¿Por que no alzaste tu voz en la Asamblea Nacional?

En: Opinión

10 Abr 2010

Yo también, Silvio, respeto la memoria de Martí, el más ilustre de todos los cubanos, pero no sólo el que, con bastante sagacidad y razón, temía los impulsos imperialistas de Estados Unidos a fines del siglo XIX, sino, además, el que escribió en 1873, cuando Marx murió, lo siguiente: «Ved esta gran sala. Karl Marx ha muerto. Como se puso del lado de los débiles, merece honor… Pero no hace bien el que señala el daño y arde en ansias temerosas de ponerle remedio, sino el que enseña remedio blando al daño. Espanta la tarea de echar a los hombres sobre los hombres. Indigna el forzoso abestiamiento de unos hombres en provecho de otros».



«¿Por qué no alzaste tu voz en la Asamblea Nacional?»

Viernes 09 de Abril de 2010

Por: CARLOS ALBERTO MONTANER

Estimado Silvio Rodríguez,

carlosalbertomontaner2Me has respondido con cierta vehemencia. Eso es razonable. Esta vez leí la carta que has publicado en www.rebelión.org, uno de los más populares website de la ubicua tribu estalinista. No te gustó mi anterior respuesta a una pregunta tuya y haces bien en quejarte. Ojalá estos papeles tengan mejor suerte. Mi intención no es hostilizarte, sino conversar civilizadamente. Veamos.

Dices, Silvio: «Mi hijo Silvio-Liam es una voz que comienza a extender sus verdades. El ama a nuestro Apóstol, no le resulta incómodo, no desea borrarlo de la Historia. A él no le crispa que Martí haya dicho: ‘Viví en el monstruo y le conozco las entrañas’. Él escogió ponerse ‘el libre’ por no sentirse atado. Asume haber nacido así y su padre aplaude que lo sienta y lo diga en su clave generacional».

Es cierto que Silvito «el Libre», tu admirable hijo, comienza a extender sus verdades.  Las acaba de decir en un excelente documental sobre la juventud cubana que se estrenará en pocas semanas. Se titula Los nietos de la revolución cubana. Cuando lo veas crecerá tu respeto por tu hijo. Silvito se atreve a decir lo que seguramente muchos jóvenes piensan y callan por miedo a las represalias. Por eso le llaman «el Libre».

Yo también, Silvio, respeto la memoria de Martí, el más ilustre de todos los cubanos, pero no sólo el que, con bastante sagacidad y razón, temía los impulsos imperialistas de Estados Unidos a fines del siglo XIX, sino, además, el que escribió en 1873, cuando Marx murió, lo siguiente: «Ved esta gran sala. Karl Marx ha muerto. Como se puso del lado de los débiles, merece honor… Pero no hace bien el que señala el daño y arde en ansias temerosas de ponerle remedio, sino el que enseña remedio blando al daño. Espanta la tarea de echar a los hombres sobre los hombres. Indigna el forzoso abestiamiento de unos hombres en provecho de otros».

Amo, también, al Martí admirador de los empresarios y de la propiedad privada que en el prólogo a los cuentos de Rafael Castro Palomino pergeñó el siguiente párrafo: «Pero los pobres sin éxito en la vida, que enseñan el puño a los pobres que tuvieron éxito; los trabajadores sin fortuna que se encienden en ira contra los trabajadores con fortuna, son locos que quieren negar a la naturaleza humana el legítimo uso de las facultades que vienen con ella».

Como coincido con Martí, Silvio, y no con Fidel, a mi me parece muy bien que alguien con tu talento haya podido enriquecerse legítimamente, tener propiedades dentro y fuera de Cuba y poseer una próspera empresa de grabaciones construida con el producto de su esfuerzo. Lo que quisiera (y supongo que tú también) es que ese privilegio que te han concedido (en Cuba poder explotar el talento propio en beneficio personal es un privilegio que tienen muy pocos) se extienda a todos los cubanos.

