Hambre de alimentos, y sed de libertad

En: Internacional

25 Nov 2010

Cuando ocurre un desastre natural, el mundo recibe un «llamado urgente» para actuar de inmediato. Recientemente, las inundaciones en Pakistán revelaron el dinamismo de la comunidad internacional. Sin embargo, cuando un gobierno erosiona la democracia y viola los derechos humanos hasta el punto de generar una crisis humanitaria, el mundo a menudo permanece en silencio.

Hoy en día, el número de muertos sigue aumentando en Darfur. Se estima que 400,000 personas han fallecido desde el año 2003 a causa de violencia, enfermedades, malnutrición, y falta de agua potable.



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Hambre de alimentos, y sed de libertad

24 de septiembre de 2010

Thor Halvorssen

Lea el artículo original en inglés en el Huffington Post aquí.

Cuando ocurre un desastre natural, el mundo recibe un «llamado urgente» para actuar de inmediato. Recientemente, las inundaciones en Pakistán revelaron el dinamismo de la comunidad internacional. Sin embargo, cuando un gobierno erosiona la democracia y viola los derechos humanos hasta el punto de generar una crisis humanitaria, el mundo a menudo permanece en silencio.

Hoy en día, el número de muertos sigue aumentando en Darfur. Se estima que 400,000 personas han fallecido desde el año 2003 a causa de violencia, enfermedades, malnutrición, y falta de agua potable.

Sabemos que esta tragedia no es producto de un desastre natural. Estas muertes son consecuencia directa de las detestables políticas del gobierno de Omar al-Bashir en Jartum, y no así de una imprevisible «fuerza mayor».

Mientras esta calamidad continúa, debe ser identificada como la más reciente de una larga lista de crisis humanitarias provocadas por el hombre. Actualmente, el régimen sudanés, entre otras terribles medidas, priva a los ciudadanos de Darfur de alimentos, al igual que en el último siglo, decenas de millones de personas murieron de hambre no a causa de las inclemencias de la naturaleza, sino a causa de malos gobiernos.

Irónicamente, la mayoría de estas víctimas murieron de hambre bajo dictaduras que pregonaban todo el bien que podían hacer por sus conciudadanos, gobiernos que prometían «servir al pueblo».

Puede parecer irónico que aparatos estatales fuertes y reguladores hayan fracasado en satisfacer las necesidades de alimentación más básicas de sus ciudadanos. Sin embargo, además de fuertes, todos estos gobiernos -ya sean comunistas, fascistas o simplemente autocráticos- compartían una característica similar: rechazaban los derechos individuales y limitaban así la capacidad de sus ciudadanos de mantenerse por sí mismos. Restringían la libertad de locomoción, el acceso a recursos, los derechos de propiedad, la libertad de expresión y la capacidad de asociarse con otras personas para obtener cooperación mutua. Mientras promueven la idea de que pueden ayudar a las masas, los gobiernos autoritarios dejan que los miembros de dichas masas sufran, e incluso mueran de hambre.

Los gobiernos democráticos y las ONGs deben recordar que la ayuda humanitaria está para ayudar a los hambrientos, pero que también debe tener un mayor alcance. La prioridad debería ser ayudar a modificar las condiciones mismas que llevan a la hambruna.

Para establecer la relación entre gobiernos autocráticos y devastadoras hambrunas, sólo hay que mirar a algunas de las más mortales y masivas del siglo XX.

En la Unión Soviética entre 1921 y 1922, alrededor de 9 millones de personas murieron de hambre bajo el gobierno de Vladimir Lenin; en la Ucrania Soviética entre 1932 y 1933, unas 10 millones de personas murieron de hambre en el Holodomor generado por Stalin; en la ocupación de Grecia por parte del Eje en la década de 1940, unas 300,000 personas murieron de hambre bajo la política nazi; en la Bengala administrada por Gran Bretaña en 1943, unas 3 millones de personas murieron de hambre como resultado de la dominación colonial; otros 2 millones murieron en Vietnam durante la Segunda Guerra Mundial como resultado de la ocupación japonesa; en la China comunista entre 1958 y 1962, entre 10 a 30 millones de personas murieron durante las hambrunas causadas por el «Gran Salto Adelante» de Mao; en Camboya a principios de 1979, 1,5 millones de personas murieron de hambre al seguir las fallidas políticas de los Jemeres Rojos; en Etiopía una dictadura militar presidió una hambruna que en 1984 costó la vida a más de 1 millón de personas; y se estima que 2 millones murieron de hambre durante la década de 1990 bajo el gobierno totalitario de Corea del Norte.

Todos estos regímenes eran dictaduras, independientemente de cómo se identificaban a sí mismos: revoluciones populares, revoluciones democráticas, o fuerzas de ocupación ilustradas.

