La ‘libreta’ y el socialismo

En: Opinión

13 Ene 2011

La Libreta de Abastecimientos, que según se anuncia será suprimida paulatinamente, vio la luz en marzo de 1962. El eufemístico apellido de abastecimientos la hizo nacer ya con esa trampa semántica que ocultaba lo que en realidad era, una cartilla de racionamiento, y la presentaba como respuesta al «bloqueo yanqui» (el embargo había sido decretado por Kennedy un mes antes) y solución para evitar el «acaparamiento de alimentos».



La ‘libreta’ y el socialismo

Por: Roberto Álvarez Quiñones

Los Angeles. Enero 13 de 2011

Suprímase o no, la Libreta de Abastecimientos es la prueba de la inviabilidad del sistema.

¿Ha habido una cartilla de racionamiento de alimentos que haya durado tanto como la impuesta en Cuba hace casi medio siglo?

Ni como consecuencia de las peores crisis alimentarias provocadas por guerras y catástrofes naturales ha existido jamás algo tan prolongado en el tiempo, al menos en Occidente.

La Libreta de Abastecimientos, que según se anuncia será suprimida paulatinamente, vio la luz en marzo de 1962. El eufemístico apellido de abastecimientos la hizo nacer ya con esa trampa semántica que ocultaba lo que en realidad era, una cartilla de racionamiento, y la presentaba como respuesta al «bloqueo yanqui» (el embargo había sido decretado por Kennedy un mes antes) y solución para evitar el «acaparamiento de alimentos».

En realidad fue una vergüenza nacional, una medida inevitable para evitar la hambruna que ya planeaba sobre la Isla y que provocaba el castrismo al estatizar las tierras de la nación. Al caer la producción agropecuaria, Castro implantó el racionamiento para que algo, al menos, le tocase a cada familia.

La debacle se produjo porque el Comandante incumplió su promesa del Moncada y la Sierra Maestra de entregar las tierras a los campesinos y los obreros agrícolas y se dedicó a convertir en propiedad del Estado el 80% de las tierras cultivables del país, irresponsabilidad alentada por el Che Guevara.

La URSS, China

Hasta Lenin se percató en 1921 de que la estatización y colectivización de tierras eran las causas de la hambruna que estaba matando a millones de personas, y en marzo de ese año dejó a un lado sus remilgos ideológicos y lanzó su plan —calificado de «regreso al capitalismo» por Trotski y otros bolcheviques—, de la Nueva Política Económica (NEP), que autorizó la producción libre de los campesinos (la propiedad de la tierra siguió siendo estatal) y la creación de pequeñas y medianas empresas privadas industriales y comerciales.

El gobierno ruso comenzó a tomar sólo una parte de las cosechas de los campesinos, quienes vendían el resto libremente en el mercado y podían contratar trabajadores. Se disparó la producción agropecuaria y se acabó la hambruna. Pero Lenin murió en 1924 y Stalin calificó a la NEP de «traición al comunismo» y la suspendió en 1928. Se volvieron a estatizar las tierras, se  crearon sovjoses (granjas estatales) y koljoses (cooperativas forzosas), las cosechas campesinas eran confiscadas. En consecuencia se desplomó la producción, y en los años 30 murieron de hambre 10 millones de personas. De haber continuado la NEP, tal vez la Unión Soviética habría derivado por inercia hacia un modelo económico de tipo socialdemócrata, o al menos se le habría adelantado a China en el «socialismo de mercado» actual.

En China, bajo el liderazgo de Mao Tse Tung, a fines de los años 50 se procedió a la colectivización forzosa de tierras. Se crearon comunas gigantescas y las cosechas de los campesinos fueron confiscadas. Denominado por Mao como El Gran Salto Adelante, aquel plan hundió la producción de alimentos y unos 30 millones de chinos murieron de hambre en los dos decenios siguientes.

