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16 Abr 2010Si llegaran a preguntarme cuál es mi pueblo preferido en Latinoamérica sin dudas respondería que Tinguarito, es la mezcla perfecta de todo lo bueno y lo malo que tenemos desde el Río Bravo hasta la Patagonia -Caribe incluido-, creo que allí hay de todo: blancos, negros, mulatos, indios, chinos, riquezas, miserias, sociedades que van de la comunidad primitiva al capitalismo (desarrollado y no) y al socialismo (del anterior, el que pasó de moda, y del reciclado en este siglo), democracia (de la que es y de la que no es) y totalitarismo (que es único porque con este si no se puede andar con medias tintas); es la tierra de lo posible… y de lo imposible también.
SOÑAR CON CULEBRAS.
Foto: Antonio Llaca
Si llegaran a preguntarme cuál es mi pueblo preferido en Latinoamérica sin dudas respondería que Tinguarito, es la mezcla perfecta de todo lo bueno y lo malo que tenemos desde el Río Bravo hasta la Patagonia -Caribe incluido-, creo que allí hay de todo: blancos, negros, mulatos, indios, chinos, riquezas, miserias, sociedades que van de la comunidad primitiva al capitalismo (desarrollado y no) y al socialismo (del anterior, el que pasó de moda, y del reciclado en este siglo), democracia (de la que es y de la que no es) y totalitarismo (que es único porque con este si no se puede andar con medias tintas); es la tierra de lo posible… y de lo imposible también.
A la entrada del pueblo un gran cartel dice:
“SONRÍA, USTED ESTÁ EN TINGUARITO”,
y de veras hay que sonreír para no desesperarse si de encontrar la dirección del hotel se trata: tantas cuadras a la derecha para luego virar en U y agarrar a la izquierda hasta donde está amarrada la vaca, luego 50 metros al sur y te devuelves hasta… y así sucesivamente; siempre es difícil dar con cualquier sitio pero esto te ofrece la oportunidad de preguntar constantemente e intercambiar con la gente, usualmente amable, ansiosa de ofrecer sus servicios -más aún en los casos en que cambia el lugar donde amarran la vaca-, dispuesta a conversar largamente acerca de las fortunas e infortunios del pueblo, muy católica, como casi todo el mundo por estos lados, y también, ¿por qué no decirlo?, muy supersticiosa.
Felizmente los carteles abundan, así la planta de radio tiene un gran lumínico que anuncia
“ESCUCHE SIEMPRE LA PREFERIDA PORQUE AQUÍ HASTA LOS SORDOS SON CHISMOSOS”,
uno de los periódicos locales – que parece ser de izquierda-, para no quedarse atrás dice:
“LA PRENSA: UN DIARIO LLENO DE COLUMNISTAS, CALUMNISTAS Y COMUNISTAS”,
significando que los primeros son los que llevan las columnas del impreso, los segundos se encargan de las calumnias y los últimos…viven del gobierno, pero quizás el más significativo resulta ser precisamente el situado frente a la Sede del Gobierno:
“NO HAY QUE METERSE EN POLÍTICA”,
cartel que algunos elementos de la oposición al Presidente que durante las últimas décadas ha regido los destinos del país interpretan como una velada advertencia, o quizás no tan velada. Muchos de estos anuncios se están deteriorando desde la muerte de Pelayo –el esposo de María Luisa-, autor de casi todos y en su momento uno de los hombres más influyentes y de más poder en Tinguarito y en el país.
Pelayo había comenzado de abajo, o de muy abajo; un buen día en que se percató de que los corruptos de ayer eran los ricos de hoy y que los políticos ni cuando mienten dicen la verdad reflexionó sobre el hecho de que a este asunto –la mentira- había que darle un carácter más serio y decidió dedicarse a esta actividad, su sueño fue crear su propia industria: la “Fábrica de las Mentiras”, una gigantesca empresa dedicada a la creación y venta de embustes, falsedades, fingimientos e hipocresías además de justificaciones, excusas, deslealtades e ilusiones.
