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26 Nov 2010Un verdadero abismo se abre entre la utopía revolucionaria cubana de mediados del siglo XX, con su lucha guerrillera en el campo y las ciudades, sumado al triunfo arrollador de todo un pueblo insurgente ante la dictadura de Fulgencio Batista –liberando ciudades y campos del yugo opresor– que cercenara años antes el paso democrático de la Nación cubana, una de las más desarrolladas en los aspectos sociales, económicos y culturales de Nuestra América y la pobreza social, política, intelectual, cultural, material y humana de la sociedad cubana de hoy.
Epílogo para el crepúsculo de la utopía revolucionaria cubana
Jorge Hernández Fonseca, Noviembre 24 de 2010
Un verdadero abismo se abre entre la utopía revolucionaria cubana de mediados del siglo XX, con su lucha guerrillera en el campo y las ciudades, sumado al triunfo arrollador de todo un pueblo insurgente ante la dictadura de Fulgencio Batista –liberando ciudades y campos del yugo opresor– que cercenara años antes el paso democrático de la Nación cubana, una de las más desarrolladas en los aspectos sociales, económicos y culturales de Nuestra América y la pobreza social, política, intelectual, cultural, material y humana de la sociedad cubana de hoy.
La base de la utopía revolucionaria era derrotar la dictadura e implantar un sistema democrático vital que permitiera el avance político, para ponerlo a la par de nivel alcanzado entonces por la sociedad civil cubana, convertida en la azucarera del mundo y proveedora de una música arrolladora y rítmica, así como una narrativa novelesca, en el radio y la televisión, que se expandió universalmente, dando a conocer el nombre de una isla única, creativa y pujante.
La historia es conocida. Una ideología político-económica, también pujante y en expansión, con su componente de “dictadura del proletariado” y de sentimiento anti-norteamericano, se adueñó de las mentes de los principales líderes de la gesta cubana, que aprovecharon para erigirse en “dictadores buenos”, desdiciendo sus promesas insurreccionales y traicionando la revolución.
No obstante el haber usado la base engañosa de promesas democráticas, de jurar no ser comunista, de prometer elecciones en 18 meses, Fidel Castro y sus seguidores se hicieron de una ideología foránea, estructurada y sólida, seguida por una buena parte de la intelectualidad cubana de la época, con la que consiguió cautivar (con su teoría) la masa obrera de la isla (la obrera solamente, porque los campesinos se levantaron en armas a lo largo y ancho del país).
Han pasado ya 52 años y las promesas teóricas del marxismo no se cumplieron. Los países que apoyaron la aventura comunista cubana ya renunciaron a semejante ideología y la masa obrera cubana, seguidora de los sofismas “revolucionarios”, es ahora traicionada por segunda vez con la amenaza de ser despedida de sus trabajos, por razones opuestas a la lógica que apoyaron.
Sin embargo, de aquella ideología derrotada –sobre la cual el partido dirigente de esa revolución de mentira insiste en esclarecer que ya no funciona más– exige continuar con uno de sus postulados: aquel que permite a una élite auto-declaradamente equivocada, detentar eternamente el poder político. Ora, si sabemos que la ideología base que sustentó el castillo de naipes revolucionario se derrumbó desde dentro, ¿como mantener la dictadura que lo generó?
Ya no hay intelectuales con valor para justificar ideológicamente la continuidad en el mando. El principal dirigente se desnuda impúdicamente ante sus súbditos y el principal ejecutor de la “nueva experiencia” se declara como maestro de una nueva disciplina, la economía, después de 52 años de fracasos con su “ciencia” anterior, inicia ‘otro’ camino rumbo a lo desconocido.
Al inicio de la fracasada experiencia socialista cubana, reconocidos intelectuales criollos defendieron solidamente la utopía comunista. Juan Marínelo, Nicolás Guillén, Carlos Rafael Rodríguez, entre otros –con los cuales se puede discrepar (se debe discrepar, después del desastre socialista mundial)– pero lo que no se puede es dudar de su sólida formación marxista, repleta de argumentos e ideas, expuestas en innumerables debates al inicio del fracasado proceso político. Hay tres ejemplos que demuestran la orfandad “revolucionaria” actual.
