En: Opinión
3 Ene 2011¿Qué ocurrió en Cuba para que un individuo y su corte pudieran asumir el control del país sin que aparentemente existiera una organización con capacidad suficiente para imponer un nuevo sistema, y menos aún para sostener por décadas un gobierno repleto de contradicciones teóricas y prácticas donde la única coherencia ha radicado en su capacidad para conservar el poder político por medio de la represión, aun a costa de incumplir la utopía que decía inspirarlo?
El miedo, siempre el miedo
Por: Pedro Corzo
En una ocasión, hace mucho tiempo, el destacado economista cubano José «Pepe» Illán expresó en el programa La Peña Azul, que dirigía el doctor Salvador Lew: «En 1959 nos debatíamos entre el miedo y la esperanza, pero solo un año después la esperanza murió, y solo quedó el miedo».
¿Qué ocurrió en Cuba para que un individuo y su corte pudieran asumir el control del país sin que aparentemente existiera una organización con capacidad suficiente para imponer un nuevo sistema, y menos aún para sostener por décadas un gobierno repleto de contradicciones teóricas y prácticas donde la única coherencia ha radicado en su capacidad para conservar el poder político por medio de la represión, aun a costa de incumplir la utopía que decía inspirarlo?
No faltan quienes consideran que el pueblo había agotado sus expectativas políticas y que al haber perdido la confianza en sus líderes tradicionales, solo estaba a la espera del momento oportuno para expresar con extrema sensibilidad y fuerza la frustración que había reprimido por años.
Otros insisten que lo que acontece en la isla es producto de la profunda vocación imperialista de sus habitantes, que siempre están en la procura de coyunturas políticas que les permitan proyectarse internacionalmente, aunque para ello tengan que involucrar en sus debates internos a naciones extranjeras y correr el riesgo de que la soberanía resulte lesionada.
También cabe la pregunta por qué una isla que gozaba de niveles de desarrollo económico y social superiores a los de la mayoría de las repúblicas americanas, fue escenario de una revolución extremista con masivo apoyo popular, cuando en otros países del hemisferio donde la pobreza, discriminación e injusticias eran más flagrantes, no se produjeron acontecimientos semejantes, máxime cuando muchos de estos países sufrieron la desestabilización insurreccional que auspició el gobierno castro-comunista.
No pocos –y entre éstos se encuentran fundamentalmente personas comprometidas con el proceso insurreccional que a posteriori se rebelaron– afirman que el golpe militar del general Fulgencio Batista fue una especie de agente catalizador que engendró fuerzas políticas que desestabilizaron la sociedad, provocando junto a la crisis institucional la conciencia pública de que la sociedad demandaba una cura a fondo que erradicase las angustias ético-morales que periódicamente la afligían.
Hay quienes a lo anterior agregan que la sociedad cubana, gracias a los progresos obtenidos, gozaba de una población relativamente educada y consciente de sus derechos y que tendía por esos motivos a procurar una mayor justicia para los desposeídos, por lo que la insatisfacción se hacía más aguda y perentoria.
tros consideran que la corriente extremista coincidió con que en la comunidad nacional estaba haciendo acto de presencia un liderazgo emergente de franco carácter progresista, que aunque no compartía los abusos en los que siempre incurrió la Revolución, no dudó en sumarse a ésta con la convicción de que el rumbo y la velocidad política podrían ser reducidos en el momento que lo creyesen conveniente.
Pecado de ingenuidad y soberbia, se dice hoy, porque la Revolución los manipuló tanto en cuanto fueron útiles por su fidelidad sin cuestionamiento.
Es difícil racionalizar por qué en 1959 muchos ciudadanos de un civismo activo y comprometido no denunciaron los juicios al estilo del que se efectuó contra Sosa Blanco, el doble proceso judicial a los pilotos, los fusilamientos sin proceso judicial adecuado, el golpe de Estado contra el presidente Manuel Urrutia, que dirigió el propio Fidel Castro, el encarcelamiento del comandante Húber Matos y otras muchas barbaridades que no tenían justificación alguna y presagiaban lo que vendría después.
Pero especulación aparte hay una dolorosa realidad. La sociedad civil ha sido destruida. La economía esta en bancarrota. La represión abierta y descarnada, junto al control económico del país que convirtieron al gobierno en benefactor o inquisidor según el caso, fueron los factores que determinaron el establecimiento de un régimen totalitario que se ha extendido por más de cinco décadas.
La dictadura ha parido un ciudadano depredador del entorno y del prójimo. Sujetos que disfrutan la cosecha de víctimas que subsisten en un perenne ambiente de miedo, inseguridad y dudas. Individuos sin compromisos sociales que en sus empeños egoístas, hagan imposible la reconstrucción del país.
Por eso lo peor de esta herencia totalitaria no es el desastre económico, ni los sueños robados y ni aun las vidas perdidas, sino el robo cometido contra el futuro de la nación al corromper a un amplio sector de la ciudadanía.
Refundar el país será costoso en todas las instancias. Será un trabajo duro y arduo que demandará el concurso de todos los que tengan la voluntad y el coraje suficiente para levantar a Cuba desde sus ruinas.
Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".