Sus primeros ensayos fueron con la misma María Luisa, una humilde y honesta mujer a quien prometió llevar hasta el altar pero antes se las ingenió para fabricarle dos hijos con lo que le ocasionó un sonoro escándalo familiar, no en balde María había soñado varias veces con una culebra enorme –así lo comentó a sus amigas- que quería morderla. Solo muchos años después Pelayo regularizó la situación con la que ya era su compañera de largo tiempo, el asunto se resolvió con un matrimonio civil que no satisfacía las aspiraciones de ella pero era más de lo que tenía anteriormente aunque mucho menos del casamiento en la Iglesia –vestido blanco incluido- que siempre había soñado.
Luego del éxito inicial con María se lanzó a fondo con su nueva empresa: estudió a conciencia el proceso de construcción de un embuste, el arte del engaño, la fascinación de la estafa, la sinceridad de la artimaña y el encanto de la astucia para los cuales estaba sin dudas naturalmente bien dotado pero sin sospechar que un día sus razonamientos, conclusiones y práctica, casi científicas, alcanzarían dimensiones nacionales.
La Mentira, según sus conceptos, debía tener una estructura sólida, difícil de rebatir, parecer casi verdad y repetirse infinitas veces hasta que así fuese asumida; basarla en un pasado real o imaginario era siempre conveniente así como darle su componente de futuro, pero de ese futuro indefinido, incierto, abstracto, que carece de plazos de cumplimiento y permite alejarlo cada vez que se necesite o acercarlo –aunque no mucho- de modo tal que el receptor del mensaje lo vea ahí, casi a la vuelta de la esquina, con posibilidad hasta quizás de asirlo aunque requiera de un pequeño esfuerzo más, o tal vez de un gran sacrificio, pero una vez alcanzado –si las cosas salían bien- sería la solución de un grave problema o, a lo mejor, de todos los problemas, en caso contrario ahí entraban a jugar su papel las justificaciones y exculpaciones acompañadas de un extenso listado de chivos expiatorios porque las culpas de cualquier fracaso, a su juicio, siempre era posible achacárselas a otros. Una buena mentira era todo un arte y en este campo él era un artista que se proponía ser el más grande en su patio y en el país, se veía casi como un Profeta pero en su tierra.
Las mentiras de Pelayo, inicialmente dirigidas a pocas personas no le iban a servir de mucho para salir del marasmo económico en que se encontraba por lo que tendría que llegar a los grandes grupos, de ser posible a todo el pueblo, ahí era donde la cosa rendiría mejores dividendos; de no alcanzar este escalón seguiría siendo un mentiroso de barrio, un “muerto-de-hambre” más en un pueblo donde estos eran los que más abundaban luchando por sobrevivir en el anonimato, entretanto había que arrancar con algo y por ahí comenzó su relación con Don Antero, uno de los personajes más serios y circunspectos de Tinguarito; hombre ya entrado en años que a diferencia de Pelayo venía de una familia acomodada cuyos negocios ahora manejaba, no era muy mentiroso –sólo lo necesario-, ni bebedor, ni mujeriego como su coterráneo y lo único que tenían en común, para el momento, era un afán desmedido por el dinero.
Don Antero, demás está decirlo puesto que es de todos conocido, era el funerario del pueblo y había heredado el negocio de su tío materno -un jodedor más entre tantos en Tinguarito- quien había hecho famoso un razonamiento suyo que bien le venía con su actividad: “Qué vaina, se está muriendo gente que nunca antes se había muerto” pero sin tomar en consideración que algún día la “vaina” también le tocaría a él, como en efecto ocurrió. Don Antero pasó entonces a ocupar la posición de su desaparecido tío con la obsesiva idea de expandir el negocio y hacerse de una gran fortuna, su ambición era monopolizar un mercado en el que casi nadie quiere participar.
El plan conjunto Pelayo-Antero para desarrollar los servicios de pompas fúnebres comenzó bien pronto, la prensa escrita y radiotelevisiva fue una primera escala, se convinieron la redacción y publicación de esquelas mortuorias donde la publicidad resaltaba las bondades del servicio prestado enfatizando el hecho de que los clientes jamás se quejaban, se organizó un gran festival bailable para el Día de los Difuntos –con cerveza abundante incluida- y por último se concertó una rueda de prensa en la que hizo historia la frase final de Don Antero: “Yo no quiero que nadie se muera… pero que mi negocio prospere”, y así que quedó para la posteridad.
