La Iglesia Católica cubana y la oposición: un conflicto innecesario

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6 Sep 2010

El diálogo entre el gobierno del General Raúl Castro y la alta jerarquía de la Iglesia Católica sigue suscitando debates entre diferentes grupos opositores y sectores de la sociedad civil independiente. Era de esperarse que medio siglo de inmovilismo trajera como primera consecuencia el chirriar de todos los goznes oxidados al tratar de poner en marcha cualquier mecanismo de esta vieja maquinaria obsoleta, como también resulta lógico que, a fuerza de trabajar en reversa, ahora cueste mucho andar hacia adelante.



La Iglesia Católica cubana y la oposición: un conflicto innecesario

Agosto 31, 2010  · Clasificados en Sin Evasión

Foto: Mirian Celaya

Por: Mirian Celaya

Catedral de La Habana

Catedral de La Habana

El diálogo entre el gobierno del General Raúl Castro y la alta jerarquía de la Iglesia Católica sigue suscitando debates entre diferentes grupos opositores y sectores de la sociedad civil independiente. Era de esperarse que medio siglo de inmovilismo trajera como primera consecuencia el chirriar de todos los goznes oxidados al tratar de poner en marcha cualquier mecanismo de esta vieja maquinaria obsoleta, como también resulta lógico que, a fuerza de trabajar en reversa, ahora cueste mucho andar hacia adelante.

No es fácil buscar y encontrar consensos en un país huérfano de civismo y de libertades por tan prolongado período de tiempo. La mayoría de los cubanos de hoy no hemos participado jamás en auténticas elecciones, no hemos militado en un verdadero partido político, no contamos con espacios no oficiales de debate ciudadano, no tenemos libre acceso a la información y a las comunicaciones, ni hemos gozado de ninguno de los beneficios de la democracia, pero lo peor de todo es que no hemos sido libres. Cual esclavos temerosos e ignorantes, los hay que ni siquiera sabrían qué hacer con sus vidas llegado el día en que tengan libertad para disponer plenamente de ellas. Esa es la triste realidad de Cuba, heredada en gran medida de 50 años de dictadura, pero también consecuencia de 400 años de historia que demuestran cuán caras resultan a los pueblos la ligereza y la irresponsabilidad.

El momento que está viviendo la Isla tiene peculiares ribetes que marcan un antes y un después. Cada análisis puede tomar como pauta lo que considere un hito, ya sea la acumulación de elementos en la crisis socioeconómica y política generalizada, la lucha de la disidencia al interior del país, la muerte de Orlando Zapata Tamayo, la huelga de hambre y sed de Guillermo Fariñas, la acción sostenida y valiente de las Damas de Blanco y la actividad creciente del periodismo alternativo en todas sus variantes, entre otros factores que puedan quedar involuntariamente omitidos aquí. Ese “antes y después” podría asumir como referencia cualquiera de estos factores aparentemente aislados; sin embargo, la polea que ha venido a unir algunas piezas y ha ayudado a iniciar el giro del mecanismo ha sido la Iglesia Católica. Es un hecho.

Tal como se presentan las circunstancias –o como están planteadas a partir de todos los factores que han influido en ello–, creo que es más realista sopesar ahora lo incuestionable: se están produciendo cambios y la mediación de la Iglesia Católica es un factor importante en esto. Es así que, lejos de apuntar soluciones idealistas, encaminadas a satisfacer la vanidad de algún que otro líder opositor, o sobrevalorar la importancia de sectores de la sociedad civil emergente (en la cual se inserta mi propio accionar como blogger), y a la vez sin negar la validez de todos los elementos en su propio desempeño, prefiero tomar en consideración cuánto de positivo puede y podría aportar el papel de la Iglesia en este proceso.

Algunas personas critican la mediación en la figura del Cardenal Jaime Ortega, alegando que nunca ha apoyado a la oposición, que no visitó a los presos o que no se pronunció contra los desmanes de la dictadura, lo cual tampoco se ajusta por completo a la realidad (recordemos, por ejemplo, la famosa Carta Pastoral “La Patria es de todos”, documento que tuvo gran resonancia en 1992). Por mi parte, no soy –ni mucho menos– una fanática o siquiera admiradora de Su Eminencia, pero tales descalificaciones se podrían aplicar también a la inmensa mayoría del pueblo cubano, acostumbrado a mirar temeroso hacia otra parte en presencia de un acto de valentía cívica o de la acción de las fuerzas represivas contra ciudadanos indefensos; sería interminable la lista de experiencias de los que pueden atestiguar sobre esto, tanto dentro como fuera de Cuba.