¿No piensas que es cruel y terriblemente empobrecedor que tanta gente talentosa y con iniciativa, como hay en Cuba, tenga que vivir subordinada a los caprichos de los comisarios y los burócratas? ¿No ves en ese absurdo modelo estatista una de las causas principales de la improductividad tremenda de la sociedad cubana y de la miseria que padecen nuestros compatriotas?

Pero volvamos a la generación de tu hijo, la de Silvito «el Libre», que es, también, la de los míos, y la de Yoani Sánchez y Gorki Águila. ¿No te parece que es un crimen contra la naturaleza humana que esos jóvenes estén obligados a suscribir las ideas y la cosmovisión de unos confusos octogenarios, encharcados en el peor dogmatismo, que adquirieron sus juicios morales y su percepción de la realidad y de los conflictos sociales en la década de los años sesenta del siglo pasado, en otras circunstancias radicalmente diferentes?

Carlos Varela, notable cantautor, lo dijo mejor que yo en una hermosa canción: el hijo de Guillermo Tell quiere tirar sus propias flechas. No quiere seguir con la manzanita en la cabeza jugándose la vida para complacer a su padre. Hay que liberar a los cubanos, Silvio, para que tus hijos y los míos, los de todos, tiren sus flechas, construyan el destino con sus propias decisiones, cometan sus propios errores y descubran el sabor agridulce, pero absolutamente indispensable, de la libertad. Hay que luchar para que deje de ser cierta esta melancólica frase de Pedro Luis Ferrer, otro brillante cantautor, citada por Reinaldo Escobar: en Cuba «nadie sabe el pasado que le espera».

Sigo con tu carta, Silvio. Dices: «Desconoces la razón de un joven, pero intentas apropiártelo. No pareces  comprender mucho lo que aseguras defender. ¿Será costumbre tuya? Diseñas una Cuba distorsionada que propagan las monstruosas cadenas. Cortando y pegando repartes un odio que ha derribado aviones llenos de inocentes. Siempre he reprobado el hundimiento del remolcador 13 de marzo».

¡Ay, Silvio! ¿Diseño una Cuba distorsionada? ¿Te parece poco que, desde que se instauró la revolución, hace ya más de medio siglo, el 20 por ciento de la población ha huido a bordo de cualquier cosa, pagando el intento con varios miles han muertos? ¿Son falsos los fusilamientos, incluso el de tres muchachos negros por intentar robarse un bote, los maltratos en las cárceles, los actos de repudio a quienes se atreven a criticar al régimen? ¿Es mentira la censura?

¿Recuerdas cuando apaleaban a los cubanos por quererse ir del país en aquellos «actos de repudio» que no han cesado nunca porque hoy los organizan contra las Damas de Blanco y los demócratas de la oposición? ¿No dejaron morir de hambre y sed en las cárceles políticas a Orlando Zapata Tamayo, a Pedro Luis Boitel y a otra decena de hombres desesperados que sólo podían proteger su dignidad humana ofrendando sus vidas?

¿Se te ha olvidado como encerraban a los homosexuales en campos de concentración, como los echaban de la Universidad tras humillarlos públicamente? ¿No es verdad que en la primavera del 2003 encarcelaron y condenaron a penas de hasta 28 años de cárcel a 75 personas por prestar libros prohibidos, pedir un referéndum y escribir crónicas en los diarios extranjeros?

¿Qué tiene que ver la denuncia de esas monstruosidades con el canallesco y condenable derribo de un avión de «Cubana de Aviación» lleno de inocentes, crimen que me parece repugnante? No juegues a la demagogia, Silvio, que es un recurso de personas poco inteligentes y tú eres un artista brillante: mantengamos la polémica dentro de la decencia y el respeto que tanto necesita nuestro país.

Tú condenas, y yo creo en tu sinceridad, el hundimiento del remolcador «13 de marzo» y el asesinato en ese episodio de 41 personas, la mayor parte niños y mujeres que intentaban huir del país, pero ¿por qué no alzaste tu voz en la Asamblea Nacional del Poder Popular para denunciar ese crimen? Eras un diputado, un representante de la sociedad. ¿Por qué callaste? ¿Por qué ni siquiera te atreviste a escribirles a esas pobres víctimas una de tus bellas canciones?

