El pan más malo del mundo

En: Derechos Humanos|Opinión

8 Jun 2011

Quizás el pan más malo del mundo sea el que se confecciona ahora mismo en La Habana. Quizás sea incluso peor que el que se consumía en Europa durante la II Segunda Guerra Mundial.



El pan más malo del mundo


Iván García, junio 06 de 2011

Entre ratas y fórmulas adulteradas, el pan que se cuece en La Habana quizás sea peor que el consumido en Europa durante la Segunda Guerra Mundial.

Quizás el pan más malo del mundo sea el que se confecciona ahora mismo en La Habana. Quizás sea incluso peor que el que se consumía en Europa durante la II Segunda Guerra Mundial.

Por la libreta o cartilla de racionamiento —que según Raúl Castro tiene los meses contados— cada cubano, sea revolucionario o disidente, santero o católico, tiene derecho a comprar un mísero y magro panecillo de 80 gramos por 0,05 centavos de pesos (menos de un centavo de dólar) al día.

Dicho pan es redondo y de corteza suave. Su sabor varía según la harina, el conocimiento del maestro panadero y los deseos de trabajar de sus elaboradores. Aunque casi nunca está caliente y es bastante desabrido, muchas personas se lo zampan de dos mordidas antes de llegar a casa.

Quienes tienen paciencia y mayonesa o un trozo de queso blanco en la nevera, pueden deglutirlo mejor. A veces lo rematan con un vaso de refresco instantáneo, la opción más barata para ingerir otro líquido que no sea agua.

Ese pan, aunque impresentable, ha generado un vasto y lucrativo negocio. A pesar de encontrarse en la mirilla de la prensa oficialista —con esa manía tan típica de las sociedades totalitarias de atacar y criticar a trabajadores y administrativos de bajo nivel— el personal que labora en las panaderías siempre se las apaña para hacer dinero.

Según Raudel, joven maestro panadero, hay tres formas de buscarse un extra. «Una es vendiendo a peso el pan de 80 gramos, un poco mejor elaborado. O vendiendo harina y aceite, que siempre sobran, pues la confección del pan por la ‘libreta’ se hace con normas adulteradas. Otra manera de hacer plata es mantener un trato con dueños de cafeterías particulares, quienes a un precio previamente acordado compran grandes cantidades de panes de varios tipos elaborados con calidad».

En una jornada, un maestro panadero se echa al bolsillo entre 600 y 700 pesos (de 25 a 30 dólares). Por su parte, los aprendices ganan entre 100 y 200 pesos cada noche. Luego de producir el pan para la venta racionada, confeccionan galletas de sal, pan de corteza dura o palitroques, y los venden a diez pesos (0,50 centavos de dólar) por jaba.

El estado y la higiene de la mayoría de las panaderías habaneras es lamentable. «Si los consumidores vieran cómo se elabora el producto, les entrarían deseos de vomitar», dice Yasser, un muchacho de 16 años que prefirió dejar los estudios y ayudar a su familia trabajando en madrugadas alternas en una panadería del municipio 10 de Octubre.

El agua donde Yasser trabaja está contaminada. «Dicen que en la cisterna hay restos de gatos que se han ahogado», cuenta otro panadero mientras se empina un amplio trago de ron.

Puede que sea una exageración. Pero por algunas panaderías las ratas se pasean descaradamente. Y los propios panaderos no cumplen las reglas higiénicas.

Sudan sobre la masa mientras amasan la harina, y en muchas ocasiones, por falta de carros, las bandejas del pan ya elaborado se colocan en el piso. Es común que durante las madrugadas, los panaderos se acompañen de un buen litro de ron.

En los barrios marginales, donde abundan las putas baratas, a ratos, a cambio de una cantidad de panes o pagando 100 pesos (5 dólares) los panaderos tienen sexo encima de las propias mesas donde elaboran el pan.

En los años críticos del «período especial», un panecillo redondo de 80 gramos llegó a costar 5 pesos. «En esa época pude comprarme un carro americano», recuerda Leandro, maestro panadero.

Ahora las cosas han cambiado. Aunque el pan sigue racionado, en La Habana existe una cadena de panaderías que vende pan por la libre de mejor calidad y aspecto: a diez pesos la flauta dura y a tres la suave.

Por moneda dura también se puede comprar pan. Aunque tampoco es para tirar cohetes. Quizás la excepción sea el Pain de Paris, la red de dulcerías y panaderías de estilo francés que existe en varios sitios céntricos de la capital. En ellas, el pan cumple con las exigencias del paladar de un forastero de paso por La Habana o de un cubano con dinero.

Sólo que, en el Pain de Paris, una hogaza puede costar más de un dólar. El salario de dos días de un obrero. Y no hay bolsillo que aguante.

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Acerca de este Blog

Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".

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