Breve historia de un perverso delirio.

En: Culturales

6 Dic 2010

En la tranquilidad de la Biblioteca de Ciencias Sociales tuve la ocasión de consultar obras de la filosofía clásica universal, enciclopedias, diccionarios, libros de arte, muchas obras de los cronistas de Indias y ejemplares literarios raros que formaban parte del patrimonio científico acumulado desde los primeros años de la República y que se conservaron excepcionalmente a lo largo de los años, protegidos en la seguridad de sus estantes y en el cuidado de los especialistas.




Breve historia de un perverso delirio.


Por: Miriam Celaya

Diciembre de 2010

Tomado del blog: sin EVAsión


Para comentar el tema al que quiero dedicar este post estoy obligada a hacer un poco de historia. En 1984 comencé a trabajar en el Departamento de la Arqueología del entonces Instituto de Ciencias Sociales (ICSO) de la Academia de Ciencias, en el Capitolio Nacional. En aquella fecha éramos un numeroso colectivo de trabajo cuya misión fundamental era la investigación científica, al servicio de la cual existía una bien nutrida biblioteca, en el segundo piso del edificio, en el salón que en tiempos de la República ocupara la Biblioteca del Congreso. Es decir, la Biblioteca de Ciencias Sociales de la Academia de Ciencias era la feliz heredera de un valioso fondo bibliográfico que atesoraba obras de enorme valor científico, histórico y cultural.

En la tranquilidad de la Biblioteca de Ciencias Sociales tuve la ocasión de consultar obras de la filosofía clásica universal, enciclopedias, diccionarios, libros de arte, muchas obras de los cronistas de Indias y ejemplares literarios raros que formaban parte del patrimonio científico acumulado desde los primeros años de la República y que se conservaron excepcionalmente a lo largo de los años, protegidos en la seguridad de sus estantes y en el cuidado de los especialistas.
Pero he aquí que en un nefasto día el Destructor por Antonomasia puso sus ojos en la antigua Biblioteca del Congreso. ¡Oh, sacrilegio, ¿cómo aquella colección había tenido la soberbia de mantenerse incólume y sobrevivir a su infinito poder?!; ¡¿cómo, si en Birán no había existido jamás una biblioteca como aquella, el Capitolio se daba el lujo de exhibir con tamaña impudicia y vanidad las nefandas obras del pasado burgués decadente?! Y recordando con admiración y envidia la quema de la Biblioteca de Alejandría y también  las que realizaran las hordas fascistas en la Alemania nazi, entre otros pirómanos de la Historia, decidió destruir definitivamente la Biblioteca del Congreso. Para ello tenía una brillante idea; tan brillante fue que encegueció a la Dra. Rosa Elena Simeón, a la sazón Ministra-Presidenta de la Academia de Ciencias, quien sin la menor vacilación la asumió con el mayor entusiasmo: en el lugar de la Biblioteca del Congreso y en otras áreas del Capitolio, se crearía la mayor biblioteca de ciencia y técnica de América Latina; se llamaría Biblioteca Nacional Científica y Tecnológica (BNCT), tendría la información más novedosa y extendería sus servicios –más allá de científicos y especialistas– a toda la población.


Eran los últimos meses de 1987 cuando vimos amontonados en el Salón de los Pasos Perdidos los viejos estantes de la Biblioteca del Congreso, y los libros expuestos a la voracidad de todos los que quisieran saquear las colecciones. No podré olvidar jamás el suelo, revueltos los libros por doquier en total desorden, arrojados inescrupulosamente por las hordas que seleccionaban los más raros para ser vendidos en las librerías de segunda mano. Todos fuimos instados a llevarnos los libros que quisiésemos o pudiésemos cargar. Por carretillas cargadas hasta el límite posible se llevaron los mercaderes los libros tan largamente cuidados. Con lágrimas en los ojos me había avisado una amiga, referencista de la Biblioteca, para que yo buscara también algunos ejemplares que pudieran interesarme y solo cuando subí a aquel inmenso salón comprendí su tristeza. Les aseguro que fue uno de los espectáculos más impresionantes que haya visto jamás el de aquel desastre de libros regados, pateados, abiertos, algunos ya destrozados por el tropel apresurado sobre ellos: años de conocimientos y cultura destruidos en cuestión de horas en el “país más culto de la Tierra”.

En  julio de 1988 el flamante Comandante dejaba inaugurada la BNCT. Atrás quedaba la destrucción de la antigua biblioteca, así como de la que fuera la reproducción de la cueva de Punta del Este, con sus pictografías aborígenes perfectamente copiadas con cálculos matemáticos y patrones artísticos que habían realizado numerosos especialistas cubanos y extranjeros. Todo era sacrificable en aras del nuevo delirio. La prensa no publicó estos hechos, aunque sí orquestó la fanfarria de la inauguración.

La BNCT nunca tuvo la riqueza de la Biblioteca del Congreso. Mucho menos cumplió aquel sueño de brindar servicios de información de lo más novedoso de la ciencia. Ni qué decir del equipamiento, estantes y muebles, que ni remotamente tuvieron la calidad, el confort y la elegancia de los de la vieja biblioteca destruida. Fue una burbuja de vida breve, porque toda idea que se basa en la destrucción está condenada al fracaso. Ese ha sido el signo de cada iniciativa del Orate.


Pero resulta que recientemente el Capitolio ha pasado a formar parte del Patrimonio  que queda bajo las obras de restauración del Historiador de la Ciudad. He sabido que, al final, también la BNCT ha caído en desgracia y debe abandonar sus actuales predios. A ese fin, a la más encumbrada biblioteca científica de Latinoamérica le han destinado unos pequeños locales donde no caben sus colecciones. Sus trabajadores se han visto obligados a descartar numerosos fondos que han debido colocar en cajas y, evidentemente, la BNCT no va a tener cabida nuevamente en el Capitolio una vez restaurado. Es así que la BNCT deberá preparar también su epitafio. En lo sucesivo pasará a formar parte de la larga lista de destrucción que ha dejado a su paso por la vida el Comandante de los Perversos Delirios.

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Acerca de este Blog

Pedro Pablo Álvarez Ramos es ex-preso de conciencia de la Primavera Negra de 2003, secretario general del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos (CUTC) y miembro del grupo gestor "Proyecto Varela".

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