Yo sé por qué, Silvio: porque haberlo hecho te hubiera lanzado al ostracismo, a la cárcel o al exilio, como les ocurrió a Heberto Padilla, a Raúl Rivero o a María Elena Cruz Varela, por sólo mencionar tres nombres del centenar que me vienen a la mente y que tú también conoces.

Continúas alegando: «Pero quién va a creer que te importan los muertos somalíes, cuando no te interesan los cubanos que dieron su vida por un fingido prócer. A mí me conforta saber que no fue en vano el sacrificio de los caídos en Angola. No sólo porque los haya visto combatir y morir pobres y limpios, sino porque fueron consagrados en la eternidad por Nelson Mandela. Atrévete, Carlos Alberto, a afirmar que Mandela mintió cuando dijo que la presencia cubana en África significó el principio del fin del apartheid».

Claro, Silvio, que me importan los miles de muertos somalíes exterminados por el ejército de Cuba en una guerra silvio-rodriguezdesigual y sin piedad que nada tenía que ver con la lucha contra el apartheid, sino que estaba encaminada a darle una victoria a la dictadura etíope, entonces aliada de la URSS. Como me importan, y mucho, los tres mil cubanos que  dejaron la piel en África, sólo porque Fidel Castro, sin consultar con nadie, ni siquiera con el Partido Comunista, decidió convertirse en un líder planetario y transformó a la pobre Cuba en la punta de lanza de sus apetencias de renombre internacional.

Mi admirado Mandela, Silvio, no mintió: tiene, sencillamente, una opinión diferente a la mía sobre el papel de las tropas cubanas en África. Sus veintisiete años de cárcel son una credencial imponente, pero ni le dan el monopolio de la verdad, ni es el preso político negro que más tiempo ha estado enrejado: el capitán del ejército rebelde Eusebio Peñalver, ex compañero del Che Guevara, estuvo veintiocho en las cárceles de Fidel Castro. En todo caso, lo que me emociona de Nelson Mandela no es su discutible opinión sobre el rol de las tropas cubanas en África, sino esa democracia y esa libertad sin ira que les llevó a los sudafricanos, a todos, negros y blancos, en lugar de seguir el ejemplo totalitario de Fidel.

No es verdad, Silvio, que esas terribles guerras africanas, que duraron más de quince años, fueron la muestra del idealismo desinteresado del pueblo cubano, una pobre gente que no tuvo ni arte ni parte en la decisión de invadir aquellas tierras remotas. Fueron la prueba de que el gobierno cubano se convirtió en el peón más agresivo y oportunista de la Guerra Fría.

Cuando se retiraron los portugueses, los cubanos fueron a Angola a apuntalar al grupo prosoviético de Agostihno Neto, llamado, el MPLA, frente al prochino UNITA de Jonás Savimbi, asistido por la CIA, y para cerrarle el paso a la más pequeña formación guerrillera de Holden Roberto, un cabecilla pronorteamericano. Sólo era eso, Silvio: un descarnado juego de poder y dominación.

Pero el resultado, Silvio, fue un despropósito. Al final, las tropas cubanas, entre otras ironías de esa insensata carnicería, acabaron custodiando los intereses petroleros norteamericanos en la zona de Cabinda, y hoy Angola es una nación capitalista deseosa de olvidar los años en los que planeaba construir un estado calcado del modelo soviético. Ya nadie recuerda en Angola aquel proyecto revolucionario por el que murieron tantos cubanos inútilmente.

Tal vez, Silvio, estos hechos, u otros parecidos, te parezcan actos de heroica filantropía. Yo tengo una opinión distinta. Por ejemplo, alquilarle a Venezuela veinte mil médicos a cambio de petróleo y dólares no es una muestra de solidaridad internacional, sino un abuso imperdonable contra nuestro pueblo. Los cubanos no deben ser siervos a la libre disposición de un amo que decide de manera inconsulta en que causa los emplea o a que señor los arrienda, como si fueran sus esclavos o simples herramientas sin conciencia crítica ni autonomía moral.