Por otra parte, los que hoy descalifican a la Iglesia como mediadora parecen olvidar cómo a lo largo de todos estos años, aun cuando la mayor parte de los cubanos aplaudían (mos) ante los discursos y las tribunas, cuando tener creencias religiosas era un imperdonable tabú, cuando los religiosos de cualquier tendencia eran excluidos y condenados y cuando la sociedad toda avanzaba galopante hacia la pérdida de valores morales y humanos, la Iglesia Católica fue un reducto de solidaridad entre cubanos de fe sincera, un espacio de conservación de los mejores valores, una verdadera colmena donde nunca se detuvo el trabajo por la familia, por la cultura cubana y por sostener sus principios de virtud en condiciones muy adversas. La Iglesia Católica cubana fue un foco de resistencia contra el totalitarismo comunista de esta dictadura desde el principio mismo, antes que cualquiera de los partidos opositores que hoy conocemos, y fue tolerante e inclusiva cuando en la sociedad cubana se imponían la intolerancia y la exclusión. Muchas parroquias han sido portadoras del discurso de resistencia que pocos se atrevían a escuchar y mucho menos a decir; y se han erigido promotoras de numerosos espacios de instrucción, de intercambios sociales y académicos y de formación de valores. La Iglesia Católica ha estado trabajando callada y pacientemente por la reconciliación de los cubanos mientras el régimen –y otros– se han dedicado a enemistarnos. Negar esto sería, no solo una iniquidad, sino también una falacia.

Está claro que la Iglesia tampoco es una institución perfecta y no nos representa a todos en todo,que también ha cometido errores y hasta injusticias; pero también ha ofrecido sus espacios como un refugio en medio de las tempestades. Que lo digan si no las Damas de Blanco que acuden cada domingo a la iglesia de Santa Rita; que lo digan los cubanos que han encontrado en la Iglesia el apoyo, la caridad y la solidaridad que les faltaba, que lo digan los miles que se están congregando espontáneamente en las iglesias de Cuba para recibir en su peregrinación por toda la Isla a la Santa Patrona, la Caridad del Cobre, capaz de reunir, por su única condición de cubanos, a creyentes y no creyentes en la simple advocación del amor a Cuba. ¿Qué otra institución en este país sería capaz de ello? Yo no soy una creyente en lo absoluto; apenas soy una agnóstica formada en el más cerrado ateísmo, que ha logrado superar la negación y pretende ser justa. Y como deseo lo mejor para Cuba y para los cubanos, apoyo todo lo que ayude a derribar el muro.

Es por eso que pido a aquellos que hoy se oponen a la mediación de la Iglesia ( hablo de la institución, no de sus jerarcas) y que, además, la acusan de “traidora al pueblo”, “oportunista” y otros epítetos por el estilo, que mencionen las razones en que basan sus acusaciones y que expongan a la opinión pública, objetivamente, quiénes son los actores sociales que consideran suficientemente consolidados en Cuba, con el prestigio y el arraigo necesario para representar a una gran parte del pueblo cubano y cuáles son los programas de cambio y las fases de la transición que dichos actores proponen. Que digan los que se oponen al diálogo Gobierno-Iglesia Católica si creen que este pueblo ahora mismo puede delegar con pleno conocimiento de causa en cualquiera de los partidos opositores y de los grupos de sociedad civil independiente, más allá de la simpatía que pueda despertar nuestra lucha por la democracia. Pero, sobre todo, seamos realistas: la crisis cubana no se va a resolver en un corto plazo; una transición es un proceso largo y complejo al que se van sumando actores en la medida en que vayan ganando influencia y prestigio en la vida pública nacional. En lugar de pugnar por un puesto o por un premio, es momento de aprovechar los espacios que se abran y apoyar las acciones positivas que propicien los cambios para poder potenciar el discurso de los actuales líderes de opinión y el surgimiento de los nuevos, el nacimiento de nuevas ideas, de fuerzas cívicas y de propuestas amplias donde participemos todos (incluyendo a los que hasta hoy no han participado). Nadie piense que va a ser fácil; así pues, tampoco lo hagamos más difícil.

Tomado del blog: Sin EVAsion

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Acerca de este Blog

Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".

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