En: Opinión
3 Abr 2011Desde hace muchos años hay un interés creciente por lograr que Miami, o incluso todo el estado de la Florida, mantenga una política hacia la isla mucho más rígida que la acordada en todo el país. La meta no es sólo ir un paso más allá de las normas establecidas por Washington, sino convertir la política estatal en una avanzada de los objetivos nacionales, en lo que respecta al tratamiento del caso cubano.
El dinero y el exilio moderado
Por: Alejandro Armengol. El Nuevo Herald, abril 1 de 2011
Desde hace muchos años hay un interés creciente por lograr que Miami, o incluso todo el estado de la Florida, mantenga una política hacia la isla mucho más rígida que la acordada en todo el país. La meta no es sólo ir un paso más allá de las normas establecidas por Washington, sino convertir la política estatal en una avanzada de los objetivos nacionales, en lo que respecta al tratamiento del caso cubano.
Este esfuerzo se ha caracterizado por tener dos caras. Una efectiva, por una parte con la elección de diversos políticos republicanos al Congreso, y por la otra con lograr el apoyo de varios legisladores, y otra risible, con personajes del patio jugando a presidentes de república bananera, como el alcalde de Hialeah, Julio Robaina, quien propuso solicitar al Congreso de Estados Unidos que prohíba la entrada de artistas y músicos cubanos que viven en la isla.
Lo que se busca es consolidar y aumentar el poder político en uno de los estados más importantes para las elecciones presidenciales, de forma tal que la política norteamericana hacia Cuba no esté influida solo por la labor de cabildeo y los poderosos contribuyentes cubanoamericanos del sur de la Florida, sino por una maquinaria que puede resultar clave a la hora de elegir al próximo mandatario de la nación más poderosa del planeta. Las pasadas elecciones legislativas fueron un claro ejemplo de ello, y un triunfo rotundo para quienes se empeñan en este esfuerzo.
Se trata de un grupo que aquí en Miami forma parte de una generación de relevo. Hombres y mujeres que por fecha y lugar de origen no comparten una historia común con los residentes de la isla –la mayoría de ellos nacieron en este país–, pero que se consideran depositarios de una Cuba que dejó de ser. Hijos del anhelo de darle marcha atrás al reloj histórico, para borrar todo vestigio del proceso revolucionario, y herederos del llamado «exilio histórico».
Gracias a su participación en los triunfos electorales de los hermanos Bush, este grupo desempeñó un importante papel en la confección de la política norteamericana hacia la isla durante los últimos años. Sin embargo, el cambio de gobierno en Washington y los primeros dos años de un Congreso dominado por los demócratas no logró disminuir su poder, sino todo lo contrario. Por otra parte, y hasta el momento, su éxito político obedece al hecho de continuar ampliando una política que es afín a la parte más conservadora de los votantes cubanoamericanos. Este segmento continúa demostrando que es predominante en la boleta electoral.
Como siempre, el dinero ha servido en este sentido. En buena medida la clave para la notoriedad y el interés en cualquier aspecto en que esté involucrado el famoso «caso cubano» es que siempre hay dinero, en algunos casos mucho dinero.
Esta influencia política y económica no se limita a las urnas de votación. Para citar un ejemplo reciente, la periodista Ann Louise Bardach, que acaba de declarar en el juicio contra el ex agente de la CIA Luis Posada Carriles, ha escrito que en el juicio que se sigue contra éste se han gastado millones de dólares. Bardach considera que los estimados de gastos se calculan entre los $25 y $40 millones, que es probable que la mitad de ese dinero se ha utilizado para pagar el calificado equipo de fiscales, aunque ambas partes parecen contar con una cantidad infinita de recursos financieros.
Resulta singular que en este caso, y aunque aporta millones de dólares, lo que se considera el exilio moderado obtenga tan poco a cambio, en el sentido de influencia política.
Todo lo contrario sucede a los que continúan siendo en gran medida protagonistas del drama cubano. El dinero sirve a la perfección a los objetivos de dos grupos reducidos, antagonistas declarados desde un principio, pero que comparten el interés en mantener un statu quo.
En Estados Unidos, millones de dólares a través de las contribuciones de campaña, labores de cabildeo y mantenimiento de organizaciones exiliadas y opositoras, que actúan en favor del mantenimiento del embargo, una política de supuesta confrontación que se destaca sólo por su falta de resultados, y de no cambiar la estrategia de aislar a Cuba, algo que no rinde frutos desde hace décadas.
Cuba llegan millones de dólares también, en forma de remesas, llamadas telefónicas y visitas. No hay duda de que estos millones contribuyen no solo al alivio de la situación de familiares, sino al mantenimiento de una precaria economía nacional. Pero este dinero no ha actuado nunca como herramienta de presión de un exilio que rechaza la confrontación armada, sino que ha ido a sumarse a los fondos disponibles por un régimen que continúa con el control casi pleno de los recursos económicos del país.
Fondos que influyen de forma determinante en la elaboración de una estrategia, y cifras aún mayores, que se limitan al ámbito doméstico. Desde la perspectiva del exilio, un dinero que funciona políticamente y otro nulo en igual sentido.
Cambiar esta ecuación parece imposible. Y mientras no se logre, es difícil que La Habana, Miami y Washington arriesguen una pulgada que los acerque a una situación desconocida. Y ni que decir Hialeah, bajo la mirada abarcadora del alcalde Robaina, a la espera del regreso del «héroe» Posada y con la guardia en alto frente a cualquier bongosero impúdico e isleño.
cuadernodecuba@gmail.com
Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".