Terminas tu carta, Silvio, con las siguientes afirmaciones: «Sé que tus argucias serán multiplicadas mil veces más que cualquier verdad desde Cuba. Desde esta dignidad cercada continuaré cantando lo que pienso: Sigo con muchas más razones para creer en la Revolución que en sus detractores. Si este gobierno es tan malo ¿de dónde salió este pueblo tan bueno?».

Concuerdo contigo, Silvio, en que, probablemente, la prensa libre será más generosa con mis explicaciones que con las tuyas, pero no porque esos medios formen parte de una siniestra conspiración derechista, sino porque el mundo al que se adscribía la revolución cubana se derrumbó con el Muro de Berlín y hoy esa dictadura es sólo un viejo fósil apenas emparentado con Corea del Norte, porque ya ni siquiera China y Vietnam son regímenes comunistas, aunque sigan siendo dictaduras gobernadas con mano de hierro por un partido único».

No obstante, me parece legítimo que continúes cantando lo que piensas e insistas en defender aquello de la revolución que te parezca plausible. Ese es tu derecho. Te diré más: la Cuba con la que sueñan millones de cubanos debe ser un país en el que tú puedas cantar lo que piensas, y en el que no falte Pablo Milanés, más crítico que tú e igualmente talentoso, pero en el que también puedan hacerlo Los Aldeanos y Porno para Ricardo, y en el que quepan Gloria Estefan, Willy Chirino, Paquito D’Rivera y Arturo Sandoval, y en el que no estén prohibidos los boleros maravillosos de Olga Guillot o las canciones ingeniosas de Marisela Verena, a veces cantadas por Albita, por Lissette, por Luisa María Güel o por Ela Pestano, por sólo mencionar cuatro de los cientos de excelentes artistas que hoy están en el exilio.

Entre todos, Silvio, tenemos que forjar esa Cuba tolerante y abierta en la que no se persiga a nadie por manifestar sus ideas. No te equivocas cuando dices que el cubano es un pueblo «bueno». Todas las dictaduras comunistas padecían malos gobiernos, pero tenían pueblos buenos en los que no faltaban los Sajarov, los Walesa y los Havel. Un pueblo que ha dado a personas como Orlando Zapata Tamayo, como Guillermo Fariñas, como Oscar Elías Biscet y la sufrida familia Sigler, tiene reservas morales e intelectuales para reconstruir el tejido social, descubrir la libertad y alcanzar la prosperidad en un plazo relativamente corto. Tenemos que encontrarnos en un claro de la historia patria para darnos ese abrazo de reconciliación que casi todos anhelamos.

Finalmente, culminas tu carta con varias admoniciones injustas. Me dices: «Atrévete un día a respetar al prójimo. Atrévete a expulsar la soberbia. Atrévete a merecer un pueblo como este». Esos, Silvio, no son argumentos, sino juicios de valor totalmente subjetivos. ¿De dónde has sacado que soy soberbio y no respeto al prójimo? ¿Por qué crees que no merezco pertenecer al pueblo cubano? ¿Quién decide eso? ¿Eres tú quien otorga la condición de cubano?

Tú y yo nos conocemos poco personalmente, Silvio. Una noche, hace unos años, cenamos en Madrid, algo que recuerdo con agrado, y entonces llegué a la conclusión de que no eras un comunista fanático, sino un talentoso simpatizante, pero crítico y dotado de una personalidad afable, con bastantes reservas sobre los hermanos Castro y su dictadura. Me gustó esa flexibilidad tuya.

¿Qué te ha pasado? ¿Por qué esta furia de última hora que tan mal encaja en tu carácter? Saltemos sobre nuestras diferencias, Silvio, y hagamos un mundo mejor para nuestros hijos. Un mundo, Silvio, democrático y libre, como esas veinte naciones que están a la cabeza del planeta; esas veinte naciones a las que quieren escapar tantos cubanos jóvenes, como tú mismo acabas de advertir muy preocupado. Entre todos, Silvio, podemos hacerlo. Entre todos, pacíficamente, podemos cambiar nuestro destino y salvar el futuro.

Con una franca carga de cordialidad cívica,

Carlos Alberto Montaner

Madrid, 3 de abril de 2010

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Acerca de este Blog

Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".

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