En primer lugar, el ideólogo principal del “castrismo”, Fidel Castro, tiene ahora una carencia de imaginación lastimosa. Expuso impúdicamente, como corresponde a un hombre senil, que “habían cometido numerosos ‘errores’, el principal de los cuales –dijo– fue el haber creído que sabían de socialismo (y mismo así, obligaron a todo un pueblo –y a una sociedad– a seguir caminos que no sabían cuales eran) cuando realmente no sabían nada de eso”. Es como para llorar. ¿Cómo es posible que en un país decente el jefe del partido gobernante declare públicamente que de socialismo no sabían nada, cuando sometieron a una nación a semejante régimen?
No se trata ya de los “enemigos” fusilados inútilmente, que sí sabían que el socialismo sólo llevaría al empobrecimiento; ni de los adversarios presos largos e injustos años por evitar el trauma actual al pueblo cubano. Se trata de los que apoyaron sin reservas ese socialismo y que ahora morirán en la orilla. Barriendo con esta caterva de canallas es como único se justifica el aceptar que se diga, desde el fondo del pozo, que de socialismo no sabían nada. ¡Que se vayan!
En segundo lugar vale la pena analizar al político actuante principal actual, Raúl Castro, que reúne a sus ministros para decirles que “deben aprender una asignatura: la economía”; demostrando con esta barbaridad inaceptable en un país decente, la disposición de la banda gobernante, de continuar con experimentos que ni los propios ministros saben. Carente de legitimación y sobre los escombros de lo que hicieron, continúa con otras “pruebas”.
En el país que vivo, Brasil, acaba de resultar electa una mujer de izquierdas para presidir el país a partir del primero de enero y el proceso de escojer a sus ministros se desarrolla públicamente teniendo como base el conocimiento de los posibles candidatos de los problemas de cada ministerio, siendo el de economía uno de los más exigidos. Jamás, en un país democrático, incluso con un gobierno de izquierdas, al presidente se le ocurre decir que los ministros tienen que “aprender la asignatura economía”. ¡Es una verdadera vergüenza!
Como tercer ejemplo de orfandad traemos a un intelectual cubano; uno de los músicos más reconocidos de la isla, Leo Brouwer, con dotes de defensor contemporáneo de la dictadura. Acaba de dar una entrevista, a partir de un merecido premio internacional de música, en la que habla con profundidad y categoría sobre música, pero que lamentablemente adopta la práctica castrista de faltarles el respeto a sus interlocutores, hablando verdaderas sandeces como si fueran serias, al decir que “no todos los norteamericanos son yankees” y restando importancia al esfuerzo democratizador, un embuste que sólo cabe en Cuba, pero no en el mundo libre.
Como es posible que un intelectual y músico, que ha dado una entrevista profundizando conceptos especializados, con razonamientos sofisticados y base amplia en el tema que toca, regodeándose en expresiones que sientan cátedra, venga a querer viajar a la epidermis de lo trivial y lo fantasioso, inventando algo tan superficial que nadie lo va a creer, comenzando por él mismo, mimetizándose de repente en una especie de vendedor de “corbatas baratas”. Esos son los intelectuales, malabaristas de la palabra, que la dictadura tiene para defenderla.
La Nación cubana está sufriendo un inmerecido castigo de parte de una cuadrilla de asaltantes del poder político, que además de hacer polvo la próspera sociedad cubana de los años 50, ha limitado lo mejor del pensamiento del interior de la isla, exiliándolo. No hay en Cuba más pensamiento que la propaganda castrista, creada por policías, porque ya no hay intelectuales.
Hasta cuando los cubanos tendremos que soportar la carga represiva y empobrecedora que ahora padecemos y que ha convertido un ideólogo en un viejo mentiroso, un presidente en un maestro de escuelita de ministros y un músico famoso en un “estirador de bastidores”.
Artículos de este autor pueden ser consultados en http://www.cubalibredigital.com
Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".