A la prensa siguieron los contactos con los servicios médicos: doctores, enfermeras, clínicas, hospitales y demás centros de salud se comprometieron a aportar y cumplir su parte; de ahí a los transportes lo que incluyó carrozas, taxis, autobuses, camiones y hasta coches tirados por caballos; las floristerías tampoco escaparon al embate de la pujanza empresarial y estas fueron secundadas por los grupos musicales, un buen entierro moderno, según Pelayo, podía contar con la Banda Municipal, mariachi, música folklórica, de cámara, religiosa, un grupo de hard-rock o hip-hop y espectáculo de fuegos artificiales según fuesen los deseos del cliente o dolientes. Un prestigioso compositor fue contratado y de su inspiración surgió un número musical que durante semanas enteras se mantuvo en la preferencia del público, “La Rumba del Cementerio” hacía furor en la radio, era tarareada en las esquinas y acompañaba a todos los cortejos fúnebres, ocasiones en que era coreada por los asistentes y los más osados hasta aprovechaban para adornarla con algunos pasillos de baile pero la jugada maestra fue el contrato con “las lloronas”, grupos de mujeres que se deshacían en lágrimas, gritos desgarradores y todo tipo de elogios al fallecido sin importar el que lo hubieran conocido o no, ya la familia no tendría que preocuparse por estas menudencias.
La banca tampoco escapó a los apetitos del dúo, a raíz de toda una serie de contratos con las entidades del renglón y compañías aseguradoras ya el interesado o los familiares podían pagarse un entierro de lujo a plazos, en cómodas cuotas, e incluso llevarse al más allá una tarjeta electrónica del Banco de Tinguarito con la cual seguir disponiendo de sus finanzas –el terminal electrónico de contacto iba incluido en el féretro- afrontar los gastos en que pudiera incurrir y hasta hacer inversiones. La tarjeta de crédito de la funeraria fue otro de sus grandes triunfos y también se puso de moda, a partir de ese momento existirían en Tinguarito los muertos normales, comunes y corrientes y los muertos V.I.P (persona muy importante); el R.I.P (descanse en paz) tradicional en los sepulcros sería con el tiempo sustituido por estas modernas siglas.
Pelayo tenía carisma y prometía retribuir a todos: a los que sabía que les cumpliría, a los que pagaría a medias y a los que le resultaba sencillamente imposible honrar. Con la Iglesia no se involucraron, eso es cierto, porque Don Antero era hombre de rígidos principios en lo concerniente a la fe, pero no sin antes aguantar estoicamente las insistentes andanadas de su socio quien aseguraba tener excelentes contactos con prelados de diversas congregaciones religiosas que a su juicio servirían muy bien como alivio a las almas atormentadas y para pavimentar el camino hacia lo desconocido, todo también por un módico precio.
Con estas medidas la funeraria “Amigos para Siempre” se convirtió en uno de los más representativos centros de la actividad social del pueblo: cafeterías, líneas de taxis, restaurantes, cervecerías, peluquerías –porque aun en los más difíciles momentos hay que embellecerse- y hasta algunos consultorios médicos se trasladaron a sus alrededores con la esperanza de agarrar algo en el festín de billetes que se avizoraba.
Y en efecto el dinero comenzó a entrar, primero a cuenta-gotas, después en mucha mayor cuantía para disgusto de María Luisa quien era de ideas socialistas -tal vez en rememoración de sus orígenes humildes- pero de esa rara combinación de hoy día que no se sabe bien si se trata de un “socialismo privado” o un “capitalismo público pero sin público” que dicen es el “del siglo XXI”, y estaba muy en desacuerdo con las agresivas técnicas de “marketing”, la mercantilización del dolor ajeno, la compleja red de relaciones financieras creada por su esposo propias a su juicio del más rancio neoliberalismo y estimaba que los servicios fúnebres debían ser una actividad sin fines de lucro, accesible a todos por igual y sufragada por el Estado, pero no por eso renunció a disfrutar de una bonanza económica que nunca había conocido, quizás esta contradicción evidente la había llevado nuevamente a soñar con la culebra.
