferencias sociales que hoy están escondidas detrás de una mansión despintada o de un cuartucho repleto de electrodomésticos. Aflorarán entonces con más fuerza esas crecientes desigualdades que la hipocresía oficial ha tratado de esconder.
Nota: En el lenguaje propio a los jugadores de dominó en Cuba, “dar agua” es revolver las fichas para continuar jugando.
Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".