En: Opinión
30 Oct 2010Quiero un País donde no sea un delito tener opinión y expresarla. Salir a la calle con un cartel que diga “YO NO CREO EN ESTE GOBIERNO”, y que la gente me agradezca mi honradez ciudadana y la opinión sincera.
Los cubanos si pensamos en nuestro futuro
Quiero un País donde no sea un delito tener opinión y expresarla. Salir a la calle con un cartel que diga “YO NO CREO EN ESTE GOBIERNO”, y que la gente me agradezca mi honradez ciudadana y la opinión sincera.
Quiero un país para mis hijos donde no tengan ellos que ser como el Che, ni tengan que jurar por el Comunismo, sino que sean como ellos mismos, con su propia fe confesada, sus ideas maduras y propias acerca de la vida, y su propia identidad de niños reafirmada.
Un país donde el vecino sea el amigo cercano, la ayuda en los momentos donde la palabra cálida sea la necesitada, y donde las puertas y balcones de nuestras casas estén abiertas, de par en par, sin temor a encontrar los ojos delatores, la lengua perversa y el susurro cómplice.
Quiero un país para mis hijos donde la ideología no se escurra hasta en las propias almohadas donde descansan sus inocentes cabecitas de hombres sin futuro. Donde no haya consignas concertadas, voluntades coercidas y leyes represivas a la libre fantasía soñadora.
Quiero un país libre de dogmas y doctrinas, libre de santuarios y filósofos, de nombres intocables e innombrables, libre de discursos divinos y palabras definitivas. Un país donde las palabras sagradas sean respeto, derecho y libertad, y se destierren la fidelidad, el silencio y la igualdad.
No quiero para mis hijos un país de igualdades. La igualdad denigra al talento, la inteligencia y la voluntad, refrena la naturaleza creativa del hombre y lo convierte en ese animalito mudo, servil, que aplaude y vitorea en las plazas cerradas por los generales.
Quiero para mis hijos un país donde la riqueza sea el fruto del trabajo, el dinero la retribución al talento y la abundancia el resultado de la creación colectiva e individual de cada uno de ellos.
Un país que no sea ni de derecha ni de izquierda, y las puertas estén abiertas para ser cruzadas por nuestra soberana libertad y no sean muros de contención de voluntades.
Quiero una enorme isla donde la ley suprema sea el respeto inalienable a la diferencia, y donde mis hijos sepan escoger su rumbo, encontrar el camino de su felicidad personal, la riqueza espiritual y material, la comodidad egoísta y su paz familiar.
Quiero un país para mis hijos donde la familia no sea dividida por odios, partidos, políticas y credos. Y nos sentemos todos a la misma mesa a comer el pan amasado con nuestro individual talento: sin pedir prestado, sin agradecer misericordias paternalistas, ni exigir fidelidades extremas.
Un país donde no sea un delito la conciencia ciudadana, la voluntad cívica del hombre comprometido con el respeto a la virtud. Una isla donde no haya que firmar compromisos, respaldar pactos y obedecer opiniones no compartidas. Donde las únicas actitudes desterradas sean la hipocresía, la mentira, el odio y también la intolerancia.
Quiero para mis hijos un país que se alargue para que quepa cada cubano que este en el más lejano y oscuro rincón de este planeta. Sin límites, sin barreras, sin estampas que categoricen su pertenencia. Sin pasaportes firmados con la adulación y la arrogancia.
Quiero un país para mis hijos que quizás sea un sueño, pero que padre no habrá soñado con una mejor casa para sus hijos, una sonrisa hermosa para cada mañana y con un futuro casi divino.
Quiero para mis hijos este país que sueño y que le volveremos a poner el nombre de Cuba, y que alguna vez, más temprano que tarde, podremos hacer todos los cubanos nuestro.
Por: Juan Martin Lorenzo
Octubre 29 de 2010
Blog: Open Cuba
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¿Habrá que esperar por la unidad?
Cada vez que hablo con alguien, amigo, interesado u observador del tema cubano, concluye con la salomónica idea de que mientras la oposición no alcance la unidad, será imposible cambiar la situación política del país. Puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que la mayoría de los líderes de la dispersa oposición cubana sueñan con la unidad aunque, lamentablemente, algunos se limitan a soñar con la unidad en torno a ellos.
Con solo explorar en los proyectos de la última década, vemos que en líneas generales casi todos están de acuerdo en las conquistas esenciales: libertad de expresión, libertad de asociación, liberación de presos políticos, eliminación de las restricciones migratorias, autorización a la creación de pequeñas y medianas empresas familiares, fin del monopolio político por parte del Partido Comunista.
Sin entrar a considerar los eternos problemas que genera el caudillismo y el afán de notoriedad, las más agudas contradicciones comienzan a aparecer cuando se entra en otros temas, como por ejemplo, la devolución de propiedades o el fin del embargo/bloqueo y de otras restricciones impuestas desde el exterior, la Posición Común de la Unión Europea, o la prohibición a los ciudadanos norteamericanos de viajar a Cuba.
Para decirlo de forma más directa: las más agudas contradicciones internas surgen cuando aparecen los intereses externos.
La casi inevitable dependencia que padecen los agentes internos (partidos políticos y otras organizaciones de la emergente sociedad civil) del exterior (lobbies políticos, ONGs, o concertaciones políticas internacionales) lleva a los de adentro a reproducir, en ocasiones miméticamente, los conflictos que se tienen afuera.
La dependencia no se limita a la grosera ayuda económica, como suele decirse desde las esferas gubernamentales, sino especialmente a la legitimación que necesita todo movimiento político. Quien que no tenga un representante en el exterior, un vocero, o una entidad que le reconozca beligerancia y le dé visibilidad internacional, carecerá de reconocimiento dentro de la isla.
Esto no se debe a una falta ceñida a la naturaleza de la oposición interna, sino a la carencia de un vehículo de comunicación de amplio espectro de los grupos opositores con el resto de la población. Los cables de todos nuestros micrófonos están conectados a altoparlantes situados fuera del territorio nacional. Lo otro es abocinar las manos y gritar.
No obstante, esta circunstancia no niega la tenencia de una posición propia con respecto a esos temas conflictivos, con independencia de la coincidencia o el choque que se tenga con los intereses externos. Al fin y al cabo, el levantamiento del embargo, el fin de las restricciones que impiden a los norteamericanos visitar la Isla y toda la gama de limitaciones en las que estén implicados los intereses foráneos, tienen una innegable repercusión en nuestra enrarecida cotidianidad.
Habrá que prescindir de la unidad si queremos avanzar en aquello en que estamos de acuerdo.
Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".
1 Comentario para Los cubanos si pensamos en nuestro futuro
Jose Vilasuso Rivero
noviembre 2nd, 2010 at 3:22 pm
Desafortunadamente no todos los demócratas saben poner este principio por encima de los partidarismos. Falta madurez y confianza en los principios. Si así fuera bastaria en apoyarse en el mismo para garantizar la legitimidad de tal autoridad. Lo que la hace fragil o brutal es lo opuesto, la intransigencia y ceguera. Mal hacen gobiernos como el de España o Brasil que practican la democracia en su patio pero defienden a Castro, Chávez, las farc, o los ayatolas en lo internacional. De esta manera se dañan a su mismos pues su democracia nace viciada de claudicación y contradicciones que desmienten su sinceridad.