Y como todo en esta vida tiene su final, la asociación entre el funerario y el mentiroso vio su conclusión cuando Don Antero se percató de algunas farsas de Pelayo cuyo trasfondo era una gruesa suma que terminó en los bolsillos… de este último, quien a su vez se defendió alegando que su socio le había mentido y dejado de pagar numerosos montos atrasados; mentirle a un gran embustero como él ya era demasiado y ¡en esto decía la verdad!, conclusión es que entre cuentos y cuentas desapareció lo que en sus inicios apuntaba a ser una hermosa y productiva sociedad.
Dicen que lo que sucede conviene, al menos a veces, y así ocurrió una vez más con Pelayo quien a raíz de la ruptura encontró un nuevo socio ahora de armas tomar, se trataba de un político muy cercano al Presidente, con pasado militarista, ideología similar a la de María Luisa y aspiraciones a seguir sacándole provecho a los vericuetos que las altas cumbres del poder le ofrecían; el encuentro entre ambos fue fortuito a raíz de una de las conferencias socialistas a las que regularmente asistía su mujer y rápidamente comprendieron que se necesitaban mutuamente: el político para utilizar – con oscuros propósitos- las habilidades de Pelayo y este último para ver satisfecho su más anhelado sueño: llevar sus farsas al plano nacional y si nuevamente la suerte lo acompañaba –que era lo más probable- podría hasta crear el “Ministerio de las Mentiras”.
Sorprendentemente así fue, las mentiras de Pelayo llegaron hasta el mismo Gobierno y la Casa Presidencial compitiendo con éxito en un terreno donde había numerosísimos expertos en el tema trabajándolo desde hacía años pero el aire nuevo, sofisticado y casi científico que les inyectaba rápidamente le abrieron el camino a las más altas esferas. Su plato fuerte era conducir un programa televisivo nocturno transmitido a toda la Nación en el que no parecía haber límites para falsedades, denostar de adversarios políticos, insultar a honestos ciudadanos o injuriar a figuras que resultasen desagradables a sus nuevos amos, ahí radicaba el gancho de sus presentaciones, al arte del engaño Pelayo poco a poco sumó la habilidad para la ofensa; su ascenso fue meteórico y resultó premiado por el propio Presidente con la creación del añorado Ministerio que en poco tiempo destronó a mentirosos tradicionales que ya habían agotado su arsenal y perdido la creatividad. Con la Mentira ya hecha Institución Pelayo parecía imparable, ahora sí el dinero comenzó a entrar a raudales y aspiró a colocarse mucho más alto en el escalafón del Gobierno. En Tinguarito no salían del asombro de ver al hasta ayer Don Nadie pueblerino convertido en todo un Sr. Ministro y a María Luisa, por fuerza también montada en el tren de la política, siendo ahora uno de los más fieles exponentes de las ideas socialistas del Partido de –o en el- gobierno combatiendo a Fukuyama con las mismas energías con que defendía a Marx y al Presidente.
No sabría decirles cuánto tiempo le(s) duró la bonanza pero fue bastante, alcanzó hasta el momento en que Pelayo no supo aquilatar los límites del poder adquirido: la lengua se le iba más allá de lo debido en algunas de sus tantas alocuciones y con la misma velocidad con que subió en la escala política cayó en desgracia. Todo comenzó con un chiste de mal gusto acerca de las comilonas del Jefe del Ejército sobre el que se le ocurrió decir “resulta más económico pagarle el entierro que la cena” y, como todos conocemos, él sí era hombre que sabía de entierros; hubo otro desliz con un poderoso Ministro relacionado con los organismos policiales que insistentemente investigaba su pasado y su presente como gran embustero pero el más serio tropiezo fue con el propio Presidente cuando en momentos en que el país atravesaba una terrible crisis alimentaria debida a los enormes desaciertos en la política agraria planteó que los entierros al igual que otros servicios sociales, deberían correr a cargo del estado y ser completamente gratuitos -quizás expresado más como mecanismo de venganza hacia Don Antero que con el ánimo de “socializar” el servicio- pero la oposición, que siempre la hay y no pierde oportunidad para criticar, rápidamente llegó a la conclusión de que querían matar a la gente de hambre para luego sepultarlos gratis y esto dañó severamente la imagen del Primer Mandatario; el incidente terminó por marcarlo definitivamente, Pelayo había pasado a ser una figura incómoda y horas después fue destituido, su esposa -a quien le achacaron la idea- expulsada de la organización política, sobre ambos pesó la seria acusación de haberse aliado con elementos que pretendían desestabilizar al Presidente.