El desarrollo económico y social que pretendían lograr nunca debió utilizarse como justificación para violar las libertades fundamentales y el derecho a la vida. En algunos casos, como la hambruna en Etiopía, Occidente  trató el problema con iniciativas de caridad como si se tratara de algún tipo de catástrofe natural y no de una tragedia enteramente provocada por el hombre, y enteramente evitable. Mientras cientos de miles de personas padecían a manos de un tirano, Occidente componía canciones bien intencionadas como «We are the world» («Nosotros somos el mundo»). Más allá de ese gesto meramente simbólico, el mundo debió haberse alineado para presionar al régimen despótico de Etiopía.

El siglo XX revela que el único medio de prevención sostenible, a largo plazo, en contra de las crisis humanitarias provocadas por el hombre es el ejercicio de la democracia, el Estado de Derecho, y el respeto a los derechos humanos. Es necesario tomar medidas preventivas para evitar las hambrunas provocadas por el hombre, y se debe comenzar con la ayuda al desarrollo.

El gobierno sueco, uno de los principales donantes a los países en vías de desarrollo, ha sido ejemplar en la reingeniería de su enfoque sobre la cooperación internacional. Equilibra los asuntos humanitarios urgentes con soluciones a largo plazo que propicien un mejor gobierno.

Una directriz del gobierno sueco que se encuentra disposición del público describe este enfoque: «Los objetivos de la participación de Suecia con los países socios son contribuir al desarrollo y a la reducción de la pobreza. El alcance y la dirección de la cooperación sueca, sin embargo, dependerá de cómo son manejados los asuntos relativos a la democracia en el país socio.»

Gunilla Carlsson, ministra sueca de Cooperación Internacional al Desarrollo, afirma que «Suecia debe ser leal a ciertos valores y principios fundamentales, y también a las personas del país en cuestión, y no necesariamente al gobierno del país socio».

Como activista de los derechos humanos entiendo el hecho de que muchos profesionales del desarrollo prefieren evitar la política del todo. Sin embargo, la enorme montaña de cadáveres causada por los sistemas políticos autocráticos muestra que esto es ineficaz. El Alto Comisionado Adjunto de la ONU para los Refugiados, Craig Johnstone, hizo la siguiente observación en el Oslo Freedom Forum 2009:

«Cuidar y proteger a las personas en los regímenes totalitarios es algo extraordinariamente difícil de hacer. Es difícil porque si tú no te conviertes en defensor de la gente frente a dichos gobiernos, entonces tú mismo eres parte de la violación de derechos humanos.»

Sin embargo, como señaló Johnstone:

«Pero si presionas tanto que eres expulsado del país, como nos sucede de vez en cuando en algunos de los países en los que hemos tratado estos temas, te ves obligado a abandonar a la gente cuya esperanza tienes el deber de mantener. Se tiene que encontrar un equilibro.»

Cuando las ONGs tratan de persuadir a los gobiernos represivos de mejorar su historial de derechos humanos; por lo general, esta petición se convierte en un acto de deshonra calificado como una «violación a la soberanía» por parte del tirano en cuestión. Los gobiernos están mejor equipados que las ONGs para proporcionar a los regímenes autocráticos incentivos para respetar los derechos humanos. Cual si se tratase de zanahorias y garrotes a larga distancia, otros gobiernos no tienen que preocuparse tanto de ser «expulsados». Sin embargo, pocos Estados usan su influencia en la actualidad. Un recuerdo doloroso de esto fue la visita, ampliamente publicitada, de la Secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, a China en el mes de febrero. Clinton dejó claro a sus anfitriones y a la prensa que los asuntos económicos y comerciales -no los derechos humanos- estaban en el centro de la agenda de Estados Unidos. Vergonzosamente, esta actitud ha sido repetida por el gobierno de Obama en más de una docena de lugares problemáticos.

Ante la evidente indecisión de los gobiernos, los activistas de ONGs pueden tener un papel especialmente importante cuando se trata de temas de desarrollo. Deben presionar a los gobiernos donantes a vincular la ayuda para el desarrollo a los derechos humanos, especialmente cuando dicha ayuda tiene claramente objetivos políticos, como en los casos de Egipto y más de una docena de países africanos. El gobierno sueco está asumiendo un liderazgo que debe ser imitado por todos los gobiernos occidentales y elogiado por las ONGs de ayuda al desarrollo.

Amartya Sen nos enseña que en una sociedad abierta, con democracia y buen gobierno, resulta casi imposible que el hambre pueda echar raíces. Por eso mismo es que en sociedades como Sudán, donde estos valores no se respetan, los problemas de salud de la población -especialmente los  estómagos vacíos- difícilmente podrán ser solucionados simplemente con ayuda humanitaria.

Thor Halvorssen es presidente de la Human Rights Foundation y fundador del Oslo Freedom Forum.

Lea el artículo original en inglés en el Huffington Post aquí.


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Acerca de este Blog

Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".

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