En: Opinión
13 Feb 2012Lo cierto es que hace 53 años en Cuba había 6 millones de cabezas de ganado vacuno -posiblemente eran 7 millones, porque no todos los 147,700 ganaderos existentes cumplían con las formalidades de inscripción. Como el país tenía entonces unos 6 millones de habitantes a cada cubano le correspondía una vaca, el triple del promedio mundial de 0.32 bovino por habitante según la FAO.
Sí puede ocurrir, pero sería la excepción y no la regla. En Cuba, sin embargo, es la regla y no la excepción, pues como dijera Mijail Gorbachov en un arranque inédito de sinceridad siendo aún presidente soviético, «la propiedad social es la propiedad de nadie». Una expresión de ello tuvo lugar hace unos días, el 5 de diciembre, con la descomposición de 66 toneladas de carne vacuna en un frigorífico estatal de La Habana.
El ejemplo anterior evidencia la inferioridad del sistema económico estatista, en el frigorífico Julio Antonio Mella del municipio capitalino de Arroyo Naranjo caducó y se echó a perder esa enormes cantidad de carne bovina, según informó el día 13 de diciembre, desde la isla, el periodista independiente Odelín Alfonso al sitio online Cubanet.
El reportero agregó que los vecinos del lugar están indignados, porque no es la primera vez que eso ocurre.
Aunque se dijo que la carne inservible fue quemada y enterrada en áreas aledañas al frigorífico, un vecino, Damián Rodríguez, afirmó que fue vertida en la represa Ejército Rebelde, embalse donde existe una cooperativa pesquera.
La carne estaba destinada, fundamentalmente, a elaborar «picadillo enriquecido», o «extendido», una mezcla de carne con vísceras, harina de soya y otros híbridos, de un sabor nada agradable, que es la que se le entrega a la población mediante la cartilla de racionamiento –vigente desde 1962–, a razón de media libra por persona para el mes completo. Los cubanos de a pie hace muchos años que no pueden comer carne de res pura, a no ser que la paguen a 5 dólares la libra en las Tiendas Recaudadoras de Divisas (TRD) del gobierno, en un país cuyo salario promedio es de 20 dólares mensuales.
Eso ocurre en una nación en la que la carne bovina es sólo una «ilusión», un deseo. Cuba registra el más bajo consumo per cápita de América Latina. Suponiendo que a cada libra de carne se le hubiese añadido una libra de harina de soya y otras sustancias, de no haberse perdido esa carne se habría podido elaborar «picadillo extendido» para unas 600,000 personas.
En 1958, el consumo cubano de carne de res fue de 81 libras por persona, según el Statistical Year Book de la ONU y un informe del Ministerio de Hacienda de Cuba. Fue el tercero más alto de Latinoamérica luego de Uruguay y Argentina. Hoy, la población no recibe carne vacuna pura, sino adulterada, y sólo 6 libras per cápita al año. O la que alcance a comprar alguien que pague la cuarta parte de su salario por una sola libra. En tanto, la FAO informó que en 2010 el consumo mundial de carne de res fue de 92.7 libras por habitante, y de 68.5 libras (5.7 libras mensuales) en las naciones del Tercer Mundo .
Y aquí hay una paradoja reveladora. El historiador Manuel Moreno Fraginals muestra en su libro «El Ingenio» que en la etapa colonial cubana los esclavos comían diariamente media libra de carne, tasajo, o pescado salado (bacalao), 500 gramos diarios de harina de maíz, además de boniato, yuca, calabaza o fufú de plátano. También comían bolas y tostones de plátano, funche (guisos de maíz), frituras, guisos de quimbombó, viandas con mojos (malangas, plátanos, ñame), chilindrón de chivo, y congrí.
De manera que aquellos sufridos «instrumentos parlantes» — como les llamó Marco Terencio Varrón en los tiempos de Julio César–, cazados salvajemente en Africa, consumían más carne que los cubanos de hoy. Se puede argumentar que sólo así era posible someterlos a trabajos tan bestiales durante jornadas extenuantes. Lo que no tiene justificación es que en pleno siglo XXI los cubanos que no reciben remesas de la «Mafia de Miami»– tengan un consumo de carne de res tan increíblemente bajo.
¿Y por qué ahora no hay carne vacuna? La debacle comenzó cuando Fidel Castro –incumpliendo incluso su promesa desde la Sierra Maestra de hacer una reforma agraria y entregar las tierras en propiedad a los campesinos y jornaleros agrícolas– acabó con las haciendas ganaderas y agrícolas y estatizó el 80% de las tierras cultivables del país, decisión que fue alentada por el Che Guevara.
Encima de eso, a Castro le dio por inventar nuevas razas. Se autoproclamó sabio genetista y en los años 60 ordenó el cruce de toros sementales canadienses importados de la raza Holstein, de clima frío, con las criollas vacas cebú, y prometió que ya en los años 70 Cuba sería exportadora de carne. En un discurso por la TV en 1965 agregó: «En 1970 produciremos 10 millones de litros diarios y nos bañaremos en leche». Surgieron así las F-1 y F-2, animales débiles, enfermizos y sin un gran valor en leche y carne. Un inconveniente de estas vacas híbridas es su color negro, que les dificulta soportar altas temperaturas y las hace susceptibles a los parásitos.
Lo cierto es que hace 53 años en Cuba había 6 millones de cabezas de ganado vacuno -posiblemente eran 7 millones, porque no todos los 147,700 ganaderos existentes cumplían con las formalidades de inscripción. Como el país tenía entonces unos 6 millones de habitantes a cada cubano le correspondía una vaca, el triple del promedio mundial de 0.32 bovino por habitante según la FAO.
¿Y hoy? De acuerdo con el Anuario Estadístico de Cuba, con 11.2 millones de habitantes en 2006 la isla contaba con 3.7 millones de vacunos, menos que los 3.9 millones que había en 1918, casi 90 años antes. Economistas independientes calculan que actualmente hay 3.6 millones de cabezas. O sea, que el castrismo invirtió la ecuación y ahora hay tres habitantes por cada bovino.
Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".