Con tan trágica experiencia soviética y china, las Granjas del Pueblo —versión tropical de los sovjoses y las comunas— y la estatización de tierras en Cuba fueron un capricho irresponsable del tirano.

Una caja de Pandora

El resultado fue la Libreta. Castro percibió que aquella cartilla era, de carambola, un instrumento  ideal para controlar férreamente la vida de los ciudadanos mediante las Oficinas de Control y Distribución de Alimentos (OFICODA).

Desde entonces el cuño o un documento de la OFICODA son más importantes que el carnet de identidad o un título universitario. Sin el visto bueno de esa entidad no se puede comer, obtener el carnet de identidad, hacer una permuta de vivienda, probar que uno vive en la dirección que declara, heredar una propiedad, obtener el permiso de salida del país, o emigrar. Ciudadano cubano cuyo nombre no aparezca en la Libreta, no existe.

Aunque algunos productos han sido excluidos últimamente, o llegue a suprimirse por completo, esta cartilla es una expresión de la inviabilidad comunista. Durante 49 años, quienes no pertenecen a la nomenklatura, han recibido raciones per cápita muy por debajo de los niveles proteicos y calóricos que requiere una adecuada alimentación: seis libras de arroz (equivalentes a 3.2 onzas diarias del principal alimento en Cuba) mensuales, una libra de frijoles, cinco libras de azúcar, una libra de sal, una libra de pastas, ocho huevos, una libra de pescado, una libra de picadillo de soya «enriquecido», una libra de pollo, media libra de aceite (cuando hay disponibilidad), tres libras de papas, cinco libras de boniato, tres libras de plátano y un panecito diario.

Tan exiguo suministro apenas alcanza para una semana o diez días. El resto del mes hay que acudir al mercado negro, las shopping, o los agromercados estatales o campesinos y pagar precios exorbitantes debido a la escasez de oferta.

Al eliminar la cartilla, a su vez, el régimen abre una Caja de Pandora: la gente tendrá que conseguir todos los alimentos a precios elevados. Siendo el salario promedio de 17.3 dólares (415 pesos) mensuales, cada familia tendrá que «inventar» más que nunca para subsistir. Esto aumentará el robo y el malestar anticastrista que por ahora subyace calladamente.

El Estado protector e igualitario —sostén ideológico del castrismo—, abandona ahora «al pueblo» a su suerte y con dos agravantes: la imposibilidad de importar más alimentos debido a la falta de recursos, y la ausencia de una reforma económica real que permita la producción agropecuaria libre, como ocurre en China o Vietnam. En esos dos paises, el Estado deja que los campesinos produzcan lo que quieran y vendan libremente sus cosechas en el mercado. En Cuba, aún con la anunciada reforma raulista, a cada campesino y cooperativa le ordenan lo que debe  producir, y deben vender al Estado casi todo lo cosechado a precios fijados por el gobierno.

Por otra parte, muy defraudados deben estar quienes seguían hipnotizados por el discurso oficial y creían en Papá Estado y el socialismo como «solución para el bienestar de los pueblos». Luego de tanto paternalismo estatista, de corte marxista-estalinista, maoísta y guevarista, y de repetir que «el futuro pertenece por entero al socialismo», los Castro admiten de hecho que todo ha sido un disparate.

No importa que por oponerse a ese disparate decenas de miles de cubanos hayan ido a prisión (y sigan yendo) o hayan sido fusilados, desterrados o devorados por los tiburones en el estrecho de Florida. Ni tiene importancia el hambre, el sufrimiento y las privaciones padecidas por tres generaciones de ciudadanos, o que casi dos millones hayan tenido que abandonar el país.

En fin, quítese o déjese la Libreta, la inviabilidad y la inhumanidad del socialismo marxista son tan evidentes, que la incapacidad de un personaje como el presidente venezolano Hugo Chávez para percibirlas pasa al terreno médico.

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Acerca de este Blog

Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".

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