Dos comentarios sobre una misma realidad

En: Opinión

15 Nov 2010

Una serie de artículos publicados recientemente en Granma me han llamado la atención y, por una vez, no se trata de esas «reflexiones» farragosas de Fidel Castro en su versión apocalíptica. «De no existir el bloqueo», Estados Unidos habría invertido más de 2 mil millones de dólares en Cuba en la última década, aseguraba el diario. Otro artículo, otra queja: «De no existir el bloqueo», casi 1 millón 600 mil turistas estadounidenses habrían visitado la Isla sólo en 2009, y habrían gastado más de mil millones de dólares durante su estancia. Le faltó decir lo más obvio: de no existir la dictadura dinástica de la familia Castro, no habría embargo comercial —»bloqueo» es un término de propaganda para encubrir la ineptitud del régimen— y Cuba sería un país democrático, donde las empresas extranjeras gozarían de seguridad jurídica para invertir.



Cuentas alegres en La Habana


Bertrand de la Grange

‘Granma’ calcula qué habría pasado ‘de no existir el bloqueo’. Pero: ¿Qué pasaría de no existir la tiranía de los hermanos Castro?

Una serie de artículos publicados recientemente en Granma me han llamado la atención y, por una vez, no se trata de esas «reflexiones» farragosas de Fidel Castro en su versión apocalíptica. «De no existir el bloqueo», Estados Unidos habría invertido más de 2 mil millones de dólares en Cuba en la última década, aseguraba el diario. Otro artículo, otra queja: «De no existir el bloqueo», casi 1 millón 600 mil turistas estadounidenses habrían visitado la Isla sólo en 2009, y habrían gastado más de mil millones de dólares durante su estancia. Le faltó decir lo más obvio: de no existir la dictadura dinástica de la familia Castro, no habría embargo comercial —»bloqueo» es un término de propaganda para encubrir la ineptitud del régimen— y Cuba sería un país democrático, donde las empresas extranjeras gozarían de seguridad jurídica para invertir.

El periódico de marras oculta un dato incómodo: a pesar del embargo, EE UU es ahora el principal proveedor de alimentos de Cuba, que importa el 80% de lo que consume la población. Y Washington permite, además, que los cubanos del exilio manden unos mil millones de dólares al año a sus familias en la Isla. Es una verdadera ganga para el Estado cubano, que se dedica a esquilmar a sus propios ciudadanos con impuestos draconianos sobre esas remesas y con precios prohibitivos en las tiendas, donde ejerce un monopolio absoluto sobre la comercialización de todos los productos. Con esa política confiscatoria, el régimen compensa ampliamente la falta de inversiones estadounidenses. Esto y el apoyo en petróleo de su aliado venezolano le han permitido resistir hasta hoy a las presiones internas y externas por un cambio político.

En cualquier caso, si Washington decidiera levantar el embargo sin contrapartidas —algo bastante improbable—, los empresarios no harían cola para invertir en la Isla. El problema radica en el recelo que inspiran el Gobierno y sus leyes anticapitalistas. Y las medidas pusilánimes anunciadas a bombo y platillo por La Habana no van a modificar la percepción de los inversionistas. En China, cuyo modelo parece inspirar a Raúl Castro —¡otro disparate!—, no hubo ningún cambio mientras estuvo en el poder el padre de la revolución, Mao Zedong. Ocurre lo mismo en Cuba, donde los promotores del «socialismo o muerte» no van a renegar ahora de la obra de su vida para reconstruir lo que se han dedicado a arrasar durante medio siglo. Esto les tocará a sus sucesores, que aguardan en silencio el desenlace de la pantomima.

Política ficción

Mientras tanto, podemos dedicarnos a la política ficción al estilo de Granma. De no haberse convertido la revolución en una tiranía, Cuba sería hoy uno de los países más avanzados de América Latina, como lo era ya en 1959, cuando Fidel Castro tomó el poder. Los indicadores de Naciones Unidas muestran que los cubanos tenían entonces un nivel de desarrollo político, económico y cultural similar al de Chile, Costa Rica o Uruguay. Eran, incluso, más ricos que los españoles. De la antigua metrópoli llegaban numerosos inmigrantes que huían de la pobreza y de la dictadura franquista. La revolución fue la culminación de un proceso de modernización política, cuyos objetivos eran restablecer la democracia, interrumpida por el golpe de Fulgencio Batista, y hacer las reformas sociales a favor de la población rural, que no tenía acceso a la educación y a la salud.