Días después de la destitución María Luisa volvió a experimentar una terrible pesadilla, esta vez la culebra estuvo casi a punto de devorarla; en la mañana una comunicación oficial conminaba a Pelayo a abandonar la capital, horas más tarde la avioneta en que se dirigía a provincias sufrió un desperfecto mecánico, se fue en picada y estrelló en un páramo lejano: un lamentable desastre aéreo más en el que se ven involucradas figuras políticas como los que han ocurrido por allá por Venezuela, Panamá o Cuba. Fue imposible identificar los restos de Pelayo y el piloto.
María Luisa no tuvo más remedio que regresar a Tinguarito tan pobre y humilde como antes a comenzar una nueva vida sin embargo alcanzó a reciclar la que previamente había llevado; poco después de su llegada y recibir las condolencias de Don Antero –como siempre todo un caballero- este le confesó que había pasado años enamorado de ella y de inmediato le propuso matrimonio, oferta que la tomó por sorpresa.
Don Antero no le resultaba particularmente atractivo pero era persona decente, educada, sosegada, nunca se había casado –en el pueblo se rumoraba que aun era virgen- y ciertamente disponía de una muy bonita fortuna, en su contra sólo podía señalársele su especial predilección por el dinero, su proverbial tacañería, los años que le llevaba y, quizás, un exceso de organización para todo rayano en la manía; de aceptarlo, pensaba María Luisa, se establecería entre ellos una de esas relaciones en las que uno quiere mientras el otro se deja querer así que en definitiva hizo lo que consideró más conveniente: dejar correr unas semanas –aun estaba fresco el recuerdo de la tragedia de Pelayo-, intimar de mejor manera con el caballero y después poner nuevamente en la balanza los pro y contra de un nuevo matrimonio.
El fiel de la balanza fue apremiado por Don Antero quien ante la más mínima oportunidad insistía en obtener respuesta, por fin esta se produjo: María Luisa “se dejaría querer” así que se casó nuevamente, esta vez por la Iglesia y ¡de blanco!, para gran regocijo de sus amigas quienes de corazón le deseaban la felicidad que merecía, una vida tranquila y que pudiera borrar las huellas del pasado como ocurrió hasta poco después de cumplir su tercer año del segundo matrimonio: una lluviosa madrugada fue asaltada nuevamente por pesadillas, la terrible serpiente apareció, era un hermoso animal que hacía un ruido ensordecedor con el cascabel del extremo distal de su cuerpo consiguiendo paralizarla del terror mientras lentamente se erguía preparándose para el ataque, durante unos segundos que le parecieron una eternidad el ofidio fue abriendo la boca y descubriendo un grueso par de colmillos cargados de mortal veneno, ya la mordida era inminente cuando María, sin saber de dónde sacó fuerzas, alcanzó a asir un cercano machete con el que le cercenó la cabeza, el animal, exánime, tuvo un par de convulsiones mientras los colmillos se retraían y los ojos adquirían un color vidrioso.
Una semana más tarde Don Antero enfermaba gravemente, los especialistas consultados luego de finalizados los estudios a los que fue sometido dieron una larga explicación que nadie entendió por lo que fueron conminados a hacerse entender de manera más sencilla, comprensible por todos, la conclusión fue unánime: no había solución para su caso y así se lo comunicaron al interesado, su esposa y los amigos más íntimos. Al paciente la noticia no lo tomó por sorpresa, la intuición le decía que algo andaba mal o muy mal en su humanidad y con un gran sentido de lo práctico se dispuso a utilizar los servicios de “Amigos para Siempre” –la que hubiese preferido seguir gerenciando- como si hubiese sido un cliente más.
