Me es imposible lograr que Willy Chirino pueda dar un concierto en La Habana. Tampoco tengo la capacidad para conseguir que en la isla se realice el merecido homenaje a Celia Cruz, aún pendiente. Bebo Valdés –qué más quisiera yo– no ha recibido los honores que merece en Cuba. Tampoco Guillermo Cabrera Infante y muchos otros. Me detengo para no convertir esto en un rosario de deudas.
Intercambios y oportunismo
Alejandro Armengol, El Nuevo Herald. Febrero 25 de 2011
Me es imposible lograr que Willy Chirino pueda dar un concierto en La Habana. Tampoco tengo la capacidad para conseguir que en la isla se realice el merecido homenaje a Celia Cruz, aún pendiente. Bebo Valdés –qué más quisiera yo– no ha recibido los honores que merece en Cuba. Tampoco Guillermo Cabrera Infante y muchos otros. Me detengo para no convertir esto en un rosario de deudas.
Ahora bien: ¿debo convertir mis quejas en un inventario de omisiones y censuras, acumuladas en Estados Unidos hacia los escritores y artistas que residen en Cuba, e incluso se han manifestado en determinado momento a favor del régimen de La Habana?
Si el gobierno del presidente Barack Obama autoriza a los artistas cubanos residentes en la isla –a los que por casi una década no se les permitió viajar a Estados Unidos– visitar este país, ¿lo único que se me ocurre hacer es convertirme en censor o aduanero, y exigir un intercambio uno a uno, como si simplemente se tratara de prisioneros o esclavos?
De entrada, debo aclarar que no creo que mi opinión tenga influencia alguna en Cuba. Al irme renuncié, voluntariamente o porque no me quedaba más remedio, a una serie de derechos y deberes. Cuando adopté la ciudadanía norteamericana, esta lista se amplió considerablemente. Es en Estados Unidos donde creo –quizá con demasiada ilusión– que mi opinión tiene un mayor peso.
De acuerdo a las normas de este país, me parece que cualquier ciudadano norteamericano tiene el derecho de viajar a Cuba como turista, no porque se le considere un abanderado de la democracia, sino por un simple derecho de ciudadano. Lo demás es política de barrio, votos de legisladores logrados mediante contribuciones de campaña y falta de interés hacia el turismo en una isla caribeña.
A la vez, creo que Estados Unidos debe permitir la visita de artistas, escritores y académicos residentes en la isla sin exigir reciprocidad a cambio. Queda en manos de las universidades y otros centros académicos en este país el asumir la responsabilidad y los gastos del viaje. Lo demás: sacar a relucir antiguas cuentas o preguntarse por qué éste y no aquel, corre a cargo de resentidos de última hora o lo que es peor, de los oportunistas de esquina que siempre están dispuestos a las comparaciones.
¿Hasta cuándo se va a escuchar en esta ciudad el mismo argumento de la comparación fácil con el régimen de La Habana? Si Cuba censura, ¿por qué nosotros no vamos a hacer lo mismo? Si los cantantes de Miami no pueden actuar en la Plaza de la Revolución, ¿debemos aquí permitirles pasearse por las calles de Miami?
Pues sí. Por una razón muy simple: quienes vivimos en esta ciudad estamos hasta la coronilla de censores y no queremos uno más. Si a usted le disgusta que el intercambio cultural sea en un solo sentido, tiene todo su derecho a expresar su criterio. Pero si al mismo tiempo, por esa limitación quiere suprimirlo o se pone de parte de los censores, pues sencillamente no ha entendido lo que es vivir en democracia. O lo que es peor, por conveniencia económica se pone de parte de quienes actúan igual que sus supuestos enemigos.
Quienes apelan al criterio de que se trata del dinero de los contribuyentes y de pronto se arropan con la bandera del erario público, para supuestamente defender que ni un solo dólar sea gastado en los espectáculos de quienes vienen de Cuba, son por lo general tergiversadores o ignorantes, más interesados en desvirtuar una política que en conocerla. Hipócritas y descarados, en la mayoría de los casos se limitan a pulsar una cuerda que en Miami siempre encuentra resonancia.
En la lista de los hipócritas merecen especial consideración quienes, bajo el disfraz de la ortodoxia anticastrista, buscan una rápida notoriedad, con la esperanza de borrar un pasado en que recibieron los más variados privilegios del gobierno de La Habana, desde estudios en el extranjero hasta becas providenciales. Son quienes le sacaron partido a un estatus especial que les permitió un día abandonar la isla, sin tener que preocuparse por los actos de repudio, el ostracismo o las humillaciones que siempre ha implicado la salida definitiva del país.
Estos patriotas de la diáspora, a los que simplemente les bastó subirse a un avión, aterrizar en cualquier destino y declararse miembros del talibán anticastrista, gritan a diario ante cualquier acercamiento con alguien que vive en la isla.
Con una frecuencia que desafía el tiempo y la cordura, se fabrica en el exilio cubano un motivo o una querella para que ciertos instigadores de la opinión pública justifiquen su incompetencia cultural y política con nuevos llamados a la persecución y el insulto. No merecen el título de intransigentes, porque su intransigencia es acomodaticia. Son mercaderes de la intolerancia, no verdaderos intolerantes. Se dedican a la caza de brujas, amparados en la inmadurez y la frustración desarrolladas por un exilio demasiado largo, y en la ilusión de poder que da un micrófono, un periódico o una simple carta. En esencia no son más que inquisidores de gueto, que realizan cruzadas en que exigen disculpas, arrepentimientos y retractaciones, en busca de culpas ajenas para olvidar las propias.
Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".