La megalomanía de un hombre hizo que se torciera todo. Hoy, España es una democracia, mientras su antigua colonia vive bajo un régimen totalitario y está quebrada económicamente. De haber seguido el rumbo anunciado en 1959, habría elecciones libres, partidos de todos los colores, sindicatos de verdad, producción agrícola e industrial —EE UU sería el primer inversionista extranjero, seguido de España— y tiendas abastecidas, como ocurre en Chile o Brasil, dos países donde ha gobernado con éxito la izquierda. Y no habría presos políticos ni cientos de miles de cubanos desterrados por disentir.

De no estar enquistados al poder los hermanos Castro, Guillermo Fariñas no habría hecho una interminable huelga de hambre para exigir la liberación de los presos políticos, y el Parlamento Europeo no le habría otorgado el Premio Sajarov a la libertad de conciencia, que tanto enojo ha provocado en los sectores afines al gobierno cubano. Y, de «no existir el bloqueo» informativo impuesto por la dictadura, Granma habría sido sepultado hace años bajo el peso de sus propias mentiras o, a lo mejor, sería uno más entre muchos otros periódicos.

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Lo que no cambia.

En esto convirtio el Socialismo la Bodega cubana

Reinaldo Escobar

¿Marchan nuestros timoneles hacia el socialismo, o se trata de un cuento para mantenerse al mando

A lo largo de medio siglo, ese fenómeno de la historia latinoamericana que se ha dado en llamar revolución cubana se ha conservado a flote en virtud de su imperceptible adaptabilidad. Muchos han sido los giros: el proceso de rectificación, los planes emergentes, el período especial y más recientemente el programa de actualización o perfeccionamiento del modelo económico; en todos los casos, sin embargo, la intención declarada de las transformaciones ha sido la de sostener el rumbo hacia el socialismo como destino.

Como la nave de la revolución no acaba de arribar a las utópicas costas del socialismo real, es fácil llegar a la conclusión de que el único propósito de los innumerables bandazos ha sido el de mantenerse al frente del timón. Lo peor del caso es que esta adicción al mando no parece estar dada por el saludable celo que tienen los idealistas con su obra, sino por el insaciable apetito de disfrutar del poder. Para ser más precisos, para disfrutar de los obscenos atributos del poder.

Basta echar un vistazo a lo que nunca ha cambiado. Especialmente, se ha mantenido igual la intolerancia hacia cualquier tipo de oposición. En cincuenta años, a lo más que se ha llegado es a aceptar las críticas constructivas, realizadas en el momento y en el lugar oportuno, siempre y cuando procedan de alguien que ostente inconfundibles credenciales revolucionarias. Lo más generoso que puede esperar el que se aparte un milímetro de esa línea es ser tratado como una persona confundida o desinformada a quien hay que aclararle la mente. Puede presentarse la variante de que “la confusión” no provenga de la propia ofuscación sino de malsanas influencias. Si éste es el caso, nadie quedará redimido del estigma si no abjura de las dañinas amistades y, sobre todo, si no confiesa el nombre, apellido y dirección de quienes lo han contagiado.

Tengo fresca en la memoria una expresión de los primeros años revolucionarios: “No se puede estar en la cerca ¿De qué lado tú estás?”, le preguntaban al que hacía algún comentario sospechoso. Uno comprendía rápidamente que ni siquiera se trataba de estar sentado sobre la cerca, sino que no era prudente aproximarse a ella. Con el tiempo, se aprendían lecciones de un nivel más alto: Tampoco bastaba con aplaudir; había que hacerlo con ostensible entusiasmo.

Con el insolente portador de ideas diferentes y propias no hay arreglo posible. Frente a semejante atrevimiento hay una gaveta de improperios dignos de ser endilgados al peor de los enemigos. El que se arriesga a pensar con su cabeza puede terminar embutido en el pellejo del general español Martínez Campos; si no lo disfrazan así, sus censores no pueden sentirse dignos de practicar la intransigencia de Antonio Maceo en Baraguá.

En el minuto que escribo estas líneas, me llaman desde la calle Céspedes, en Guantánamo, para contarme que se van a cumplir 36 horas de un mitin de repudio. Han apedreado la casa donde el Movimiento 30 de Noviembre pretendía celebrar su segundo congreso. Han impedido asistir a los delegados, han insultado y golpeado a sus habitantes, incluyendo un niño de 9 años; han roto los cristales de las ventanas y el candado de la reja. Estoy en La Habana y nunca he pertenecido a esa organización. Un prurito de objetividad periodística me aconseja que no comente lo que no puedo verificar, pero ahora soy yo quien se hace la pregunta: ¿De qué lado te vas a poner?

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Acerca de este Blog

Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".

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