Velorio y entierro, al contrario de lo que esperaban la mayoría de la gente del pueblo, debían ser de lo más modesto: nada de carrozas de lujo, orquesta, lloronas o fuegos artificiales, la tumba a ras del suelo con una sola lápida y ataúd corriente porque hasta en momentos como este hay que economizar pero lo novedoso del entierro de Don Antero consistiría en que pensaba llevarse consigo toda su fortuna; encargada de hacer cumplir ésta, su última voluntad, quedó María Luisa, la mujer que había amado durante toda su vida –a quien dejaba una muy modesta pensión- y así se lo hizo jurar ante notario y las más altas autoridades religiosas locales.
Ocurrió días después el deceso y, como manda la costumbre, el sepelio a la tarde siguiente; la expectación en el pueblo era enorme ya que todos conocían la última voluntad de Don Antero y querían ver, con sus propios ojos, cómo ésta se iba a cumplir. La multitud que acompañaba el féretro era enorme y no salía de su asombro a medida que comprobaba que se trataba de un entierro común y corriente: de flores solo las necesarias y el recorrido desde la funeraria hasta el camposanto a pie, aguantando estoicamente un sol aplastante pero la curiosidad por conocer el desenlace era más fuerte que las vicisitudes del clima y este llegó con las estremecedoras palabras de despedida del duelo a cargo de María Luisa:
“Comienzo por agradecerles su presencia a todos, y esto, que se suele decir en ocasiones como la que nos trae a este triste encuentro de manera protocolar no se los digo como un cumplido o halago casi necesario, lo digo de todo corazón.
Mucho me reconforta el verlos aquí acompañándome en estos momentos de dolor, sé que muchos han venido por la amistad que me profesan o por la que sentían hacia Don Antero Q.E.P.D., el resto, que no son todos pero no son pocos, movidos por la curiosidad de saber cuál será el destino de la fortuna atesorada durante años por el finado y a esto me quiero referir en estos minutos finales.
De la mayoría de Ustedes resulta conocida la particular habilidad que el difunto poseía para los negocios y el afán por el dinero que lo acompañó durante toda aquella vida y lo ha seguido hasta esta muerte, así pues, dispuso como su última voluntad el que lo enterrasen con todo su patrimonio –un leve temblor recorrió la muchedumbre-… y me nombró Ejecutora de esta disposición-nuevamente la agitación se hizo presente-; por mi parte juré cumplir su deseo póstumo y así ha sido: todos los negocios de Don Antero fueron liquidados, el efectivo obtenido colocado en una cuenta conjunta de la cual soy custodio y para cumplir su mandato he depositado en el féretro una tarjeta electrónica del Banco de Tinguarito que le ofrece acceso total a su dinero, ¡QUE LO COBRE CUANDO PUEDA!, entretanto esta servidora seguirá administrando esos bienes y juro ante Dios y ante Ustedes que seré celosa guardiana de la fortuna de mi difunto esposo.
¡!!Muchas gracias!!!
Luego de estas memorables palabras María Luisa depositó un ramo de flores en la lápida, rezó una oración por el eterno descanso del alma de Don Antero, dio media vuelta y se fue del pueblo.
Dicen sus amigas, con quienes se cartea frecuentemente, que ahora reside por allá por el Quindío, en Colombia, donde compró una finca de algunos miles de hectáreas y se dedica al cultivo del café, no quiere saber nada del neoliberalismo ni del socialismo ni de Marx, Fukuyama y mucho menos del Presidente, en cuanto a amores un “paisa” le hace la corte pero ella ha decido no casarse de nuevo porque como dice la sabiduría popular de estos lados:
La que bebe agua en tapara,
y se casa en pueblo ajeno
no sabe si el agua es clara
ni si el hombre va a ser bueno.
Se ignora si algún día regresará al pueblo pero ellas creen que sí porque nosotros, los de Tinguarito, nunca nos vamos del todo y lo más importante: ¡NO HA VUELTO A SOÑAR CON CULEBRAS!
P.S.: Según reporte del Banco de Tinguarito hasta el momento no se ha realizado ninguna transacción con la tarjeta electrónica de Don Antero. Aviso: Si alguien conoce de intentos u operaciones realizadas a través de terceros con este instrumento financiero se ruega ponerlo en conocimiento de la Oficina Central del Banco a la mayor brevedad.
El Tigre/Venezuela. Abril 2010.
© Dr. Antonio Llaca.
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio salvo autorización del autor.
Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".