En: Opinión
10 Ene 2011Con la libertad no se juega. Pensamos toda la vida en el peligro de perderla, de que una vez perdida sea imposible rescatarla. Tantas ideologías vienen en auxilio de las censuras ¡Es tan fácil forrar el crimen con el sentimiento de necesidad!
Con la libertad no se juega. Pensamos toda la vida en el peligro de perderla, de que una vez perdida sea imposible rescatarla. Tantas ideologías vienen en auxilio de las censuras ¡Es tan fácil forrar el crimen con el sentimiento de necesidad!
Pero la libertad es como la palma y hasta los tiranos sin aire se asfixian.
Mi país es un tema de máximo interés. De un lado estamos nosotros, para quienes el interés va de la mano de la urgencia y de otro los extranjeros, que por la razón que sea, padecen con nosotros.
Los análisis sobre Cuba se han precipitado en los últimos años, desde que la dirigencia de Raúl Castro centrara retóricamente lo que hace mucho es corriente en las estrategias vitales del cubano: el cambio.
Entre esos análisis recientes he conocido uno escrito por Guillermo Almeyra. “Cuba: un documento peligroso y contradictorio” es su título y según dice el mismo documento, es la tercera parte de una reflexión sobre el “Proyecto de lineamientos de la política económica y social”, que recientemente ha hecho circular el estado cubano sin que muchos sepamos si es para informar o para confundir. Pero eso ya lo dice el señor Almeyra cuando lo califica de contradictorio.
Sobre la calificación de “peligroso”, el señor Almeyra dedica su artículo a describir porqué lo considera tal. Extremadamente crítico y respetable, el artículo señala la incomprensible comprobación de que cambios estructurales de gran importancia sean hechos por el estado al margen de la sociedad y del partido comunista, delegándoles a los que deberían ser fuente del análisis social, el pobre papel de receptores. El autor utiliza la teoría leninista para recordarnos que el estado responde a intereses de clase a los que debe excesos al margen de la sociedad a la que administra. La sociedad administrada debería estar provista, entonces, de efectivos mecanismos de control que empantanen las exuberancias que le son propios al estado.
Señala también el autor la desvergonzada actitud de tomar distancia de las políticas sociales que tendían a atenuar los desniveles ciudadanos, como si estas fueran errores del pasado. Actitud que ha contribuido a profundizar la desesperanza y la frustración.
Los privilegios infamantes de militares, las gorduras soeces de burócratas, la prepotencia de un Raúl esquizoide y campechano, nada de ello escapa, aunque con otras palabras igualmente duras, a la crítica de Almeyra.
Ahora, cuando una caterva de gobernantes seniles tiene que enfrentar las consecuencias de su autoextinción, es cuando aparecen como imprescindibles medidas extenuantes para una ciudadanía famélica, sin reconocer, sin siquiera esbozar una severa critica hacia sí mismos, aquellos que han dirigido de forma autocrática y cruel la sociedad que padece.
Eso dice Almeyra, con las palabras que sean y con las referencias teóricas que sean y por ello merece todo mi respeto.
Mis discrepancias son en puntos nada principales, pero que quiero sin embargo dejar constancia de ellos.
En su escrito el autor desconoce que en Cuba no se realizan congresos partidistas hace más de diez años, que en ellos la unanimidad fue la norma y que con ellos tejió Fidel el abrigo de muchas traiciones.
Hay cierta intención de encontrar novedosos los procedimientos autoritarios cubanos, o al menos su agravamiento, señala Almeyra que en el documento circulado la palabra trabajador no se menciona. No me parece que al cubano corriente le esté afectando de modo particular esta omisión, ya sea porque tiene cosas mucho más graves en qué pensar o, y es lo que creo, porque la palabra trabajador hace muchas décadas dejó de tener cualquier significación para una ciudadanía acostumbrada a sobrevivir al margen de trabajos mal pagados y desestimulantes.
Hay otros puntos en los que disiento de Almeyra, ya más al margen de mi convergencia con su profunda crítica y que demuestran que el debate ideológico no es una confrontación de fatuidades. Se refiere, al principio de su artículo, a “los enemigos del proceso revolucionario”, tono excesivamente confrontador, que además pretende sostener el viejo antagonismo entre revolucionarios y contrarrevolucionarios, en un país donde lo más urgente es la vida frente a la irresponsabilidad criminal del castrismo. Las alarmantes tasas de decrecimiento demográfico, el deterioro de la dignidad ciudadana, la disposición a la emigración y la falta de compromiso, serán el legado más auténtico de Fidel Castro, principal amenaza para una Cuba cuya extinción nada tiene de simbólica.
Cuando afirma más tarde que en el Mariel terminó de irse la burguesía cubana… en realidad aquí no tengo palabras. Llamar burguesía cubana a las decenas de miles de cubanos que salían desesperados de una década enloquecedora y hambrienta (pues no encuentro muchas más palabras para los setenta en Cuba), acompañados de activistas políticos que fueron convidados a trocar cárceles desesperantes por el exilio, presidiarios comunes que recibieron pases para que aprovecharan y se fueran junto con enfermos psiquiátricos, gays, cubanos y cubanas alternativos, llamar a eso “la burguesía cubana”, hoy que sabemos que ya en esa misma época la élite del castrismo y su ejército disfrutaban de privilegios insospechados es, simplemente y a mi juicio, una irresponsabilidad injustificable.
Magnífica sin embargo esta entrega de Almeyra. Sin todas las izquierdas dispuestas a producir intelectualmente en una Cuba de inminente advenimiento democrático, donde las palmas de la libertad ya alcanzan algo más que el retoño, el terreno podría quedar libre para las acechanzas de perversiones futuras.
Nota: Este artículo es el primero de un ensayo en tres partes en los que Boris polemiza, a partir de tres publicaciones que hurgan el tema cubano, sobre la situación real de la política en la isla.
Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".